En los años 90, cuando las computadoras personales comenzaban a ser populares en los países desarrollados, se crearon proyectos humanitarios que enviaban a África equipos de segunda mano en funcionamiento. Con los años, esos proyectos que pretendían reducir la brecha digital entre los países ricos y pobres se han ido transformando en una excusa para que los primeros puedan exportar su ciberbasura ilegalmente para evitar costes de reciclaje, exportando chatarra con la etiqueta de material de segunda mano. 

ethos magazine / andrew mcdonnell 

Uno de esos vertederos se encuentra en Agbogbloshie, un barrio a las afueras de Accra, la capital de Ghana. Lo llaman “sodoma y gomorra” y es el lugar más contaminado del mundo, por encima de Chernóbil. Miles de personas, entre ellos muchos niños, buscan entre los restos de los dispositivos materiales que puedan ser reciclados como cobre, acero, aluminio o latón. Muchos de estos materiales se extraen de los cables de los dispositivos, que se queman en hogueras improvisadas.

Cada año, según la ONU, se generan alrededor de 40 millones de toneladas de residuos electrónicos. Más de la mitad de estos residuos -provenientes sobre todo de Europa y EE.UU.- acaban abandonados ilegalmente en países africanos o asiáticos, que no tienen leyes específicas sobre reciclaje de materiales contaminantes. Los países desarrollados burlan sistemáticamente la convención de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos, que cuenta con 170 países miembros, y se creo con la intención de evitar precisamente este tipo de basureros electrónicos.

Los trabajadores de Agbogbloshie están expuestos cada día a la inhalación de elementos contaminantes como cadmio, arsénico, o plomo. No cobran más de cinco dólares por día y mueren de media a la edad de 20 años, normalmente de cáncer.

ethos magazine

foto de: Electronic Waste

fuente: al-jazeera

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foto: julia meindl

fuente: al -jazeera

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