Fricciones de L.U.C.U.M.A
(cameos de Maya Watanabe y Christian Bendayán)
Una cámara recorre muda y silenciosa un escenario salvaje. Solo se escucha el estruendo de las olas contra las rocas y el grito de las aves sobrevolando a sus anchas en pequeños grupos las ruinas del edificio, el único rastro de que alguna vez la isla fue habitada por el hombre, pero sobre todo por la Bestia. Porque en la Isla del Frontón hace tiempo, antes del motín y de la matanza, funcionaba una cárcel en la que encerraron a los criminales más peligrosos del Perú. L.u.c.u.m.a, exconvicto del Frontón y caserito de casi todas las cárceles del Perú ha pintado decenas de veces la Isla del Diablo.
Esta noche, en una galería de arte en Barranco, el hombre que cambió el puñal por el pincel se acerca a la pantalla y su oscuro perfil se superpone al paisaje marino, a los muros derruidos que alguna vez le impidieron la salida y son como dos tiempos cruzándose mágicamente en el espacio. La artista Maya Watanabe ha filmado para su nueva exposición escenas en la Isla del Frontón y en otros puntos de Lima, con la mirada sutilmente lírica y evocadora que la caracteriza, para hablar de los años de violencia en el Perú. Esta noche, gracias a las imágenes de Watanabe, Lucuma ha vuelto a los días en que el mar y las gaviotas no se asociaban a nada parecido a la libertad.
En ese instante los recuerdos se agolpan, los nombres de los amigos presos vuelven a su boca, se queda mudo derrepente, pero pronto la tristeza se disipa y Lucuma se despega de la imagen y sigue hablándonos de lo raro que aún le parece que alguien pueda pagarle tanto dinero por un cuadro. A él, un exconvicto. Y nos invita a su inauguración.
Al día siguiente, encuentro a Lucuma en otra galería, pero esta vez como anfitrión de su propia muestra. Está vestido, como él dice, para mostrarse tal cual es, “tengo frío pero no me voy a poner casaca porque quiero que me vean como soy y como he sido”, dice con un polo sin mangas y los tatuajes a la vista. La fiesta ha comenzado y él baila a ritmo de cumbia. En una de las salas están los cuadros del Frontón en los que aparecen sus amigos en un día cualquiera en una cárcel del Perú, jugando fútbol, recibiendo un castigo, mirando al cielo y esperando. Del mar no emerge el sol, sino la figura de un enorme Jesucristo. No muy lejos, en la orilla opuesta, se ven casi apacibles los barrios de Lima. “Mi escuela fue la cárcel”, dice.
En la puerta de su taller en Iquitos todavía cuelga una advertencia: “No dejes que vuelva al penal, no choques conmigo. Soy peligroso”. Pensar que cuando era niño mató a su propio hermano con sus manos y luego echó el cadáver descuartizado a la olla en la que cocinaban la comida para todos los niños del puericultorio. Lo cuenta el mismo Lucuma en un documental de la revista Vice. Por eso lo encerraron en el Larco Herrera. Pero él no estaba loco. Pájaro frutero, ratero, asesino, eso sí. Asaltaba con metralleta, con revólver, con dinamita. Su nombre del hampa era “Loco Cueva Drácula y Frankestein” y dejar la pendejada le costó lágrimas. Se pasó 29 años de su vida preso. “Yo debería estar muerto hace tiempo pero la muerte se corría de nosotros”. Fue el mandamás de los choros, hasta que un día Dios y el Arte lo cambiaron. Por eso pinta a los forajidos y criminales, “para que el mundo vea que pueden cambiar”. Video de Vice.
Y claro que él cambió. El gran tema de su pintura es la posibilidad de redención. “El discurso que despierta la libido artística de Lucuma es la posibilidad de la regeneración – explica Gustavo Buntinx, curador de la exposición y responsable del proyecto de Micromuseo, que alberga la obra del pintor–. Para mí es una metáfora poderosísima en términos individuales de lo que somos como país, un país fracturado y desgraciado por la historia que, sin embargo, siempre se ha recuperado desde el sustrato mítico que le permite reinventarse, convertir la derrota en experiencia”.
“Friccionar” es el verbo preferido de Buntinx. Su proyecto de Micromuseo trabaja con la premisa de “potenciar la fricción creativa entre lo pequeño burgués ilustrado, personas como tú o como yo ,y lo popular emergente, como Lucuma”, me dice. Para muestra, el delirante cartel “Tropizalizando a Marx”, que anuncia al pie de la carretera central el taller de Lucuma en Huaycán.
Otra muestra de “fricción” es la que existe entre Lucuma y Christian Bendayán, cuya obra está muy ligada en sus inicios al trabajo pictórico y a la vida del exdelincuente. Su tríptico en homenaje es un retrato al oleo de Lucuma, alrededor del cual ha recreado pinturas características del universo de Lucuma, y ya no con oleo sino con esmalte, “que es la burda técnica que le da esa fuerza tan particular al trabajo de Lucuma” –explica Buntinx –“de ahí que ese tríptico demuestre “la posibilidad de la coexistencia de lo irreconciliable. La relación simbiótica, personal y artística, entre Bendayán y Lucuma, es una promesa de dicha futura para un país como el Perú”.
“¿Qué sientes cuando ves estas imágenes del Frontón?”; le preguntó ese día Maya Watanabe a Lucuma, emocionada por la coincidencia. “Tristeza”, dijo él y empezó a soltar los nombres de sus compañeros de prisión: la Gringa, Bicharra, Comeonbaby, Chino Type…
Y seguimos friccionándonos en pos de esa dicha.
Fotos: Gabriela Wiener