Luego de recorrer un camino de piedras, llego a la puerta del hipódromo. Son casi las 3 de la tarde. No conozco muy bien el lugar, pero voy bien acompañado, así que finjo conocer al guardia y entro sin problemas. Subiremos al segundo nivel. Me pregunto si es necesario un ascensor, y si es necesario que el técnico del ascensor lleve un traje elegante. Siento que estoy en un (viejo) hotel 5 estrellas. En el ascensor van con nosotros dos personas más, dos hombres mayores. Uno de traje marrón, una bufanda muy fina sobre el sujetador de los binoculares que cuelgan sobre su pecho; lleva un sombrero de solo he visto en maniquíes. El otro hombre va en muletas, viste un pantalón plomo (alguna vez negro) y unos zapatos con muchas visitas a la reparadora. De manera muy respetuosa, el de las muetas le habla al del sombrero:  

- Ya era hora, señor, ya era hora que le toque- dice, mientras chasquea o aplaude con sus muletas.

El del sombrero le responde apenas con una media sonrisa, sin mirarlo. Nosotros bajamos en el segundo piso, ellos siguieron de largo al tercero.

Continúa nuestro viaje en el tiempo, o quizá un viaje por el agujero del gusano. Frente a una pequeña barra de madera, un grupo animado me recuerda a un casting de extras para una película de época. Al alzar la mirada, me encuentro frente a una tribuna de colores pasteles, muy parecida al oriente de cualquier estadio limeño salvo por la limpieza y por los atuendos de los asistentes, que asemejan al público de una función de teatro de los años 60, entre los que bailan con sus bandejas mozos muy elegantes. Tal vez sea un crucero, pensé.

Foto: "El Zorro" de la Vega.

Aferrado a la baranda que limita con la pista de carreras, veo que no solo el segundo piso parece un buque naufragado en el túnel del tiempo.

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

 El tercer piso parece sacado de una escena de Rock and rolla, una película británica sobre mafias modernas, una versión actualizada del padrino. Parece el entierro de un caballero inglés o el de la princesa Diana. Una oleada de flashes me ataca, su objetivo pasa justo delante mío: es el dueño del caballo que acababa de ganar. Un importante magnate, dueño de una cadena de casinos, acompañado por supuesto de una hermosa mujer. Nunca creí que un abrigo rosado podría verse tan formal, hasta ese preciso momento. Estamos en la alfombra roja de los óscar.

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

Ya caía el fresco de la tarde y los antojadizos como yo buscan algo que llevarse a la boca. Entre tanto mozo y mantel, encontré el puesto de una conocida marca de embutidos. Ni modo, pensaba al recibir un choripan al doble de su precio habitual, cuando por un tremendo susto casi lo dejo caer. Culpable: la banda de la policía nacional, que iniciaba a platillazos una nueva pieza celebratoria.

Pretendiendo alejarme y poner a salvo mi choripan, me topo con una reja, una muy gastada pero firme en su ley: no dejar que nadie pase. Mejor: que no pase nadie de la tribuna popular, donde nadie lleva traje elegante, ni almuerza con mantel, ni mucho menos hay mozos con traje. No hay mozos en absoluto.

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

Sorteando algunas puertas y escaleras logro entrar a la popular. El olor a cocina es evidente, y tal vez hubiera quedado como "mi primera impresión" sino fuera porque me topé con asientos de madera destrozados y una cantidad de basura que excedía la proporción de los asistentes. Ttal vez ésta llevaba ahí un par de domingos.

Me ubico lo más cerca posible a la pista de carreras, igual que antes, del otro lado de la reja. En las mesas ya no encontraba manteles y platos de comida, sino cartas y dados. Uno de los jugadores reclama constantemente al director de la banda de música.

-¡Urresti! ¡toca!, ¡Urresti! grita, cada vez que pasa su turno.

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

Desde la popular veo la siguiente carrera. Emocionante ver los caballos a gran velocidad. Más emocionante aún, escuchar a la gente alentar a las bestias. Al otro lado de la reja, solo se veía impaciencia, no esta efervescencia conforme la carrera llega al final. 

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

Los chasquidos resuenan, las pupilas de los aficionados se dilatan; las sonoras sacudidas de sus dedos, los hacen ver como si ellos mismos azotaran a sus caballos, moviendo la cabeza a ritmo de galope, ellos son el jinete. Windy Girl es la ganadora. Solo pude ver al ganador desde la pantalla gigante. No sabia si alegrarme, porque el ganador era aquel viejo del ascensor que solo atinó a sonreir de mala gana al de las muletas que presagiaba la victoria. Se anuncia en pantalla el retiro de Zeide Isaac, un caballo muy reconocido a nivel internacional, que ha participado en 7 países y ha conseguido 14 victorias. Me netero de todo esto allí mismo, claro.

-Es un Rocky... tiene 8 años, ya está viejo- comenta un aficionado, antes de beber su siguiente vaso de cerveza y volvere la mirada a su partida de poker.

Una muchedumbre se lanza contra la baranda, digamos, como si nuestro equipo hubiera metido gol. Los dueños del caballo que se despide de las pistas lanzan gorras y pequeñas banderas bordadas de los países en los que corrió. Modales de campaña electoral: los "regalos" los lanza la hija de los dueños.

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

Acabada esta ceremonia, encontré un túnel que me condujo al otro lado de la pista, una zona llena de ancianos que gozaban de sus cervezas y juegos de azar, mientras veían las carreras. En un puesto que ofrecía hamburguesas, me aventuré por otro choripan (a precio dos veces menor que el anterior). Me siento a gusto en esta zona. Hasta que me topo con un niño que lleva puesta una camisa igual a la mía. Ahora sé a que zona del hipódromo pertenezco. Del otro lado, una tribuna vacía, olvidada, luce completamente vacía, tan vacía como limpia, sin gente.

De retorno a las tribunas principales, subiendo por escaleras -ya que esta zona no cuenta con ascensor- un mensaje escrito en la pared advierte que está prohibido orinar ahí. Muchos desatendieron el mensaje. Retorno a ver las pantallas que anuncian un nuevo ganador, era otra vez el magnate y su rosada acompañante. Decidí ir por una gaseosa, curiosa botella conseguí, pues tenía un logotipo que pensé había dejado de circular en los ochenta. Al terminar de beber observaba como todos, cual manada, se dirigían a las ventanillas de apuestas. La vendedora del kiosko me mira atónita cuando le devuelvo la botella. Hago mi camino de vuelta a la zona de socios, aun en la zona a la que creo pertenezco, unos vidrios regados por el suelo, me hacen entender por qué tanto agradecimiento.

FOTO: "EL ZORRO" DE LA VEGA.

Como era de esperarse me niegan la entrada al tercer piso por no ir elegante. -No amigo, si te dejo entrar así me zapatean después. Así seas socio, igual pitean- me decía el guardia, vestido casi como el capitan del Titanic. Cae la tarde y la última carrera del día está apunto de empezar. ¿Cuál es el caballo? ¿Cómo saber cuél va a ganar?.

- ¿Podemos bajar?, preguntan en voz alta unas chicas, que pasan corriendo en tacos. Desde aquí veré la llegada sin necesidad de apoyarme en la pantalla. Los más adultos de la familia a mi lado chasquean con los dedos desde sus lugares. Ese chasquido tan alentador como azotador, cada vez más rápido, cada vez más fuerte; como si aguantaran la respiración, sus rostros cambian de color. Llega el momento decisivo de la foto y gritan, gritan mucho, como si Perú hubiera ido al mundial, como si Burga hubiera renunciado, como si Reimond Manco no hubiera fracasado. Hace tiempo no veía tanta emoción por un deporte.

NInguno era dueño, pero de seguro habían ganado en la apuesta lo suficiente como para sentirse tales.

Los que sí son dueños bajan a juntarse con el caballo para una foto. El jinete, que iba quedando en segundo plano, se apunta de último momento. La noche ya está casi sobre nosotros y unos pájaros comienzan a revolotear. Golondrinas. Entran y salen de las tribunas, cual hadas protegiendo su bosque. Quizá ya quieren que las dejemos dormir. Me pongo mi gorra blanca de Zeide Isaac y enrumbo a casa.