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El camino de Henry Pease

Entrevista de Osmar Gonzáles a Henry Pease en "Apogeo y crisis de la izquierda peruana", el libro en que Alberto Adrianzén reúne el testimonio de muchos de los protagonistas de la izquierda peruana del siglo XX.

Publicado: 2014-08-10
El sociólogo, politólogo y ex presidente del Congreso Henry Pease falleció a los 69 años de edad la noche del 9 de agosto. Su propia mirada al largo camino político que emprendió fue recogida en una entrevista de Osmar Gonzáles en "Apogeo y crisis de la izquierda peruana", el libro en que Alberto Adrianzén reúne el testimonio de muchos de los protagonistas de la izquierda peruana del siglo XX.

Henry, cuéntame, a mediados de los años cincuenta hasta inicios de los sesenta, aproximadamente, se estaba dando un cambio en la forma de mirar la política, gracias a las luchas de liberación nacional, la ruptura chino-soviética, luego la triunfante Revolución Cubana. ¿Cómo recuerdas ese tiempo desde tu participación?

A fines de los cincuenta estoy en tercero de secundaria (15 años) y comienzo a conocer las “invasiones” y las barriadas de Lima. Me impactó mucho una foto de El Comercio en la que la Guardia de Asalto (a caballo) arremetía contra los pobladores que invadían un arenal… creo que llevé el recorte para el periódico mural del colegio. Por entonces el jesuita Augusto Vargas —luego Arzobispo de Lima y Cardenal— nos llevaba a Primero de Mayo, El Ermitaño y Comas a hacer catequesis y trabajo social y otro jesuita, Santos García, profesor de historia y geografía, organizaba viajes y campamentos al interior del país. Ambos nos mostraban una sociedad distinta a la que vivíamos, con enormes carencias y exclusiones, demandante de justicia social y de cambio.  

Más aún, recuerdo que en 1961, saliendo del colegio, creo que en uno de los actos en la Asociación de exalumnos, un exalumno mayor que tuvo a su cargo un discurso nos dijo “ustedes verán incendiarse la pradera porque mientras en Lima vivimos cómodamente al campesino le pagan con veinte o cincuenta centavos más una bolsa de coca y una botella de aguardiente al día”. Esa frase la he recordado mucho en los ochenta cuando apareció Sendero Luminoso.

Tomé entonces una opción: mi proyecto de vida era trabajar por cambiar esa sociedad que me parecía injusta. Inicialmente identifiqué el cambio con la vivienda, por el peso de la realidad de las barriadas e influido por mi padre que soñaba con que yo fuera arquitecto sin fijarse en varias de mis torpezas. 

Acepté un curso de dibujo arquitectónico por correspondencia invirtiendo los tres meses de vacaciones de 1960 y me devolvieron todas las láminas. Augusto me aconsejó ir a economía, porque desde allí se podía cambiar más las cosas y por eso me presenté a la PUCP a estudiar economía, pero volví a fallar, ofrecían economía pero formaban contadores. Derivé entonces a Ciencia Política, no pensando en ser un investigador sino en tener instrumentos para cambiar esta sociedad. 

Mi ingreso a la PUCP en 1962 hizo crisis cuando me encontré con una Facultad que formaba contadores públicos, quise retirarme y mi padre que ese año era Ministro de Educación de la Junta de Gobierno, me llevó al ministerio a conocer nuevos rumbos. No me hizo empleado público sino me duplicó la propina que me daba de su bolsillo y me fue haciendo conocer diversas áreas y ramas.  

Me interesó la alfabetización que iniciaba un programa masivo y organicé un programa que propuse a la Federación de Estudiantes de la PUCP, que presidía Jaime Montoya, quien me apoyó y me llevó ante el rector, el padre Mac Gregor. Él confió en nosotros y nos dio diez mil soles de entonces como presupuesto. Más de 500 estudiantes quisieron participar y se inscribieron.  

Participaron 137 y tuvimos cinco centros de alfabetización en Comas y más de 200 alfabetizados el primer año. Desde este trabajo me fui interesando en el movimiento estudiantil y en la PUCP la corriente socialcristiana era importante aunque no se había organizado como tal. Desde que estaba en el colegio me había reunido periódicamente con algunos amigos para estudiar la doctrina social de la iglesia, especialmente las encíclicas sociales. En casa de Rafael Roncagliolo nos reuníamos con Chema Salcedo, Santiago Pedraglio y Javier de Belaúnde si mal no recuerdo.  

Como siempre, a esa edad, había muchas discontinuidades, interrupciones… pero fue afirmándose una voluntad de cambio que no siempre aterrizó en compromisos partidarios. Fundamos el primer movimiento estudiantil de la PUCP “Izquierda Universitaria” que nació en un encuentro de dos días en Huampaní en 1965 y me eligió su primer presidente. Yo no me inscribí en la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) hasta después de terminar mi mandato como presidente de la FEPUC (1965-66) porque quería resguardar mi independencia. Pero en el movimiento estudiantil forjamos una serie de planteamientos de reforma universitaria que tenían una mirada del país diferente a la tradicional.

Y dime las relaciones entre Democracia Cristiana y los partidos que van apareciendo de la nueva izquierda y PC eran, supongo, casi inexistentes ¿o si habían lazos?
No había una relación frecuente y cotidiana en la PUCP, como sí en otras universidades, pero nos conocíamos. Por ejemplo, los últimos candidatos del movimiento socialcristiano que fueron Salcedo y Blancas tienen que haber tratado entonces a Diez Canseco y Haya de la Torre que fueron dirigentes estudiantiles en esa época. Yo los recuerdo después…los conocí cuando trabajaba en DESCO. Pero mi experiencia en la Democracia Cristiana fue breve, me inscribí el 66 y me retiré el setenta junto con Enrique Bernales, Rafael Roncagliolo, Alfredo Filomeno y Jaime Montoya, quienes se enfrentaron con Héctor Cornejo Chávez en un congreso, en que nos acusó de comunistas… para variar.
El velasquismo, mal que bien, digamos fue un momento, una circunstancia más o menos importante para la formación de la izquierda, tanto del PC —que manifiesta una oposición crítica— como de la nueva izquierda, de estos partidos juveniles de izquierda que tenían una posición beligerante y de confrontación. Pero al mismo tiempo, el velasquismo logra atraer a diversas tendencias, parte de la Democracia Cristiana, Acción Popular Socialista y otras corrientes.

Para entonces ya estamos en DESCO, un centro que hacía investigación social y programas de desarrollo en sectores populares. Ingresé en 1960 y lo dirigí por elección anual de sus miembros desde 1973 hasta fines de 1982. Esta ONG fue fundada por democristianos como Hélan Jaworski y Federico Velarde que luego se alejan de la DC y se integran al SINAMOS. Los más jóvenes ya no entraron a la DC y muchos militaron en varios de los partidos de lo que luego fue la Izquierda Unida. DESCO fue un espacio de encuentro, plural y tengo a la mano un libro que lo recuerda: Democracia y Movimiento Popular. Fue fruto de un seminario que organizamos para el quince aniversario de DESCO. Están todos los colores de la izquierda…Carlos Iván Degregori, Rolando Ames, Enrique Bernales, Fernando Gonzáles Vigil, Rafael Roncagliolo, Eduardo Figari, Santiago Pedraglio, Eduardo Ballón, Fernando Sánchez Alvavera, Nicolás Lúcar… 

A cada ponente —profesores latinoamericanos— le puse dos comentaristas de los partidos peruanos. Obviamente no todos trabajaban en DESCO pero en esta entidad había gente de varios partidos y más de una vez pretendieron tomar la dirección, pues era una ONG autogestionaria. Por eso me quedé diez años en la dirección y aprendimos a distinguir planos y tolerarnos.  

Hubo crisis en 1973 justamente cuando, tras un largo esfuerzo, regresamos Marcial Rubio —que era el subdirector— y yo, de un complicado viaje por Europa, EEUU y Canadá y traíamos un paquete de proyectos aprobados que refinanciaban DESCO por dos años. En el mes y medio que estuvimos fuera se tejieron alianzas de viejo estilo que culminaron aprobando un estatuto que dejaba sin poder al director. Me reelegían por unanimidad pero querían que cada área hiciera lo que quisiera, incluso sin obligarse a cumplir.

Ah, eso es importante, o sea como que hay dos campos, dos escenarios: el del gobierno y el de la sociedad civil.

En los setenta se dinamizan los movimientos sociales populares. Hay acciones del gobierno pero hay mucha iniciativa desde abajo. En los siete años de Velasco se reconocen más sindicatos que entre 1821 y 1968. Es obvio que en el campo la reforma agraria conlleva muchas formas de movilización campesina pero incluso si miras la ciudad de Lima, con alcaldes designados a dedo por el gobierno, muchos de ellos militares retirados, ninguno pudo contener a los ambulantes que inundaron las calles buscando un espacio de trabajo. En varias dimensiones a la vez se va construyendo un nuevo tejido social. Los partidos de izquierda son parte de ese mundo pero no lo dirigen, aunque vendrán desde 1977 algunas coyunturas puntuales en que sí influyeron en sus más grandes organizaciones. Para poder ser dirección política, la unidad de la izquierda era indispensable. La persona que encarnó esa unidad fue Alfonso Barrantes. Yo lo discutí con él años más tarde, en tiempos de la ruptura, cuando un amigo lo había convencido que él era el dueño de los votos y le dije que era un grave error, que él era el hombre de la unidad y que si se rompía la IU él desaparecía y cualquiera lo ganaría. Terrible porque ese cualquiera que sacó más votos que él fui yo, que sacrificando la candidatura a la alcaldía tuve que sacar la cara por IU en las elecciones presidenciales cuando él se inscribió con los que se fueron en el JNE. 

Esos años de la IU fueron una sucesión interminable de crisis. La primera fue antes de asumir la alcaldía, cuando un coronel amigo suyo que trabajaba en el Comando Conjunto nos informó que ganábamos según sus encuestas…en vez de alegrarse entró en crisis y me dijo ¿Y ahora qué hacemos con eso? (se refería a la municipalidad).

Tú estabas preparado.
No, porque no era cuestión de administrar una institución sino de hacerlo con partidos que se llevaban mal y confrontaban todo el día y un líder que, en ese contexto, solo apostó por una salida caudillista. El día que me buscaron en mi casa para proponerme que fuera como teniente alcalde fue la primera crisis que vi. Me trasladé al local de la Plaza Dos de Mayo, conversé con Alfonso y los representantes de los partidos y acepté. Esa noche cerraba la inscripción y estaban en los trajines de armar las listas, en una pugna feroz. Cerca de las doce Alfonso se escapó y desapareció en un taxi, por lo cual tuve que acompañar yo a los personeros a inscribir la lista. Poco después Alfonso me acusaba de coordinar con los partidos contra él y yo aprovechaba para decirle que llegaba a una IU donde eran indispensables los partidos y él, yo sirvo en ese contexto y no en otro le dije. Ya mi experiencia en la DC fue frustrante por el estilo caudillista que impuso al final Cornejo Chávez y no me interesaba repetir lo mismo. Quizá por eso nunca me dijo sus planes de ruptura.
Quiero retroceder un poquito a lo que decías de la relación de un gobierno militar con sociedad civil, pero en el caso que estamos hablando, de DESCO mediado por intelectuales militantes. Eso creo que le da un tono particular a la izquierda del momento. Está bien, habían los movimientos sociales, populares, pero esa relación institucional que se da digamos entre espacios como el Gobierno Militar, con asesores intelectuales y sociedad civil, con estos espacios como DESCO con intelectuales también jóvenes que están proponiendo una forma diferente de ver el país… le da un tono particular a la izquierda ¿no? ¿Cómo crees tú que este protagonismo de lo intelectual impacta en una forma de ser la izquierda peruana?

No sé si llamarlos intelectuales o profesionales. Siempre pensé que el intelectual más que un aplicador es un formulador pero estos son básicamente centros de aplicación, más allá del derrotero personal de cada uno. Esta caracterización vale también para los partidos de la época. 

Un profesor belga de ciencia política nos convocó para una investigación que fue su tesis doctoral sobe los partidos políticos en el Perú de los sesenta. Me tocó hacer entrevistas a dirigentes de Acción Popular. En todos los partidos los dirigentes de cada nivel eran profesionales, estamos hablando de clases medias cuyo eje de desarrollo en la sociedad es tener una profesión. Algo de eso cambia en los setenta: conocí muchos militantes que truncaron sus estudios universitarios por decisión de sus partidos.

Esa es más o menos mi inquietud para entender la característica de Izquierda Unida, porque eran profesionales, pero como tú dices, eran también militantes y como militantes estaban entre, digamos, el desempeño profesional propiamente dicho y el pertenecer a una jerarquía del partido y muchos terminan siendo cortados, quebrados por las decisiones de las dirigencias de los partidos.

Pero tienes que distinguir entre partidos y partidos porque esa jerarquía así no existió en la Democracia Cristiana. Probablemente derive de la concepción marxista-leninista de partido. Creo que un elemento que influyó en esa dirección fue la devoción que tenían por la lucha armada —algo más leninista que marxista— y que repetían como ritual religioso. Repetí insistentemente a mis alumnos que “el camino condiciona la resultante” y que la lucha armada no es la manera de construir una sociedad y un estado democráticos. Pero vale decir que lo democrático apenas lo tomaban con pinzas, aunque fue creciendo con la práctica de los ochenta. Recuerdo siempre a un alumno que hace casi cuarenta años me dijo ¡Ud. es un socialdemócrata! como si estuviera diciendo ¡Ud. es un hijo de puta! y ahora está en el PPC. 

Esta lógica militarista estuvo presente en el Partido Aprista y en los partidos de izquierda y pesó mucho en los sesenta, setenta y ochenta. Viniendo de una sociedad autoritaria y caudillista, marcó muchas relaciones sociales y fortaleció la intolerancia. Siempre recuerdo un libro de Regis Debray, periodista francés que fue compañero del Che Guevara en Bolivia y que luego escribió La crítica a las armas, en donde refiriéndose a las guerrillas del Perú dice “…muchos capitancitos sin soldados que mandar…”. Eso se dio, a mi modo de ver, en el caudillismo de los partidos y constaté en la campaña del noventa cómo truncaron los estudios de varios que fueron alumnos brillantes de la universidad.

Pero eso de que en los ochenta y a principios de los noventa, cuando rompe Izquierda Unida, va a aflorar que esto funcione, esa lógica radical de ir al pueblo, entregar la vida por la revolución…

Es que esa no es la lógica. Yo fui parte de una generación que desde los sesenta se entregó a ese servicio pero eso no significaba convertirse en peón de un capitancito que te maneja a su antojo. Obviamente hay diferencias con la ideología que se tenía como cemento que amalgama esas relaciones.  

Los setenta y los ochenta fueron para mí años totalmente dedicados a este servicio y a esta cercanía popular. Desde DESCO en Huaral, Santa, Pacaraos y Huancavelica, o en Canto Grande, Villa el Salvador o en sindicatos y luego desde la municipalidad e IU, en el mismo universo. No era una tarea solo, lo hicimos con Mary como parte esencial de nuestra relación hasta el final de su vida.

Tú venías de otra tradición.
Pero no venía de una tradición que me llevara a ser peón de ningún mandón y no acepté nunca que nadie me mandara así
Pero es la lógica radical de esa tradición. Encuentra razones o sentido en la segunda fase con las huelgas, los paros, la idea —ahora vemos que no era tan cierta— de la revolución a la vuelta de la esquina, lo que se llamaba en ese tiempo ascenso de las masas, como que justificaba esas forma de ver la política y de actuar en ella. Eso que aparece a fines de los setenta se prolonga.

Eso viene desde antes por ejemplo en las tradiciones del PCP y de Patria Roja. Estaban enfrentados por su historia más que por sus diferencias. Son construcciones históricas muchas veces llenas de chantajes. Eso va a forjar un tipo de militancia mucho más cerrada y para Izquierda Unida afectó todas las relaciones. Era una relación difícil entre destacamentos, de parecida conformación, en donde cada uno se sentía portador de la historia y de la verdad —a veces absoluta— con pocas variantes en términos de democracia interna. La práctica hizo vencer muchos prejuicios y creo que se avanzó en entenderla política como una dimensión propia, no simple reflejo de lo militar. 

También se avanzó en reconocer al otro, distinto, y tolerarlo en una sociedad que practicaba en muchos ambientes la intolerancia. Luego, en lo que se llamó la nueva izquierda se repitieron muchos de estos rasgos que estrangulaban la democracia interna y hacían feroz la confrontación entre partidos de izquierda. La mala relación entre los partidos de la IU viene desde su historia de rupturas y confrontaciones previas. En los setenta muchos observadores sosteníamos que todos estos partidos declaraban que el imperialismo era el enemigo principal pero, en realidad, lo era el partido con el que acababan de romper.

Pero de su lógica partidaria a la lógica institucional de la ONG…
No son compatibles y tengo infinidad de pruebas.
Ya me imagino, ahí tenías que ser director de DESCO pero también, al mismo tiempo jefe de partidos
Lo que sostuvimos era que DESCO era un espacio común, de franja, que no podía ser apropiado por ningún partido.
Pero es una relación difícil. Mantener todo lo académico, lo profesional, con lo político militante, es una tensión permanente.
Tensión sí, pero salimos adelante y todos aprendimos.
Bueno, ya en los ochenta, después de las elecciones de la Constituyente, creo que el porcentaje que llegan a alcanzar los diferentes partidos de la izquierda es casi un tercio.
No fue un tercio sino 30% en 1978.
Un 30% le justifica esa actuación inmediata anterior con Morales Bermúdez, pero ¿no consideras que de todas maneras ayude este comportamiento a relacionar los partidos con los sectores sociales como el obrero, el campesino?

Las luchas mismas unieron coyunturalmente a todos, en cada día de paro hemos estado juntos, cuando había que defender derechos también. Las luchas sociales llevan a confluencias objetivas. En esos años conocí al joven Alan García, en medio de gestiones.

flickr revista nexos

Es decir no hay una relación orgánica entre el dirigente y el partido.

No había un partido de toda la izquierda sino muchos partidos enfrentados entre sí que solos no podían pesar en política y fue lento y tortuoso el proceso de unificación, lleno de cortapisas porque cada uno quería desarrollar su perfil, su estrategia, etcétera. Más aún, creo que todos sabían hacer trabajo sindical pero era una izquierda pre-política y poco formada en democracia. Compartía con el resto de la sociedad una cultura política antidemocrática. Mi generación no solo vio desmoronarse varios proyectos democráticos sino predicaba más bien los límites de las democracias y no sus virtudes. Por eso en los sesenta se le proponía el apellido de formal a la democracia y se la devaluaba. No se aceptaba que la democracia podía servir para alcanzar conquistas sociales y no existía como hoy una cultura de derechos humanos.

Yo le decía a Beto Adrianzén, comentando el primer capítulo de su libro [La transición inconclusa de la década autoritaria al nacimiento del pueblo. Lima: Otra Mirada, 2009], que si los actores de ese momento —que en esta sala elegimos a Valentín presidente del Congreso— hubiéramos tenido en cuenta sus definiciones de minimalismo, todavía Fujimori seguía gobernando en Palacio. Los actores tienen que priorizar lo posible y no sus buenos deseos, aunque éstos sirven para fijar el rumbo. En esta casa estuvieron todos los grupos, incluso Rafael Rey ¿cómo iba a salir una opción socialista? Si esto no se entiende, no se entiende lo que es un régimen democrático de la misma manera que si se sigue pensando que hay que voltear la tortilla para que los pobres coman pan y los ricos ya sabes qué, tampoco es posible un régimen democrático. Y ya sabemos que alcanzarlo no resuelve todos los problemas pero insistimos, como hace tantos años, que este camino es mejor que la lucha armada que es lo que todos predicaban, aunque es lento, tortuoso y lleno de frustraciones.

Claro el político tiene que manejar lo posible en los escenarios dados. Dime, lo que te decía de la votación para la Asamblea Constituyente, hizo ver a los partidos como que esa relación los encaramaba, los legitimaba, los justificaba… los explicaba, pero claro, yo suponía que eso había ayudado a establecer una relación orgánica entre los partidos y tú me dices que no fue así.
El nivel de enfrentamiento ente los partidos era muy grande a fines de los setenta. Probablemente la mayor confrontación estaba entre el PCP que dirigía la CGTP y los demás partidos, casi todos dirigidos contra el PCP. La famosa contradicción entre la Unidad de Izquierda y la Alianza Revolucionaria de Izquierda fue expresión de eso.
Claro ARI y… no me acuerdo el otro…
Pero si te pones a pensar en los resultados electorales de la Constituyente, quien ganó fue el FOCEP con la dirección de Genaro Ledesma y el liderazgo de Hugo Blanco, en el sector más desarticulado por llamarlo de alguna manera. Por eso la apuesta de Alfonso Barrantes en IU fue la posibilidad de construir un escenario nuevo y ese fue el intento que se tiró al tacho el noventa.
El 89 muy a la mala.
Eso estaba en retroceso, se había avanzado en la apuesta democrática pero seguía pesando. Rolando Ames, que estuvo en esa discusión del Congreso de IU, te puede contar. Pero cuando en medio de ese proceso se radicalizan contradicciones políticas y no se sabe ni acepta competir con reglas claras. Te pongo un ejemplo de los temas. Cuando comenzábamos la gestión municipal un día Alfonso, de visita en mi casa, me dijo algo así como “yo quiero saber en qué y cuándo nos vamos a enfrentar”. Yo estaba sentado en mi biblioteca y tenía a la mano una colección de la Revista OIGA, saqué una que tenía marcadita y le dije: “Si vuelves a repetir esta cojudez te contesto”. Es que en una entrevista se proclamaba estalinista. La segunda, le dije, “te contestaré y me enfrentaré si tú transiges con Sendero Luminoso en cualquier punto, en nada más, obviamente mientras estemos en la Municipalidad”. Yo cumplí y él también. Pero hacía daño cada vez que Patria Roja salía con su lema “el poder nace del fusil” aunque nunca lo empuñaron y hacía daño Diez Canseco con su tesis del “brazo armado” en medio de un país que estaba conmovido por la violencia iniciada por Sendero Luminoso.
Hay un lento aprendizaje, asimilación y valoración de lo que es la democracia, pero dentro de la Izquierda Unida eso era difícil pues estaba presente la opción armada que iba en retroceso por una valoración diferente.
Lo que veo hoy, cuando se dan cuenta que han pasado algunos años y no se  logran cambiar las políticas neoliberales, es que algunos comienzan a llevarse la democracia de encuentro, dicen en Otra Mirada que la propuesta de reducir a la mitad en período parlamentario es electorera. No se analiza la importancia de un contacto mayor con el electorado y de separar las elecciones para que el parlamento no sea la cola del ejecutivo y a la larga resulte dependiente del caudillo de turno.
¿Tú percibes una involución o un congelamiento?
Yo percibo que se vuelve a lo mismo y a veces son las mismas personas, aunque ya no hablan de lucha armada pero ésta no sale de su disco duro.
Y partidos no democráticos.

Yo diría partidos protodemocráticos como casi todo en el siglo XX, que tuvo más años de autocracia y donde los regímenes democráticos no tuvieron continuidad elemental. En plena crisis impulsamos el primer congreso de IU con la tesis “Un militante, un voto”. Me tocó impulsar la organización de más de cuatrocientos congresos distritales y provinciales tras la inscripción de más de 150,000 peruanos, la mayoría de los cuales no eran militantes de los partidos.  

Barrantes se inscribió y tuve la ficha en mis manos. Si hubiera asistido, su liderazgo se hubiera recompuesto y se hubiera afirmado ese espacio común. No fue así y se retrocedió a lo que puede ser un frente de partidos o alianza electoral y eso murió tras las elecciones de 1990.

¿Y por qué prefirió romper? ¿Por su concepción estalinista que de repente la guardaba íntimamente, por cálculo político, por malos asesores, por un caudillismo exacerbado?
Yo creo que fue una decisión colectiva con quienes se fueron con él. Creo que pensaban como Alfonso que los votos se irían con ellos o que, por lo menos, quedarían como una agrupación más grande y decisiva. Todos perdimos y la izquierda dejó de ser alternativa de gobierno.
Bueno, yo he conversado con ellos y me decían de que la contradicción frente a los grupos que proponían la lucha armada y que todavía no abandonaban las visiones insurreccionistas era tan fuerte, tan aguda que ya era imposible sostener ese frente.

Yo sostengo que esa es una racionalización a posteriori. Salvo el PSR — que no se definía marxista leninista— cuando deslindó años antes con un sector militarista o violentista de su organización, no recuerdo que los otros partidos que se fueron con Alfonso hayan hecho deslinde teórico importante con la lucha armada, más allá de cuestiones puntuales en medio de la lucha política al interior de IU en las que pudimos coincidir. Sostengo, además, que ninguno de los que tu ahora ubicas en las visiones insurreccionistas estaba muy dispuesto a usar las armas y quizás la prueba para el historiador sea que nunca las usaron, ni siquiera cuando la cosa se puso peor. Tampoco creo que “las masas”, que si estaban en IU y pude conocer y tratar, cara a cara, los hubieran seguido por ese camino. La lucha armada era parte de una lógica de chantaje para imponerse con autoridad —ciertamente autoritaria— y excluir otras opiniones. Era ideología que se aplica con muchas contradicciones pero la lucha política tenía otros elementos que pesaban. Yo no encontré en IU ni en los partidos que la integraban ningún defensor de Sendero Luminoso. Si no hubiera sido así no habría sacado la cara por ellos. 

Te cuento una anécdota de 1990. Fujimori, antes de jurar, me llamó al CírculoMilitar y me propuso ser Ministro de Educación. El cargo me encantaba — lo ejerció mi padre y allí conocí por primera vez el Estado en 1962— pero no acepté porque quien me lo proponía era tan desconfiable que en medio de la propuesta me dijo varias mentiras. Como presionaba y me decía que la IU no me dejaba, le dije que si quería se los traía a conversar pero que yo tomaba mis decisiones y no iba a cambiar. Esa noche le llevé a todo el CDN menos a Javier Diez Canseco porque esa tarde se retiró el PUM de IU. Fujimori creía que esos izquierdistas simpatizaban con Sendero, por eso sostuvo con energía que él dialogaría con Abimael Guzmán. Le contestó Jorge del Prado, el secretario general del PCP, diciéndole: “Presidente, con esos solo dialogan las metralletas”. Del Prado no se fue con Alfonso y estaba muy lejos de sostener una apuesta insurreccional o algo por el estilo, aunque como todos los del PC tuviera la lucha armada en la galería de modelos ideológicos a usar.

¿No crees que la presencia de Sendero fue un catalizador muy perverso dentro de la Izquierda Unida y —como decía Chema Salcedo— que parece ser la conciencia sucia de la Izquierda… que sienta voz de revolución… y que ahora ya lo estaba haciendo pero por otro lado, buscando el realismo político que estaba en el lado de la constitucionalidad.
Eso solo puede haber estado presente el 78 cuando Patria Roja se negó a ir a la  Constituyente. Pero además ya entonces era evidente el carácter antipopular de Sendero Luminoso, no solo porque desde el principio hasta el final asesinaba a líderes del pueblo sino por algo de lo cual hoy no se puede tener duda: fue el que liquidó al movimiento popular más importante del siglo XX. No te olvides que la mayoría de partidos de IU tuvieron muchos muertos en manos de Sendero.
Así fue la cosa…
Creo que no se le puede echar la culpa a Sendero de algo que tiene que ver con  cada una de estas formaciones y con una historia que fue sistemáticamente confrontacional.
O sea que la lógica militar…

No me refiero ahora a eso sino a la lógica de confrontación. Si entiendes la política solo como confrontación no entiendes el régimen democrático.


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