Hace unos años tuve la oportunidad de viajar a los campamentos de refugiados del Sáhara, donde los saharahuis subsisten desde hace 39 años exiliados en un recóndito lugar del desierto argelino. Allá encontré un pueblo generoso, hospitalario y pacífico, que también es orgulloso, valiente y que incluso está dispuesto -si fuera necesario- a dar su vida por poder volver a su tierra. Sus habitantes se esfuerzan por ser optimistas a pesar de las desgracias que les han acompañado en los últimos años e intentan vivir dignamente con lo poco que tienen.  

Probablemente, el único pecado que han cometido los saharahuis es el de la ingenuidad. El error de confiar en que el tiempo les daría la razón, la justicia vencería a los intereses políticos y económicos, y el camino de la paz les conduciría hasta la victoria.

El pueblo saharaui exiliado en los campamentos de refugiados se ve obligado -en contra de sus creencias- a malvivir de la cooperación internacional para conseguir agua, alimentos y algunos medicamentos que la mayor parte del tiempo escasean. A pesar de estas y otras muchas carencias, afirman que lo que más necesitan es que el mundo escuche su voz, conozca quienes son, su historia y las injusticias que les han hecho llegar al punto en el que ahora se encuentran. Piensan que sólo así podrán volver a su país, al lugar al que pertenecen y que por justicia les pertenece.

Este mes se cumplen 39 años del conflicto que les impidió establecerse como un país independiente, les llevó a una dura guerra y les obligó a un exilio forzado. Esta es su historia:

una familia saharahui almuerza al lado de su jaima (las casas de tela en las que viven)

La marcha verde 

Después de haber sido durante más de cien años una colonia española, a principios de la década de los setenta el Sáhara Occidental estaba a punto de conseguir su ansiada independencia. España se había comprometido con la autodeteminación del Sáhara y había prometido realizar un referéndum en un proceso de transición dentro de la descolonización de África en el que el Sáhara Occidental dejaría de ser una provincia española para convertirse en un país libre.

Pero el 6 de noviembre de 1975 todo cambió. Una astuta estrategia del Rey marroquí Hasán II, que se aprovechó de la delicada situación en la que se encontraba España en esos momentos con las tropas ya retirándose del Sáhara y el dictador Franco a punto de morir, envió a 350.000 civiles desarmados y a 25.000 militares a invadir el Sáhara Occidental, en una operación que se ha denominado “La marcha verde”.

En un primer momento, el ejército español estableció una frontera militar para que los marroquíes no pudieran ocupar el territorio del Sáhara Occidental y denunció al consejo de seguridad de la ONU la “invasión encubierta” que estaba llevando a cabo Marruecos. Sin embargo, España no estaba dispuesta a iniciar una guerra contra Marruecos en un momento de tanta inestabilidad política, ya que incluso la victoria en esta guerra habría concluido con la descolonización del territorio del Sáhara Occidental.

La traición de España

Finalmente, las autoridades españolas consideraron que una guerra contra Marruecos era un enfrentamiento inútil y España abandonó el Sáhara a su suerte, permitiendo así su anexión al territorio Marroquí. Con esta maniobra España traicionó a una colonia con la que siempre había tenido buenas relaciones, incluso el entonces Príncipe de España Juan Carlos I había prometido a los saharahuis unos días antes de la marcha verde que “España nunca les iba a abandonar”.

En 2013, gracias a la filtración de Wikileaks de documentos clasificados, se supo que España pactó en secreto con Marruecos y accedió a abandonar el Sáhara y dejarlo en manos Marroquíes a cambio de una salida “elegante” y sin disturbios. En las manifestaciones saharahuis se puede escuchar un lema que se repite una y otra vez: “Marruecos culpable; España responsable”

manifestación en madrid en apoyo a un sáhara libre/ foto de: publico.es

La guerra contra Marruecos y Mauritania y la promesa de la ONU  

En el momento que España abandonó el Sáhara, dejándolo a merced del ejército marroquí, los propios saharahuis liderados por el Frente Polisario (Frente Popular de Liberación) tuvieron que enfrentarse a los ejércitos de Marruecos y Mauritania (este última se retiraría en 1979).

Los bombardeos de Marruecos obligaron a mujeres y niños a exiliarse en un terreno del desierto argelino, mientras los hombres y parte de las mujeres combatían al poderoso ejército de Marruecos con un sistema de guerrillas.

En los campamentos de refugiados las mujeres, que tienen un rol muy importante en la sociedad saharahui, construyeron los campamentos en los que hoy todavía siguen asentados la mayoría de saharahuis (unos 180.000) bajo unas condiciones de extrema dureza, con un calor abrasador que llega a superar los 50º en verano durante el día y noches en las que la temperatura desciende bruscamente llegando incluso a helar en invierno


El alto el fuego se produjo en 1991 después de que la ONU se comprometiera a celebrar un referéndum de autodeterminación del Sáhara Occidental. Una consulta que a día de hoy, 39 años después de que empezara el conflicto y 23 desde que se comprometieron a realizar el referéndum, todavía no se ha celebrado ni se espera que se realice, ya que en estos años Marruecos ha incentivado a la población marroquí a trasladarse al territorio ocupado para tener posibilidades de éxito en caso de que algún día finalmente se celebre.

39 años de espera 

Poco ha cambiado la situación desde entonces. El Sáhara Occidental sigue perteneciendo a Marruecos y los saharahuis siguen viviendo divididos bajo el yugo marroquí en la zona ocupada (en la que son maltratados y en muchas ocasiones sufren detenciones, palizas y agresiones injustificadas) o exiliados en un desierto inhóspito cercano a la ciudad argelina de Tinduf.

La esperanza de que se celebre un referéndum se ha disipado con los años y la comunidad internacional, cómplice con su silencio, prefiere mirar hacia otro lado para no comprometer las alianzas económicas que la mayoría de los países mantiene con Marruecos.

Una de las pocas esperanzas que tienen los padres saharahuis es la de que sus hijos estudien para que puedan tener un futuro digno. Algunos de los países que históricamente se han solidarizado con la causa saharahui como Cuba, Argelia o Libia, pagaban los estudios universitarios de los niños con mejores calificaciones en sus respectivos países. Por otra parte, el programa “Vacaciones en Paz” permite que muchos niños pasen los veranos con familias españolas que los acogen, en los que aprovechan para combatir la desnutrición que muchos de ellos sufren, les realizan chequeos médicos y, sobre todo, es una oportunidad para que los niños aprendan y se diviertan lejos del agobiante calor del verano saharahui y la demoledora rutina de los campamentos de refugiados.

En la actualidad, con la crisis de España, la decadencia de Cuba y el derrocamiento de Muamar el Gadafi en Libia, las ayudas son cada vez menores y son muy pocos los niños que pueden salir de los campamentos de refugiados y estudiar una carrera o un oficio que les sirva para ayudar a su pueblo y tener la posibilidad de ser independientes económicamente.

un colegio en el sáhara. los niños pueden estudiar en los campamentos de refugiados hasta la educación secundaria

Estos días se habla mucho del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, pero hay otro muro del que no se habla, aquel que construyó Marruecos y que se ha denominado como “Muro de la Vergüenza”. Se trata de un muro de 2.720 km de longitud plagado de minas antipersona y con más de 100.000 soldados destinados a protegerlo. Construido en mitad del desierto, tiene la única finalidad de que los saharahuis que se encuentran en el exilio no puedan regresar a su país de origen.

concentración saharahui frente al "muro de la vergüenza"

A pesar de todo, los saharahuis no se resignan a vivir eternamente en el exilio y quieren volver a su tierra de forma pacífica, pero mientras la comunidad internacional los ignore y los destierre al olvido, poco pueden hacer más que seguir esperando.


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