En el prólogo que José Watanabe escribió para el libro-catálogo de la exposición antológica sobre la obra de su querida amiga Tilsa Tsuchiya, llevada a cabo en el Museo de Arte de Lima en el año 2000, el poeta describe su encuentro con la producción de esta artista en los siguientes términos:
“Conocí a esta amiga [...] en 1968. Ese año expuso en el Instituto de Arte Contemporáneo, que se había mudado de Ocoña a una casona de la calle Belén. Visité la exposición con mi amigo Lorenzo Osores, con quien solía practicar en las galerías el sarcasmo y la petulancia, gozo de juventud que no pudimos ejercer frente a los cuadros de Tilsa. Suspendidos de golpe nuestros humos, decidimos hacer una audacia que el espíritu de esos años nos permitía: ir de inmediato a conocer a la pintora. Todos estábamos para todos y el presente era perpetuo.”
Watanabe y Osores tenían en ese entonces 22, 23 años; Tsuchiya, quien ya bordeaba los cuarenta, exponía por primera vez en Lima luego de una larga estadía en París. Ella era, hasta ese momento, una perfecta desconocida. Vivía en la segunda planta de un edificio en la calle Portugal, en Breña, encima de una farmacia que le pertenecía a una de sus hermanas. A raíz de la visita inesperada que menciona Watanabe en ese prólogo, se forjó de inmediato entre los tres una intensa amistad que perduraría hasta el fallecimiento prematuro de Tsuchiya, el 23 de septiembre de 1984.
Hoy deseamos recordar a esa Tilsa que fueron a buscar un día estos dos jóvenes intelectuales limeños de fines de los sesenta: a esa artista enigmática y generosa de la que brotó de pronto un universo pictórico que se volvería inmediatamente reconocible como suyo, a través del testimonio de su buen amigo, el artista gráfico y escritor Lorenzo Osores, quien compartió con ella (casi siempre en compañía de José) innumerables conversaciones apasionadas.
- el encuentro
“En una época los tres éramos inseparables", me dice Osores mientras observo detenidamente dos de los tres extraordinarios grabados de Tsuchiya que conserva este hombre en su departamento. Esas pequeñas gemas tardías de fines de los setenta, o quizá de inicios de los ochenta, están colgadas una junto a otra en la pared que está justo a mi costado, no muy lejos de un par de cuadros de gran formato firmados por Enrique Polanco. En uno de los grabados puedo reconocer, con cierto esfuerzo, una barca en la que se encuentran dos niñas que aparentan ser hermanas. Vistas más de cerca, se revelan en sus rostros unos perturbadores rasgos felinos y una suerte de atmósfera de aquelarre. Están en alta mar y por encima de ellas vuela, hacia atrás, un pájaro con el cuello torcido.
"Caminábamos mucho, íbamos al cine, a exposiciones, a veces a comer, a conversar", prosigue Osores. "Conversábamos mucho. Ella conversaba incluso cuando pintaba.” Yo ya había leído en algún sitio que su ritual creativo exigía siempre la presencia de cigarrillos, pero no me imaginaba Tsushiya —a ningún artista, realmente— trabajando con esa clase de intensidad mientras conversaba, por ejemplo, sobre la última película de Antonioni en cartelera.
“Era muy divertida. La recuerdo como una mujer fina, de una gran sensibilidad, muy inteligente y de espíritu abierto.” Le propongo a Osores regresar al momento del asombro inicial, a esa muestra del IAC en la que vio por primera los cuadros de Tilsa y decidió, junto con su amigo Watanabe, entrar en contacto con ella. “Inmediatamente me llamó la atención la calidad de su pintura: el manejo de los materiales, el manejo del color, las veladuras, la finura del tratamiento. Pero, aparte de eso, tú veías en germen un universo nuevo, mítico.” Era un universo nuevo, cabría añadir, no solo por su carácter eminentemente personal y por la singularidad de su iconografía, que pocos años después se volvería inmediatamente reconocible como suya, sino también porque se trataba de una obra que iba a contrapelo de las tendencias en boga en la escena artística local de fines de los sesenta —a saber el conceptualismo y la abstracción—, sin llegar a ser, no obstante, ni realista ni demasiado evidente.
- Tilsa y los artistas de su generación
Tampoco era surrealista, a pesar de lo mucho que se ha dicho y escrito al respecto. “No le gustaba el surrealismo. Le parecía que era demasiado intelectualizado... No le gustaba Dalí, por ejemplo. Sí le interesaba el trabajo de Man Ray y algunas cosas de Duchamp, pero, en general, la pintura surrealista no le decía nada”. Según el viejo amigo de la pintora, “en una época la gente usaba el término 'surrealista' muy a la ligera. Todo lo que no era comprensible, que no era una pintura obvia, realista, era tildado de surrealista".
La pintura que practicaba Tilsa, en su opinión, “no era una elaboración intelectual. Ese mundo brotaba espontáneamente, creo yo. Brotaba mágicamente. Tilsa era un espíritu demasiado libre como para atarse a teorías.”
Ahora bien, “era muy amiga y querida por todos sus colegas de Bellas Artes: Gerardo Chávez, Alberto Guzmán... Eran amigos, se respetaban. Ella tenía buena relación con los artistas de su generación.” ¿Qué figuras le interesaban especialmente en la Historia del Arte? “Tenía una gran admiración por algunos pintores prerrenacentistas; le encantaban, por ejemplo, Giotto y Paolo Uccello, también la Escuela de Fontainebleau.”
Osores me cuenta una anécdota especialmente interesante cuando le pregunto sobre la relación de la pintora con otros artistas de la región: “Tilsa formó parte de una importante exposición de arte latinoamericano en La Habana, en la que hicieron una selección muy rigurosa donde estaban Tamayo, Montero, Lam, Le Parc, artistas de todas las tendencias. Cuando ella llegó nadie la conocía. Antes de la inauguración se establecieron relaciones de camaradería entre ellos y, como ella era una chinita delgadita, jugaban un poco con ella. Pero el día de la inauguración, cuando vieron sus cuadros, la actitud de los artistas cambió porque se dieron cuenta de que estaban frente a una pintora excepcional.”
- el perú
“Se consideraba muy peruana. Decía que su pintura, esas montañas, ese cielo, no estaban inspirados en las pinturas japonesas, sino en Huaraz". Tilsa nació en Supe pero pasó parte de su infancia en Huaraz porque su madre era huaracina. Y, detalle importante, tenía, además de ascendencia japonesa, también algo de china porque su madre era una mestiza peruano china. "Tilsa tenía esas tres cosas, era peruana, japonesa y china a la vez. De hecho, su hermanas le decían 'la china'.” Si lo que dice Osores es cierto habría que corregir entonces la historia popularizada por Watanabe, quien sostenía que el apodo de su amiga era, en cambio, “la chola”. "Yo creo que ahí se equivoca José. Él tiene más memoria en unas cosas y yo en otras pero en ese punto no creo equivocarme. Ella me lo ha contado." En todo caso, vale la pena notar que Tilsa no estuvo nunca ni en China ni en Japón: era peruana hasta el tuétano. Tenía, además, "una gran devoción por la culturas pre-incaicas. Yo creo que por ahí también iba, inconscientemente.”
- ideas / política
Me interesa conocer el modo en que Tilsa se aproximaba a las ideas religiosas, especialmente debido a su interés por el arte prerrenacentista y a la presencia en su propia obra de ciertos rasgos que, me parece, resuenan en el contexto de tradiciones pictóricas religiosas y pre-modernas. “No era un espíritu religioso", me para en seco Osores. "Era más bien un espíritu laico, lo que llamaban antes una 'librepensadora'. Y era además una persona de claras simpatías por la izquierda". Eso último lo había añadido con una sonrisa casi maliciosa. "Admiraba la lucha del pueblo vietnamita contra la intromisión norteamericana. Le había parecido formidable que los vietnamitas derrotaran a los franceses y luego al gran imperio. Tilsa tenía una gran admiración por Hồ Chí Minh". Recuerdo haber pensado en ese punto que esto iba a pegar entre los editores de LaMula.pe. "También estuvo a favor de la Reforma Agraria". No se diga más. "Pero no era militante. Su adhesión era personal; su única militancia fue la pintura.”
- las galerías y el jet-set
Y la pintura fue una militancia que le ganó rápidamente, dicho sea de paso, la adulación de las clases más acomodadas de Lima. No siempre por las razones ideales, añadiría Osores. Cuenta el amigo de Tilsa que “cuando el gran artista peruano Reynaldo Luza, que en su época fue una estrella internacional de revistas de moda como Vogue y Harper's Bazaar, regresó a Lima, él quedó maravillado con la obra de Tilsa. Entonces, cada vez que una señora pituca le decía: “Ay, Reynaldo, quiero que adornes mi casa”, él respondía: “Bueno, hijita, tú necesitas un Tilsa”.
Lo cierto es que Tsuchiya fue una de las pocas artistas peruanas que expuso cuanto quiso y donde quiso: “Expuso en un montón de galerías. Había por ejemplo una muy prestigiosa, la Galería 9, que era dirigida por Carlos Rodríguez Saavedra, un gran erudito de la pintura. Ahí se disputaban por tener cuadros de Tilsa.” En el extranjero logró vender obras en mercados exigentes como los de Nueva York y Japón. Una galería neoyorkina le propuso cambiarle un cuadro suyo por grabados de Picasso y de Dalí (aunque Tilsa escogió finalmente una obra del artista de origen alemán Richard Lindner, al que algunos consideran el padre del pop art). “Acá quien le compraba casi todo era el señor Rafael Lemor. La Galería Camino Brent la dirigía él, y ahí Tilsa hizo una gran exposición. Ella vendía todo. Nunca se quedó con cuadros, salvo Tristán e Isolda, que se lo dejó a su hijo Gilles.”
- wagner
- Sé que Osores tiene una debilidad por el jazz, así que le pregunto si es una afición que compartía con su amiga. “Tilsa podía escuchar jazz o blues, pero lo que le gustaba a ella, sobre todo, era la música barroca o la música antigua, la medieval. Recuerdo que una vez nos regaló a José y a mí un casete bellísimo de flautas rumanas. Tenía una predilección por el arte antiguo; prefería lo primitivo a lo moderno. Aunque es cierto que también le gustaba la música clásica. Wagner le gustaba mucho; lo escuchaba mientras pintaba. Tanto es así que se inspiró en Tristán e Isolda para pintar ese cuadro maravilloso de una pareja que se da un beso inmenso con la lengua”.
- la enfermedad
“Tilsa y yo nunca hablábamos de enfermedades. Incluso hacia el final, cuando se enfermó de cáncer, seguimos conversando de los temas de siempre: de los amigos, de cine". Le pregunto, luego de unos cuantos rodeos, cuál es el último recuerdo que guarda de su amiga. Osores me responde ya sin tratar de esconder su tristeza. “Las dos últimas veces que fuimos a visitarla con José no la pudimos ver. Conversamos con ella a través de una cortina. Tilsa no quería que la viéramos. Estaba en tratamiento de quimioterapia, había perdido todo el cabello, había adelgazado mucho. Y José le decía: “Pero Tilsa, ¿por qué? Somos tus amigos, queremos verte”.
“Porque soy mujercita”, decía ella.
“No te olvides de que soy mujercita. Quiero que conserven la imagen de cómo me conocieron”.
Lee también en LaMula.pe:
Tilsa Tsuchiya: "El artista debe ser fiel a su visión personal de la realidad"
"El poeta en el arca": un acercamiento fílmico a Arturo Corcuera