Su apellido significa persona y, curiosamente, él fue muchas. Fernando Pessoa (1888-1935), dueño de muchos heterónimos, vuelve a las librerías con El libro del desasosiego de la mano de la prestigiosa editorial Pre-Textos.  

El libro más desequilibrado (escrito como si fuera un diario) fue redactado a los largo de 25 años. Pero su publicación se concretó recién en 1982. Hoy en día es una de las publicaciones póstumas más solicitadas por los lectores. Y conforme pasen los años podrían haber más ya que el autor portugués dejó un baúl con más de 30.000 papeles de escritura manuscrita. Así lo señala un artículo del diario El País.

Pessoa y sus heterónimos (foto: el país)

El libro, traducido por Antonio Saéz Delgado, ha pasado por un minucioso proceso filológico y se han descartado textos que no pertenecían originalmente al diario de Pessoa.

Pero El libro del desasosiego es más que la bitácora de un 'desadaptado'. Nos enfrentamos a las vivencias de un oficinista que tenía dentro de sí varios mundos literarios deseosos por escapar. En el libro hay sueños y descarnadas reflexiones filosóficas y vivenciales. 

portada de libro publicado por pre-textos

Para incentivar la curiosidad por la obra del escritor portugués, compartimos algunos fragmentos (tomados de un artículo del diario El País):

1930

"¿Qué es viajar, y para qué sirve viajar? Cualquier puesta de sol es la puesta de sol; no es necesario ir a verla a Constantinopla. ¿La sensación de liberación que provocan los viajes? Puedo tenerla al salir de Lisboa hacia Benfica, y tenerla con más intensidad que quien va de Lisboa a China, porque si la liberación no está en mí, no está, para mí, en ninguna parte. «Cualquier carretera», dijo Carlyle, «hasta esta carretera de Entepfuhl, te lleva hasta el fin del mundo». Pero la carretera de Entepfuhl, si la seguimos hasta el final, vuelve a Entepfuhl; de modo que Entepfuhl, donde ya estábamos, es el mismo fin del mundo que íbamos buscando".

1931

Hace mucho tiempo que no existo. Estoy tranquilísimo. Nadie me distingue de quien soy. Ahora me he sentido respirar como si hubiese practicado algo nuevo o atrasado. Empiezo a ser consciente de tener conciencia. Quizá mañana me despierte para mí mismo, y tome de nuevo el curso de mi propia existencia. No sé si, con ello, seré más o menos feliz. No sé nada. Levanto la cabeza de paseante y veo que, sobre la ladera del Castillo, el ocaso arde al otro lado en decenas de ventanas, con una reverberación alta de fuego frío. Alrededor de esos ojos de llama dura, toda la ladera es suave al caer la tarde. Al menos puedo sentirme triste, y ser consciente de que, con esta tristeza mía, se ha cruzado ahora –lo he visto con el oído– el ruido repentino del tranvía que pasa, la voz casual de los jóvenes que charlan, el susurro olvidado de la ciudad viva. Hace mucho tiempo que no soy yo.

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