En una esquina, ocultos entre paredes enjalbegadas, reposan en altas estanterías de cedro y protegidos con cristales 2, 741 libros que han sido anotados, subrayados y puntuados según su valor por Mario Vargas Llosa. Algunos están encuadernados con un lomo rojo atravesado por dorados y brillantes nervios. La caligrafía del nombre de los autores también está en letras doradas. Son libros de ficción escritos en inglés, portugués y sobre todo en español que nadie puede leer; si corres con suerte puedes verlos con la misma avidez que un glotón mira detrás del escaparate de las pastelerías. 

Es una mañana calurosa en Arequipa, la temperatura llega casi a los 30 grados y recorro con Mario Rommel Arce, director de la Biblioteca Mario Vargas Llosa, una vieja casona que está siendo refaccionada para albergar los 30 mil volúmenes —divididos entre sus casas de Madrid, París y Lima— que el Premio Nobel peruano donó en marzo del 2012, cuando celebraba en la Ciudad Blanca su cumpleaños número 76. La casona se encuentra a dos cuadras de la plaza de armas y perteneció a Francisco García Calderón Landa, un arequipeño que fue Presidente del Perú por un breve periodo en el siglo XIX. Es un tradicional solar de una sola planta, paredes de sillar, cuartos de techos altos y abovedados y un amplio patio central.

«Los comentarios escritos de puño y letra de don Mario pueden ser mal utilizados, teniendo en cuenta que muchos de los autores de esta colección aún están vivos, o sus viudas o sus hijos lo están. Don Mario me dijo que no le gustaría que sus comentarios se usarán indebidamente: “Mejor que puedan ser leídos solo hasta después de mi muerte, mientras tanto solo deberían poder ser apreciados», recuerda Rommel que le apostilló Vargas Llosa, mientras me explicaba el porqué no podía ver ninguno de los libros. 

Nadie podrá leer estos libros, ni siquiera los investigadores hasta que Vargas Llosa muera. A lo sumo, como si se tratara más de un museo que de una biblioteca, cada cierto tiempo, algunos colegios de secundaria hacen una peregrinación para ver detrás de los vidrios los libros del Premio Nobel. Y aunque tienen un proyecto entre manos para digitalizar algunos de los volúmenes, no cuentan con el presupuesto. "Aún así los libros que se digitalizarán no serán los que están anotados por don Mario", advierte el director de la Biblioteca Vargas Llosa.

Hace ya varios meses, Rommel se pasó tres días junto a dos asistentes y la secretaria del escritor peruano inventariando los volúmenes que serían la primera entrega que haría en vida el escritor. Los libros pertenecen a la biblioteca que Vargas Llosa  tiene en su departamento en Barranco, un distrito ribereño ubicado frente al mar de Lima y reconocido por ser un barrio bohemio, preferido por escritores y artistas. Esa mañana insistiría sin éxito, picado por la curiosidad y la prohibición, en que Rommel me dejará ver alguno de los libros. ¿Qué había escrito Vargas Llosa que pudiese temer tanto? 

El misterio

Pocos conocen que a Vargas Llosa las polillas le comieron un millar de libros. La anécdota la relata el periodista español Jesús Marmachado en el libro “Donde se guardan los libros”: «Era 1958. Dejaba Perú para viajar a Europa y tras él, envuelto en naftalina y picadura de tabaco negro, algo más de mil libros guardados cuidadosamente en cajas en el desván de la casa de sus abuelos, allí en Lima; el peor clima del mundo para el papel. Cuando regresó, cinco años después, se encontró con un escenario de catástrofe: las cajas deshechas, lacias, abiertas muchas de ellas, abarquilladas, y los libros enmohecidos, llenos de puntos de óxido, y horadados de túneles y galerías por los que la polilla se había abierto camino, sobre todo —misterio nutritivo, alimentario— en las cajas de los libros de historia». 

Durante la ceremonia en la que anunció la donación de su biblioteca personal, solo un día después de su cumpleaños, el escritor no recordó esta anécdota, pero sí admitió que el clima arequipeño era más amable para salvaguardar la supervivencia de sus libros. “No les voy a ocultar que para mí es doloroso separarme de mis libros. Para un lector los libros son los amigos más entrañables y leales, compañeros y testigos de las aventuras y desventuras vividas a lo largo de toda una vida[…]Me consuela un poco que estos libros míos vienen a una ciudad de clima más hospitalario y que van a ocupar esta bellísima casona arequipeña”, dijo un contrito Vargas Llosa.

Rommel, el celoso custodio de los libros del Nobel peruano, es un hombre de mediana estatura, abogado y escritor. Este año publicó un libro sobre el bisabuelo de Vargas Llosa, Belisario Llosa y Rivero. Un hallazgo al que con orgullo recuerda el Nobel peruano calificó de "aporte valioso e instructivo". El libro lleva un prólogo de Gerald Martín el único biógrafo que Gabriel García Márquez autorizó en vida.

En la noche anterior a nuestro encuentro, Rommel presentó en el patio de la casona contigua, donde antes estaba el Gobierno Regional de Arequipa, una muestra del pintor David Rosas Berrio, cuyo atractivo principal es un cuadro que es una interpretación del clásico renacentista de Rafael Sanzio: "La Escuela de Atenas". La novedad es que el pintor de la Ciudad Blanca ha incluido en el lienzo a Mario Vargas Llosa. El escritor aparece vestido con una túnica blanca discutiendo con otros filósofos en la parte inferior derecha de la pintura. 

Lo que la política distancia, lo una la cultura. Atrás parece haber quedado el resentimiento en el escritor peruano, después de la campaña electoral de 1990, cuando Vargas Llosa perdió también en Arequipa, ciudad que lo vio nacer, la contienda electoral por la presidencia contra Alberto Fujimori. En el "Pez en el agua", sus memorias publicadas apenas dos años después de la derrota electoral, Vargas Llosa no entendía como su propia tierra le había dado la espalda. Hoy esos viejos resentimientos se han volatizado. 

"Escondo la nota para evitar que un día, por accidente, puedan ver el libro y descubran que su puntuación no es alta [...] Y con los amigos escritores, como no puedo ser objetivo, no los califico o, en todo caso, lo hago de una manera mental", ha confesado el escritor. 

"No hay nada en una nota que cause ese recelo excesivo" le digo a Rommel insistiéndole para que me permita ver los libros. El hombre solo suelta una risa divertida, mientras mueve la cabeza en forma de negación. Algo más debe haber escrito, insisto mientras pienso que aquel hombre conoce un secreto al que todos los demás tendremos que esperar pacientemente la muerte del escritor para poder acceder a él.