Daniel Urresti fue ayer en la apertura de la CADE un show completo. Gruñó, peroró, bufó, escenificó diálogos, se burló de sus críticos y se metió al bolsillo a un auditorio de un millar de empresarios. La audiencia rió, aplaudió y no cesó de responderle: ¡nooooo! cada vez que desde debajo de la tarima los organizadores le decían que su tiempo había concluido y él se dirigía al público para preguntarle con voz ronca y tono marcial: “¿me voy?”. Los empresarios querían seguir gozando del guiñol más entretenido de la noche.  

Pero Urresti es impermeable a la brevedad, y ya entrado en calor y en confianza, se despachó con una hora de discurso que a ratos, como quien se dirige a la tropa, fue una verdadera arenga. Hacia el final, con un auditorio complacido pero ya algo cansado, sacó un último conejo de la galera: “Yo sé que algunos cuantitos de ustedes tienen casa en [bulevar de] Asia”. Silencio en la sala. “Está bien, ya, todos”. Se desata la risa general. “Yo voy a pacificar Asia. No se va a vender ni un sólo gramo de droga en el bulevar”, dijo sin sonreír, una broma audaz que, sin embargo, funcionó: tras la frase tronó una risa absoluta y una marea de aplausos.

Urresti es un ministro-showman que causa simpatía y goza de la aceptación general, según las encuestas, en definitiva, un militar devenido en político con un potencial inconmensurable en un país como el Perú que a veces parece empeñado en exhibir y sacar lustre a su subdesarrollo y chabacanería.

Pero haríamos mal en descartar la presentación de Urresti o restarle importancia. El ministro del Interior habló de una reorganización de su cartera para concentrarse sus fuerzas en combatir la delincuencia, del equipamiento policial abandonado según él desde hace 35 años, de potenciar la inteligencia policial con más detectives, de las medidas que se han tomado para combatir la delincuencia común y el crimen organizado, como por ejemplo aumentar el número de agentes vestido de civil que van por la calle en espera de que se cometa un delito, de las estrategias que se están tomado contra el tráfico de drogas, la extorsión y el sicariato.

Sin embargo, al finalizar su presentación de lo único que se hablaba en el balneario de Paracas donde se celebra la CADE, era de su locuacidad, de sus chistes, algunos subidos de tono pero bien recibidos por los empresarios, como cuando dijo que el precio del kilo de droga en Lima era muy barato, para luego añadir: “veo a uno acá que está salivando”. Desde que se subió al escenario vestido con un terno oscuro, con camisa y gemelos, Urresti dijo  “detestar”, “odiar” a los “hay que hacer” porque al final nunca “hacen nada”, en clara alusión a sus críticos más mordaces como el exministro del Interior Fernando Rospligiosi y el especialista en temas de seguridad Gino Costa, quienes estaban sentados en las primeras filas. Junto a ellos, Pablo de la Flor, el presidente del evento, se deshacía en disculpas a cada arremetida de Urresti contra los que llamó sus “ex”, “aunque mejor no porque suena mal, suena a marido”.

Urresti se ganó las miradas ayer en la CADE e hizo olvidar lo olvidable que fue la presentación de los modestísimas metas alcanzadas respecto de los objetivos trazados en la CADE 2013. No hay que negarle originalidad y que es él mismo en cualquier escenario y frente a cualquier audiencia, y ¿qué es Urresti? “un criollazo”, un militar con calle y esquina, el burlón de la clase que nunca se ríe de sus propios chistes, un orador de plazuela que combustiona sus palabras y venablos según su estado de ánimo, un ministro-showman que causa simpatía y goza de la aceptación general, según las encuestas, en definitiva, un militar devenido en político con un potencial inconmensurable en un país como el Perú que a veces parece empeñado en exhibir y sacar lustre a su subdesarrollo y chabacanería .

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