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¿Quién es "el emprendedor"?

Un pequeño debate hoy en las páginas de El Comercio ilustra los alcances y las limitaciones de la crítica a una ideología que debe desterrarse.

Publicado: 2014-08-23

Me ha sorprendido un poco leer esta mañana en El Comercio la columna del politólogo Carlos Meléndez, que discute en términos bastante acerados (y acertados) un editorial anterior del mismo diario. Ese editorial, titulado "Márketing político 101", levantaba una vez más la figura del "emprendedor" o "empresario" como actor fundamental en la sociedad y la política peruanas contemporáneas (una figura que habría "resuelto" la vieja oposición entre "los ricos" y "el pueblo"), y lamentaba el que nuestros discursos políticos no hayan incorporado todavía esta nueva realidad.

En su columna, titulada "Ciudadanía 101", Meléndez les da a los editorialistas de su propio diario una pequeña lección de liberalismo democrático, recordándoles que para muchos en el Perú "el objetivo de hacer empresa no alcanza a la acumulación de capital sino que se reduce a la sobrevivencia", y que la ideología del emprendedurismo "invisibiliza los distintos problemas estructurales que nos aquejan".

Hace bien Meléndez en ejercitar aquí su capacidad crítica ante el discurso triunfalista, tan simplón que da vergüenza, de la empresa privada como parangón de la vida cívica y las libertades individuales, y hace bien asimismo en recordar desde las páginas de El Comercio que esta misma ideología fue parte del (de algún modo hay que llamarlo) aparato conceptual del fujimorismo. Es decir, que ese lenguaje no es nada nuevo en la política peruana y que debemos descartarlo junto con algunos otros anacronismos perniciosos. Como escribe Meléndez, la palabra clave debería ser “'ciudadano', categoría que trata a todos los miembros de una sociedad con igualdad ante el Estado, más allá de sus niveles de ingresos, su procedencia étnica, su género y redes amicales".

Pero me parece también que este análisis, aunque justo, se queda corto en sus alcances, y que debería radicalizarse. Lo que no dice (y la ausencia es seria) es que la ideología del emprendedor, el alzamiento de esta figura como epítome y aspiración del individuo peruano contemporáneo y como respuesta efectiva (no lo es) a las contradicciones estructurales de la sociedad, resulta plenamente funcional a los intereses de quienes lo propugnan, que no son en modo alguno los de todos los peruanos. No se trata simplemente de un error de perspectiva o un problema de lenguaje, sino de un discurso interesado, que hace lo contrario de lo que anuncia: ahondar y consolidar, no resolver, los problemas de siempre.

Y esto es así porque está diseñado para hacer dos cosas que, con todo, otras ideologías nunca consiguieron por completo en el Perú. Primero, desafiliar a las personas de sus anclajes locales, culturales, familiares, desprenderlas de todas sus formas reales de pertenencia colectiva -salvo la más vaga (y falsa: "todos somos empresarios")-, y centrar su identidad en un terreno puramente individual. Y, segundo, definir esa actividad individual como la búsqueda del provecho y la ganancia propios, con exclusión, en la práctica, de cualquier otra cosa.

(Nota para los malos lectores de siempre: no quiero decir con esto que los emprendedores o empresarios no tengan familia, localidad o cultura; quiero decir que al subrayar exclusivamente el emprendedurismo, este discurso hace que aquellas pertenencias dejen de ser centrales para la identidad de las personas, aunque cada quien les otorgue mucha importancia en su vida privada.)

En otras palabras, no se trata tan solo de que el discurso del emprendedurismo esté equivocado y deba cambiarse por el discurso del ciudadano. Es que el discurso del emprendedurismo impide por diseño la afirmación de la ciudadanía y funciona a la vez como uno de los síntomas y una de las causas (pues así es el feedback loop de las ideologías) de las varias enfermedades que aquejan a la sociedad peruana, empezando por el aislamiento radical de las personas y el continuo, violento conflicto en que nos encontramos en todos los espacios de la vida colectiva.

Eso, y el hecho de que incluso si realmente se pudiera definir como empresarios o emprendedores a tantos peruanos como el discurso quiere, las contradicciones entre estos y quienes no lo son (por ejemplo, quienes más bien trabajan para sus empresas, ya que alguien igual tiene que hacerlo) seguirían tan en pie como siempre. Como en efecto siguen. Pero quizá pedirle esta elemental constatación a una columna de El Comercio sí sea demasiado.


Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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