El culto popular por Sarita Colonia se encuentra alimentado por la efectividad de su figura, por el don divino que le ha permitido —y le permite— cumplir con los pedidos de sus devotos. Los cuales, en muestra de cariño y gratitud, retribuyen el milagro no solo con una serie de ofrendas —visibles en su mausoleo, en el cementerio Baquíjano y Carrillo del Callao—, sino, además, con la abierta difusión de sus testimonios a favor de la santita nacida en Huaraz.
De algún modo, las palabras de los creyentes actúan como sólidas columnas de un culto desconocido —así como vilipendiado— por el aparato oficial de la Iglesia católica en el Perú, y que han terminan siendo las que dotan de consistencia —sobre todo a través del tiempo— a este fervor marginal.
La palabra compartida, y en especial la palabra que afirma la existencia del milagro, ha sido el medio por el que ha logrado expandirse la admiración por Sarita a ámbitos cada vez más amplios.
En el caso de ámbitos geográficos: surgiendo en el Callao, irrigándose por Lima, tomando el Perú entero y, finalmente, cruzando las fronteras y llegando a otras latitudes, como Centroamérica o la frontera entre México y Estados Unidos; y luego, no solo geográficos, sino también en el caso de ámbitos sociales: yendo más allá de aquellos grupos considerados como informales o ilegales, tales como las prostitutas o los ladrones, para así poder afianzarse entre pequeños negociantes e, inclusive, entre algunos intelectuales.
Así, con esta particularidad, es que hay que leer e interpretar la presencia de Sarita Colonia en la obra de dos escritores peruanos: Rodrigo Quijano y Eduardo González Viaña. Y es que en sus contextos originales, ambos autores llevaron a cabo un gesto atípico: darle tribuna a un culto considerado de propio de los marginales de la ciudad.
- Rodrigo quijano: 'un acercamiento a sarita colonia'
En 1985, en París, y bajo el sello Kloaka Internacional, Rodrigo Quijano publicó una pequeña plaqueta de poemas cuyo título hacía alusión inmediata a la figura de la santa popular. El 'acercamiento' del cual seremos testigos los lectores de Quijano se hará mucho más evidente en el poema del mismo título del conjunto.
El cual procedemos a transcribir aquí:
Un acercamiento a S. Colonia
Para conocer debo acercarme más.
Se ha partido el cielo y ha cesado la lluvia
que enrejaba el paisaje.
Deja al perro lamerse las llagas y el pene encendido.
El neón es una lengua que sonroja santas y querubines
en las mudas sombras de un atardecer postal
pensando que el tallo remonta sobre sí
y hace estallar palmeras y frutos que engordan como garrapatas
al borde de un encerado cocktail de trópico y desorden.
Para saber debo acercarme más, y aquí me tienes.
La coloreada imagen de la niña virgen es
la denuncia del crimen consumado a medias, la isla
que eleva el único cirio que gotea luces, como esas cruces
al borde de la carretera,
así mitad dispuestas por la arena, mitad por los parientes
que se abandonan al silencio ante el silencio
de miradas que ofenden por su rapidez.
Así dispuestas,
esas cruces pueden ser casi el cierre relámpago de un país
que muestra sus intimidades, lo percudido y lo perdido.
Y la imagen de la niña gime: unas rodillas flacas y la madre
suelta la sábana iluminando el cuarto con un aroma
de trenzas que se abrazan en la madrugada, como en un llanto
de despedida.
Para saber
vuelvo a acercarme. El equilibrio del grillo tensa
la tarde y la gente que regresa cansada de las playas
pule rostros en la superficie de sus ollas,
y el crepúsculo me bombardea de neones tropicales
que se encienden a mi paso y en los, plásticos, ojos del gorrión
mi intuición emprende un vuelo sin retorno.
Cual si se tratara de un documentalista que nunca pierde la serenidad, Quijano sostiene su verbo como una cámara de video y registra esos rincones en los que la luz de lo hegemónico se diluye, y más bien surgen elementos alternativos que toman el lugar de sus opuestos y los sustituyen sin rubor alguno.Así, giran sin cansancio el pene encendido de un perro, el neón, las cruces al borde de la carretera y las ollas que familias cargan tras la jornada en la playa, constituyéndose cada uno de ellos en astros oscuros que encuentran en Sarita Colonia —"la niña virgen"— el sagrado eje de un circuito comúnmente inaccesible para los que pertenecen al mundo oficial.
El poeta sabe que abre una grieta y a través de ella, como si fuera una cueva, accede al interior de un país otro, uno que —considerando la época en que se escribió este poema— resulta enigmático por la aureola que nace de su violencia y salvajismo.
De allí que sea un testimonio del tránsito. El protagonista por ello insiste: "Para conocer / debo acercarme más". La distancia enceguece. La distancia asusta. La distancia amenaza.
Una vez que se ha cruzado miradas con la santa, una vez que a través de su mirada candorosa se ha descubierto el pálpito de ese universo oculto, es posible una (re)conciliación: "y el crepúsculo me bombardea de neones tropicales / que se encienden a mi paso y en los, plásticos, ojos del gorrión / mi intuición emprende un vuelo sin retorno".
- gonzález viaña: 'sarita colonia viene volando'
La versión de Eduardo González Viaña se distingue en muchos aspectos de la de Quijano. Para comenzar, se trata de una novela que reúne datos biográficos de Sarita con las declaraciones de un grupo de creyentes. Entre ellos el propio autor. Publicado originalmente en 1990 (Mosca Azul Editores), Sarita Colonia viene volando se reeditó en 2004 (Ediciones Petroperú).
El argumento del libro parte de un hecho: la santa resucitó en 1970, tras el terremoto, y ha regresado para realizar sus milagros.
Despierta de la muerte, le cuesta creer cuál es la condición que debe experimentar ahora. Mas el encuentro con otras almas, sumado a los testimonios expresados por sus seguidores —todos ellos afirmando que recibieron una ayuda de ella—, le harán entender su naturaleza de santa popular, bendecida por Dios, aunque ajena a los oficios burocráticos de la institución eclesiástica.
Gonzáles Viaña ha organizado su libro como la historia de ese proceso: de la nueva vida de Sarita, desde ser una niña provinciana y migrante, a una figura admirada y respetada por muchos.
Para ello, reunió personajes míticos —ánimas, brujas, pishtacos— con personas reales —un ejemplo es el caso del músico Pochi Marambio— que interactúan entre sí a través de sus testimonios. Cada uno se encarga de contar y de dotar de un tributo a la santita, a su santita.
De cierto modo, son las palabras de estos creyentes los que insuflan de vida a Sarita Colonia. Son ellos que devienen en sangre, en latidos y en consistencia de la niña virgen. Son ellos, peruanos o extranjeros, reales o ficticios, vivos o muertos, la enorme masa que oscura se impregna a su alrededor para que ella brille con mayor fuerza.
- ***
Como es posible observar, tanto Quijano como Gonzales Viaña, creadores de sus versiones de Sarita Colonia en tiempos cercanos (uno en 1985, otro en 1990) se comportan ante ella como creyentes que desean entrar a un sector de la realidad que hasta entonces se les hallaba restringido.
Un mundo, una región, que al abrírseles, también lleva a que ellos se hallen a sí mismos.