Políticos sí, pero cuáles
"Antes que menos políticos deberíamos desear unos mejores, capaces de procesar demandas sociales y negociar los conflictos inevitables en toda sociedad", responde Eduardo Dargent a Alfredo Bullard.
"El mundo sin políticos no es la panacea, sino todo lo contrario. Tiene serias patologías", dice Eduardo Dargent. "Son los partidos políticos fuertes los que limitan las ambiciones y extienden los intereses al mediano y largo plazo", reflexiona en su columna de hoy en La República. La compartimos:
Haciendo referencia a un famoso cómic, hace unas semanas Alfredo Bullard pedía (con ironía) una ley que prohíba los políticos: “Qué pena que, como en Watchmen, no se pueda dar la Ley Keene que prohíba su existencia ni que proscriba las caretas bajo las cuales actúan” (El Comercio 3/5). Ideas similares se escuchan todo el tiempo en nuestro país. Los políticos son despreciados y probablemente muchos estén de acuerdo con que deberían desaparecer.
En realidad el mundo sin políticos ya existe en el Perú. Fíjese bien, los políticos profesionales son hoy una especie en extinción. Nuestros políticos son amateurs, casi imposible llamarlos políticos. La renovación de los cargos de representación es altísima, de las mayores en América Latina. Cambiamos cerca del 75 por ciento del Congreso cada cinco años. Los presidentes regionales y alcaldes tienen tasas de reelección bajísimas. De todos los ministros, apenas Pedro Cateriano y Ana Jara (relativamente nueva) son políticos profesionales. Ya no hay políticos, pero el resultado no es el que esperan los críticos de la política. Por el contrario, este mundo sin políticos presenta hartos problemas.
Para comenzar, son los partidos políticos fuertes los que limitan las ambiciones y extienden los intereses al mediano y largo plazo. Cuando hay interés en mantener una organización en el tiempo es que se controlan incentivos negativos de la ambición política y se busca responder a demandas de la población. En nuestra situación actual, de personalismos y debilidad organizativa, manda el corto plazo.
Además, la gente valiosa no entrará a la política. Sin organizaciones políticas fuertes que protejan y apoyen en campaña a los que quieran participar nos quedamos sin el aporte de personas que pueden dar mucho a la sociedad. ¿Ustedes imaginan a Luis Alberto Sánchez o a Luis Bedoya Reyes buscando ganarse la simpatía popular hoy? La política de nuestros días demanda show, programa concurso, recibir difamaciones, y por ello muchos la miran de lejos y hasta con miedo.
Y las peleas de largo aliento las suelen dar políticos, no amateurs. Sea por altruismo o por interés electoral, los políticos profesionales se compran pleitos. Víctor Andrés García Belaunde tuvo músculo suficiente para combatir a Rodolfo Orellana a pesar de toda la batería de infamias que recibió. Daniel Mora empujó una ley que tiene al frente a mercachifles de la educación y argollas mediocres de docentes universitarios (y también críticos de buena fe, por supuesto). Carlos Bruce se fajó por la unión civil.
No se trata de presentar románticamente a los políticos profesionales ni negar que hay una parte de verdad en lo que señala Bullard. La política está llena de personas aprovechadas, egoístas, centradas en sobrevivir electoralmente. Los fondos de campaña y el peso de intereses particulares atrofian la representación incluso en saludables democracias. Y hay políticos profesionales incapaces de recoger demandas sociales por estar enfocados en gratificar a sus clientelas. Por esas conductas se critica a los políticos, aquí y en Suecia. Pero la forma de controlar estos problemas es con política, no con anti-política.
El mundo sin políticos no es la panacea, sino todo lo contrario. Tiene serias patologías. Antes que menos políticos deberíamos desear unos mejores, capaces de procesar demandas sociales y negociar los conflictos inevitables en toda sociedad. Y eso pasa por identificar y reconocer el trabajo de aquellos que hacen buena política en condiciones adversas, no por desear su desaparición.
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