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foto: editorial caja negra

New York a la Ñ

La autora peruana Claudia Salazar presentó en la Feria Internacional de Libro la antología "Escribir en New York"(Caja Negra, 2014). Un libro que reúne 28 textos que giran en torno a la "Gran Manzana". 

Publicado: 2014-08-01

“Capítulo uno: Él adoraba la ciudad de Nueva York aunque para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. Cuán difícil era existir en una sociedad insensibilizada por, música estridente, televisión, delincuencia, basura. Mucho enojo. No quiero sonar enojado. Capítulo uno: Él era rudo y romántico como la ciudad que amaba. Detrás de sus lentes de armazón negro vivía el poder sexual de un felino. Esto me encanta. Nueva York era su ciudad. Y siempre lo sería" (Manhattan- Woody Allen).

Todos hemos soñado con Nueva York alguna vez. Ya sea para alabarla por considerarla el espacio de las grandes oportunidades o para señalarla como la ciudad que refleja la deshumanización de la sociedad. Y es que la “Gran Manzana” nunca descansa. Todos sus habitantes están ocupados. Para ella jamás es suficiente. Existe, como lo reflejan los primeros minutos de la película Manhattan una mezcla de sentimientos antagónicos. 

foto: newyorkxglb.blogspot.com

Nueva York es una ciudad de inmigrantes desde sus inicios y dentro de ella podemos encontrar pequeños países, comunidades que escaparon de la pobreza, las guerras o el aburrimiento para edificar una nueva narrativa para sus vidas. Esa parece ser la consigna de los escritores antologados en “Escribir en Nueva York” una libro que reúne a 28 autores hispanoamericanos que meditan sobre su experiencia como inquilinos de la ciudad estadounidense. La editora del libro es Claudia Salazar Jiménez (Lima,1976), quien vive en Nueva York desde hace 10 años. Además, ha sido nominada, por su novela La sangre de la aurora (Animal de Invierno, 2013), como finalista en el Premio Las Américas a la mejor novela escrita en español el 2013.

Lo primero que llama la atención de la compilación es la divergencia de voces. No existe una línea artística que los antologados defiendan y esa característica hace que el libro sea más complejo y a la vez entretenido. 

Uno de los temas más recurrentes es el proceso de adaptación de los inmigrantes. Como ya se ha mencionado se trata de autores que no son estadounidenses (aunque no todos escriben en castellano). Así, la relación con la ciudad refleja diferentes estados de ánimo. Ulises Gonzáles (Posibilidades de New York), por ejemplo, trasmite la sensación de un enamoramiento por la personalidad multicultural, representada en la convivencia del castellano con el inglés: “Muy pronto descubrí que contaba con el español para escapar: era mi primer día de clases de inglés intenso en New York. Ahí estaba yo, dudando de subirme o no a un tren con un número 1 en el frente, cuando abrieron las puertas y vi gente… En un impulso, dirigiéndome a un muchacho que viajaba aferrado a un pasamanos, le pregunté en castellano: <¿Va a la 34?> y el muchacho me respondió< Sí, sí va> con perfecto español y amable acento de México”(p.77). No obstante, algunos se fueron por razones que se alejan de cualquier ensoñación artística, como la de Naief Yehya (De la cresta de la ola al páramo de la indiferencia), un narrador cuyo interés por la cultura popular lo llevó a estudiar los talk shows (además de escribir sobre pornografía), programas televisivos que exponían la vida privada de los invitados: “Vivir en New York creaba la ilusión de estar en la cresta de la ola. De nada sirvió esa posición supuestamente privilegiada para anticipar el impacto de Internet en la cultura. Entre otros fenómenos curiosos, la industria de la música se encuentra en ruinas y la editorial está pasando por su peor crisis de identidad de su existencia” (p.162).

jaime manrique/ foto: colprensa

Para otros, el desprendimiento físico de su país y la adaptación a la nueva ciudad signifcó un redescubrimiento de su propia identidad. Así, lo evidencia el escritor colombiano, José Manrique (Sin censura en New York) quien experimentó una mayor libertad como escritor al poder tratar temas complicados como la política y su propia homosexualidad. De algún modo fue más consciente de los defectos de la sociedad colombiana que lo albergó ( y formó) por diecisiete años. De esta manera, nos enfrentamos a un tema espinoso y que hiere, quizás lo más preciado: la propia identidad. Saberse parte de una comunidad que no alcanza a entendernos. Manrique encuentra en el inglés, y en una ciudad ajena, una nueva forma de reorientar su flujo creativo: “En New York declaré infame al estado colombiano y empecé a escribir ficción en inglés—el idioma que Nabokov, Conrad y Dinesen habían escogido para escribir su obra--. La primera cosa que noté cuando me lancé a ese abismo linguistico fue que, por primera vez, me sentía libre de escribir no solo acerca de la vida política y cultural colombiana, sino también acerca de mi homosexualidad. Tenia el ejemplo de Manuel Puig (mi mentor) quien había sido ridiculizado durante una visita a Colombia recién publicada su novela El beso de la mujer araña (p.96).

issac goldemberg / foto: diario la primera

Por otro lado, la reflexión sobre la construcción de ficciones agrupa a escritores con trayectoria como Issac Goldemberg (Breve historia de una novela fantasma) o Diamela Eltit (La casa de la escritura), entre otros. El primero, un reconocido escritor peruano de raíces judías nos relata la historia de dos medios hermanos, Daniel Katz y Ángel de la Cruz. Ambos se embarcan en misiones extrañas y hasta inverosímiles (pero no por eso menos entretenidas): el primero debe limpiar la imagen del movimiento Hamás y así ganar adeptos “para la creación de un estado palestino”; el segundo quiere convertirse al judaísmo y probar que el poeta César Vallejo tiene raíces judías. A partir de este argumento se cuelan complejas reflexiones sobre apropiaciones idiomáticas: “En ese momento, el escritor se percata de que su novela es también una novela acerca del idioma, mejor dicho de los idiomas en que está escribiendo: algunas variantes del castellano americano, inglés, y un poco de judezmo, ídish, quechua y hebreo. Escribe, además, en un español neoyorquino, plagado de anglicismos y algo de spanglish. Sabe que la pureza de la lengua se perdió hacer rato, como se ha ido perdiendo también la pureza de sangre”(p.72).

Diamela eltit /foto: pablo sanhueza (El mercurio)

La autora chilena, en cambio, deja de lado los atavismos geográficos y declara que su lugar de escritura no es estable y se mueve junto con sus pies. Eltit descree de esas comunidades artísticas nacionales y construye un espacio propio, íntimo, que le permite aumentar su capacidad de percepción en los diferentes lugares donde su quehacer profesional la lleve. En realidad, para la narradora, Nueva York como otras ciudades, son estaciones de paso: “Mientras camino por las calles me asombro cuando me asalta la peregrina idea de cambiar el mundo. O me invade la pulsión radical de terminar para siempre con los ránquines de ventas de libros… Y, en una tarde especial, intensa, preparo mi maleta para volver a mi casa” (p.63).

Estamos, entonces, ante una galería de textos, tanto de ficción como de no ficción, que reflejan la apropiación de una ciudad (cuya génesis está marcada por la inmigración) por parte de escritores hispanoamericanos que por diferentes circunstancias tuvieron que alejarse de sus propios lugares de origen. Al mismo tiempo, la lectura de la antología permite descubrir como la literatura actual en lengua española ha virado hacia una mirada más personal, más individualista, pero no por eso carente de ambición estética.

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Escrito por

Manuel Angelo Prado

He publicado dos libros: Estación (2011) y Hemiparesia izquierda (2017). Escribo y tomo fotos.


Publicado en

Redacción mulera

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