Los gulags eran campos de trabajo creados por la Unión Soviética (URSS). En ellos hacinaban a sus prisioneros de guerra y, especialmente, a sus opositores políticos, quienes además eran sometidos a un cruel sistema de adoctrinamiento. En resumen, los gulags representaban el infierno en la tierra (puedes ver un documental sobre los gulags aquí).

En los gulags no solo se encarcelaron a rusos o alemanes (prisioneros nazis). El 30 de setiembre del 2013 el gobierno español le entregó al Ejecutivo de Kazajistán un dossier, donde figuraban los nombres y apellidos de 152 españoles que fueron confinados en los gulags soviéticos. Algunos de ellos se ubicados en territio Kazajo.

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"En la lista hay españoles que combatieron en la División Azul, republicanos que marcharon a la exUnión Soviética para formarse y familias que sacaron a sus hijos de España y los enviaron a Moscú, son los llamados niños de la guerra", señala Enrique Gaspar, presidente de la Asociación Nexos Alianza, quien junto al historiador kasajo Bakyt Dyussenbayev (actual embajador de Kazajistán en España) fueron los encargados de la investigación que permitió conocer el destino de estos españoles.

Este trabajo, además, será conocido por el público gracias al documental Los olvidados de Karagandá. En él, se podrá conocer, por ejemplo, el testimonio de Ana Cepeda Etkina, hija de un 'niño de la guerra'. Ella explica el nulo interés del Partido Comunista español por los niños de la guerra cuyos padres no pertenecían al partido.

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El horror de estos 'campos de trabajo' fue documentado mucho antes por el periodista y escritor polaco Gustaw Herling-Grudzinski (1919-2000). En 1951 publicó Un mundo aparte, una narración autobiográfica de los casi dos años que sobrevivió en el campo de trabajo Arjánguelsk (norte de Rusia). Herling relata con precisión los horrores de los gulags: el hambre atroz, la violaciones a las mujeres, la desesperación de los presos por conseguir una ración de comida extra y la ferocidad del clima ruso. Este libro fue censurado y hasta criticado por gran parte de la izquierda europea. Un aberrante 'espíritu de cuerpo' que nos recuerda que las violaciones a los Derechos Humanos no tienen bandera política. El periodista Jorge M. Reverte explica este comportamiento así: "Los comunistas que vivían en Occidente, en sociedades acomodadas, defendían a Stalin porque había que defender la revolución. Sacar a flote lo que había sucedido era traicionar esa revolución, una complicidad que se explica por el antiimperialismo, estar contra los americanos".


[Con información de EFE]

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