No obstante, se perdería más. Aquí, les contamos la historia de unos libros: una aventura que se inició en imprentas de la Baja Edad Media europea, seguiría por el Virreinato del Perú y terminaría en la bóveda de una biblioteca de lo que antaño –durante la colonia- era apenas un cuartel al sur del Cusco, Chile. Los libros –como un ser deforme de novela gore- estuvieron ocultos por más de un siglo en esa cripta.
De no ser por los buenos oficios de administraciones chilenas entre los años 2004 y 2007, los 10 mil volúmenes expoliados de la Biblioteca Nacional del Perú (BNP) –en agosto de 1881- por las tropas del país del sur durante la ocupación de Lima en las postrimerías de la Guerra del Pacífico, no sólo seguirían considerando un estatus de ‘mito urbano’ por historiadores trasnochados del país del sur, sino también continuarían olvidados por los investigadores y estudiosos que en 135 años poco o nada usufructuaron de ese tesoro bibliográfico arrebatado al Perú.
Aupadas por las presiones y oficios de Maura Brescia de Val, editora, autora y reportera y las investigaciones del sociólogo, escritor, editor y periodista Marcelo Mendoza, las autoridades chilenas comenzaron un proceso, con sus homólogos peruanos, de cara a iniciar la devolución de este botín de guerra bibliográfico. Otro tanto, queda pendiente un capítulo estatuario, pictórico y de enseres y muebles saqueados durante la invasión chilena en el conflicto decimonónico. Así, se inició la recuperación de este patrimonio, con este gesto que decantó en la devolución de casi 4 mil especies a fines del año 2007.
¿Cuál fue el derrotero histórico de estos libros? ¿Cómo fue ese viaje épico que tuvo, después de muchos ‘naufragios’, un final feliz?
Veamos…
DEL ANTECEDENTE LINAJUDO DEL INCUNABLE PERULERO
Repasemos primero lo qué era el Perú a la llegada del extremeño porquerizo Francisco Pizarro, marqués de Pizarro.
La Gobernación de Nueva Castilla del Oro -‘protonombre’ del Perú- dio en herencia al Virreynato del Perú –creado en 1542 por el Emperador de los Austrias don Carlos I de España y V de Alemania- un territorio que abarcaba desde las marismas panameñas, pasando por las actuales naciones de Colombia, Venezuela, Ecuador…el Perú lógicamente y terminando su orden jurisdiccional en Chile y Argentina. Era prácticamente, el mismo territorio que albergó el Imperio de los Incas: en suma, la mitad de un continente.
No fue poca cosa si se atiende que el Perú fue la ‘Joya de la Corona’ de la Casa de los Austrias y de los Borbones. Y la Ciudad de Los Reyes de Lima, la urbe colonial donde todo se concentraba: el poder temporal y el poder religioso. Los asuntos legales, administrativos, económicos y religiosos tenían nombre propio en lo contencioso-administrativo: Lima. Así las cosas, si un bonarense o bogotano tenía querella de herencia o mercantil, debía tomarse unas semanas para viajar a ‘Los Reyes’ y tomar control de su litigio y porfía.
Es lógico pensar que junto a estos estamentos, la educación clásica fue de la partida. De hecho, la primera universidad de prosapia clásico-latina en América del Sur, fue la Universidad de San Marcos en Lima, con fecha fundacional en 1551. Las órdenes religiosas contribuyeron otro tanto a esta suerte de ostentación –cultural, académica y rezadora- de una ciudad gris, donde cae una garúa puntillosa, no se ve el sol por diez meses y la humedad campea todo el año.
No fue poca cosa si se atiende que el Perú fue la ‘Joya de la Corona’ de la Casa de los Austrias y de los Borbones. Y la Ciudad de Los Reyes de Lima, la urbe colonial donde todo se concentraba: el poder temporal y el poder religioso.
Todos estos factores fueron provocando que libros ‘incunables’ –aquellos de imprenta casi artesanal y no nacidos en editoras a ‘escala’- aproarán desde la Europa del bajo medioevo (siglos XV y XVI) y anclarán en el puerto de El Callao, distante de Lima apenas cinco o siete leguas. De este modo, el linaje del incunable perulero está probado a través de esta estirpe histórica que tuvo como colofón un Virreynato rico en oro y plata…¿y por qué no? En un bagaje cultural envidiable también.
DE CONVENTUAL TESORO A BOTÍN DE GUERRA
Los cañonazos libertadores llegaron al Perú tarde. No porque José de San Martín haya demorado en cruzar el paso de Uspallata en 1817, durante su épico viaje andino. No porque Antonio José de Sucre, barón de Sucre no haya deseado reñir el 9 de diciembre de 1824 en las altiplanicies de Ayacucho contra un Virrey de facto como La Serna, conde de los Andes. No, la independencia llegó con retraso porque los peruanos –al menos la casta criolla rica y ennoblecida con pergaminos de Castilla- nunca quisieron a un San Martín o Sucre, ¡menos a Bolívar! Según su visión del mundo, estaban ‘bien’ siendo españoles, no deseaban la emancipación.
De esta manera y con este pensamiento, la tardía República llegó con su retahíla de caudillos y anarquías que ensombrecieron los primeros años del siglo XIX y cuyo daño –a decir de muchos historiadores como Basadre o Guerra Martiniere- fue perpetuo. ¿El refugio de los incunables ante este caótico contexto? Frágil. La Universidad de San Marcos y los conventos tan sólo. Sin embargo en 1821, Bernardo de Monteagudo, el republicano secretario de San Martín (y detestado por la aristocracia limeña nostálgica del Rey de las Españas), fue quien fundara la entidad bibliotecológica. De esta forma, el legado de las especies terminó formando parte de un patrimonio muy rico en fondo y forma.
Hasta que llegó –otra vez- un azaroso cambio de itinerario para los libros: la Guerra del Pacífico.
El miedo se convierte en pavor y éste da paso al pánico dice la ciencia neurológica; parafraseando, la invasión se convierte en euforia y ésta da paso al saqueo entonces. Después de la Campaña Naval (1879), donde el monitor Huáscar terminó capturado y ahora ‘duerme’ en el puerto chileno de Talcahuano como trofeo de guerra, el ejército de Chile inició la campaña terrestre que arrasó con Tarapacá e ingresó a Tacna. Sobrevino una larga y penosa batalla por esta ciudad sureña (1880). Posterior a esta contienda, el ejército del General Baquedano preparó el asedio a Lima. Entramado que terminó con la ocupación de la otrora ostentosa urbe colonial en 1881.
Con este hito de guerra, “Chile –por fin- se independizó del Perú” dijo el Capitán de Fragata (r) Jorge Ortiz Sotelo, experto en historia militar a propósito de la Mesa Redonda sobre el traslado del patrimonio bibliográfico, coloquio realizado en la Feria del Libro de Lima en su versión 2014. Mesa compuesta no sólo por el militar peruano, sino por los expertos chilenos mencionados antes en el tema: Maura Brescia y Marcelo Mendoza. El especialista militar mencionó esto porque –según él- “Chile siempre vivió a la sombra del Perú…desde la Colonia e incluso desde el incanato”.
La llamada ‘independencia’ significó un trauma para el Perú, pues junto a la tea de destrucción que representó el incendio del lujoso balneario de Chorrillos durante la invasión a Lima, se suman –como poco felices ejemplos- el hecho de que el Salón de Actos de la casa de estudios superiores más añeja de América, San Marcos, sea usado como picadero de ejercicios ecuestres para los oficiales de la caballería chilena: los caballos, entonces, reemplazaron a los teólogos y doctores de la Iglesia, así como a los latinistas, clásicos y peritos en Derecho Romano y ciencias y cómo no, la bandolera la montó contra la BNP con el robo de las especies, incunables incluidos: el botín para mayor INRI.
SABUESOS DE LIBROS
En un reportaje publicado en abril del 2006, en el ya desaparecido Diario Siete de Chile, Marcelo Mendoza puso pica en Flandes al develar la cruda realidad: que el pillaje de la soldadesca decantó en la remesa de más de 10 mil volúmenes hacia Chile seis meses después de consumada la invasión a Lima.
“Desde Lima fueron enviados a Chile 103 cajones con libros sacados de la biblioteca peruana. Según se consigna en el Diario Oficial”, escribió Mendoza.
Justamente –de acuerdo al investigador- esta suerte de celo militar de las fuerzas de ocupación jugó en contra de Chile, porque gracias a esta formalidad castrense de apuntar y listar todo fue que el rol de especies apareció en el Diario Oficial en 1881, inventariando todo el expolio (no sólo de libros, sino de otros materiales de estudio científico).
Por ese entonces, la encomienda fue recibida por el académico chileno y Rector de la Universidad de Chile en 1881 Ignacio Domeyko quien recogió el penoso encargo de clasificar no sólo el botín bibliotecológico, sino otras piezas y objetos de ciencia. “Debe entenderse que, producto de haber sido una gobernación pobre, a mucha distancia de la holgura del Virreynato del Perú, Chile tenía muy precarios laboratorios y bibliotecas para la formación académica e investigación”, explica Marcelo Mendoza en el artículo.
Gracias a una pesquisa detectivesca que contó no sólo con la lista publicada en el Diario Oficial, sino con documentación del intelectual sureño Domeyko, Mendoza pudo identificar los volúmenes extraídos del Perú, rastreando no sólo su origen incunable sino avisando su pronta devolución.
Cuestión que le granjeó enemistades entre círculos de fervor nacionalista, intelectuales y profanos.
DEVOLUCIÓN Y BRONCA
Hacia el año 2006 ya las conversaciones entre los Gobiernos de Perú y Chile respecto a la devolución de los volúmenes, estaba avanzada: “Los gobiernos de Lagos y Toledo dialogaron para conseguir la devolución...” refiere el artículo de Diario Siete.
“…Sinesio López, director de la Biblioteca Nacional del Perú, informó que ya estaba sellado un acuerdo oficial para la devolución de libros (…) el ministro peruano de Educación, Javier Sota Nadal, ratificó lo dicho”, menciona el sociólogo en su informe.
El acuerdo se concretó un año y seis meses después. En noviembre del 2007 llegaron a Lima –según la BNP- 3,788 ejemplares recuperados de la bóveda de la biblioteca chilena.
Pero este gesto inicial, no gustó a muchos en Chile. Citado por el reportaje de Diario Siete, el historiador chileno Sergio Villalobos, dijo a propósito del tema: “Sólo tenemos que devolver saludos a Perú”. La complicidad oficial tampoco pasó desapercibida. Maura Brescia –junto a Mendoza- menciona que en 1989, durante un homenaje oficial al bicentenario de la Revolución Francesa en Santiago el historiador chileno Claudio Rolle, quien participó en el evento, señaló que los organizadores tuvieron problemas para exhibir volúmenes de la gran Encyclopédie de Diderot y d’Alember porque “…en su interior había timbres de la Biblioteca de Lima”, tal como consigna el informe del medio mencionado.
Otras tribunas, menos académicas y apócrifas como el portal soberaniachile.cl y Alerta Austral alegan el ‘mito urbano’ creado en torno al patrimonio cultural usurpado por Chile y el 'ilícito' que significó la devolución de parte del mismo.
...el historiador chileno Sergio Villalobos, dijo a propósito del tema: “Sólo tenemos que devolver saludos a Perú”.
Así las cosas, de acuerdo a Maura Brescia queda aún pendiente la devolución de más libros, piezas estatuarias, pictóricas, monumentos y material científico robado durante los saqueos de Lima en 1881. ¿Su valor económico? “Incalculable y complejo de definir”, dijo Brescia.
LOS DOS PALMA
Ricardo Palma, el autor de Tradiciones Peruanas, fue el Director de la BNP tres años después del saqueo. Su apelativo de ‘bibilotecario mendigo’ se lo ganó a puro punche, tratando de recuperar el legado bibliotecológico del Perú alrededor del mundo. De hecho, Palma rescató algunos ejemplares robados por las autoridades chilenas en la faena invasora, pero la intriga política colgada a un cargo público como el que Palma detentaba no le alcanzaron para su quijotesco gesto.
Más de un siglo más tarde, Nivia Palma Manríquez, por el año 2007, alta funcionaria de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile y Directora de la Biblioteca Nacional del país del sur, lacraría el acta oficial de cesión de los libros, que sumaron en amague de primera entrega los 3,788 volúmenes mencionados que -de inmediato- fueron exhibidos en Lima.
Así las cosas y a más de un siglo, una Palma devolvió –simbólicamente- a otro Palma (mendicante de libros y fallecido), las especies sustraídas de la BNP en 1881.
La historia y sus sarcasmos en modo ‘final feliz’.
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