Hoy apareció en el diario argentino Página/12 una interesante columna de opinión de la psicóloga y actriz Vita Escardó a propósito del ubicuo fenómeno televisivo de los reality shows, que Escardó no dudó en calificar, de entrada, como "una de las más crudas expresiones culturales del neoliberalismo".

Su argumentación parte de la idea de que la "cultura del elegido" —como la define la autora— que impera en estos programas es una expresión directa del principio neoliberal según el cual es necesario "excluir para existir", en un contexto en el que solo sobreviven los más "aptos". 

Quizá por esa razón, continúa Escardó, es tan fácil trasladar su formato a cualquier entorno cultural, barriendo de paso con todo tipo de divergencias o singularidades de carácter local: y es que la estructura de competencia y descarte que estos programas siguen siempre a pie juntillas tiende a ser presentada, al igual que su plantilla neoliberal, como si se tratara del estado natural de las relaciones entre los seres humanos y, lo que es aún más problemático, parte del supuesto de que esta estructura refuerza el ideal democrático de igualdad de oportunidades cuando en realidad se conecta perfectamente con la lógica del privilegio:

"Esta ordenación es fácilmente asimilable en el sistema de premios y castigos a través de la competencia que prima como valor social naturalizado. Se trata de ascender piramidalmente hasta un triunfo individual, a través de una serie de desafíos “iguales” para todos. El american way se adivina morboso detrás de la propuesta: la famosa “igualdad de oportunidades” que vela la inequidad de contextos desde los cuales se parte."

Vale la pena notar, por otro lado, que la permanencia en estos concursos es sancionada por un jurado que, a su vez, ha alcanzado el éxito básicamente en términos de fama mediática, mas no necesariamente de excelencia en su ámbito de desempeño profesional. De hecho, se asume precisamente que ser famoso es ser bueno. Y quizá el caso más informativo respecto a este peligroso ensarte conceptual es el de los realities en los que los concursantes son artistas:

"Posicionar a los artistas en el lugar de “aprendices” a ser juzgados por quienes “ya lograron la fama”, los convierte en sospechosos de no ser aceptados como “aptos” por una cultura que se rige por el mercado para tomar sus decisiones y que, simultáneamente, crea el mercado donde esas decisiones deben ser tomadas."

Finalmente, Escardó localiza otro aspecto problemático de los realities en la pasividad comunitaria que acarrea esta "cultura del elegido":

"se depositan en la performance del participante las expectativas de un colectivo que no puede más que observar pasivamente los devaneos de una mostración mediática desligada de la construcción comunitaria. Trasladar este sistema al ejemplo de participación de ciudadanía es obvio: son quienes gobiernan en nuestra representación quienes deben encontrar la solución a los problemas de la comunidad, mientras ésta observa pasivamente el desempeño del “elegido”.  

¿Se ha pasado de vueltas la autora o hay aquí, efectivamente, un ápice (o más) de verdad respecto al cual ya hace falta actuar? Si es así, apaga tu televisor.


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