El amor según Kafka

Publicado: 2014-07-03

No se puede amar en la templanza, se es necesaria cierto sino de retorcimientos y arideces, no de otra se llegaría a una comprensión de la capacidad de amar de la que hablaba Fromm. En este sentido el amor puede entenderse como proceso liminal que se atraviesa no sin salir tullido, no obstante hay casos, como el de Franz Kafka, en que nos quedamos en el vertedero de los miasmas.  

Kafka iba a casarse, escribió cartas de amor, pero él mismo era un laberinto sin salida, él mismo era la impotencia de vivir. Replegado en sus miedos, alimentados por la autoridad paterna y haber sido relegado al tedio burocrático, la imagen del hombre comprimido que nos legó Benjamin es la que mejor encaja para darnos una idea de los afectos del atormentado Franz: en su interior se concentraban enredaderas, espinales, marañas...

El autor checo se derrama en sus cartas a Felice, esperando algo más que la comprensión o solidaridad con su angustia, lo que esperaba por el tono de esta correspondía es alguien que lo protegiera y asumiera la responsabilidad de reconstruir su “yo”. 

Si esto hubiera sucedido posiblemente no hubiera escrito novelas como América, pero hubiera sido un hombre menos atormentado por él mismo. El arte o el amor no siempre llegan a una síntesis. En esto radica el problema del amor que nos plantea Kafka y que, como reza el argot, consiste con convertir al otro en un salvavidas.

Otro punto a destacar: ¿estaba Felice en la capacidad para comprender a Franz? Ciertamente hablamos de 500 cartas, una regularidad entre 1912 y 1917, periodo durante el cual Felice es una receptora tolerante. Por su parte en Franz se trasluce la necesidad de ser escuchado y de extenderse, de darse a conocer, que Felice lo conozca en sus obsesiones y depresiones. 

Si bien el artista nunca sale de sí mismo, quisiera dejar su “yo”, dejar de ser Kafka, ser distinto, no obstante es este mismo “yo” el que abunda en las cartas, llamándose “el habitante de la cueva” o declarando “lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado”.

Es casi seguro que Felice conociera más a Kafka de lo que él pudo conocerla. Por esto mismo las veces que ella propusiera una iniciativa por formalizar la relación, Kafka se evade o rompe la relación, huyendo de cualquier amenaza. Así, Felice se sumaría a Julie Wohryzek como una de las mujeres que él decidió abandonar.

Años después Franz conocería a Milena Jesenskà, acaso la única mujer que no lo vio solo como un posible marido  sino como un artista que admiraba. A pesar del amor vuelve a aparecer la misma flagelación. Como había sucedido con Felice no tarda en repetirse el despligue de párrafos como este: “"yo, animal de la foresta, yacía en cualquier parte , en mi sucia zanja (sucia solamente a causa de mi presencia, por supuesto)”. Kafka dice amar, pero el tormento le gana y así le exige no verse, prefiriendo su propia agonía y condenando a Milena a una confusión emocional.

En 1923 será Dora Diamant la nueva amada. Enfermo, agotado, con 40 años, Kafka encontrará en Dora -para entonces de 19 años- un último refugio, de aquí que escriba sobre sus cuidados: "estoy bien aquí, tiernamente protegido hasta el colmo de las posibilidades terrenas". 

Aquí se impone una importante diferencia: es la primera vez que se abandona una relación epistolar, a distancia, y Franz experimenta el amor concretamente. Asimismo ya no siente las presiones del matrimonio o de estabilidad de parejas, pareciera que frente a Dora esta vez no tuviera nada que temer. 

Lo que se entiende con este seguimiento es que Franz llegó a palpar el amor en su sencillez, por lo cual todo lo anterior fuera más una máscara alimentada por las propias exigencias femeninas: Felice quería hacerlo su esposo, Milena lo idealizaba como escritor, pero Dora lo conoció en su talante más humano, en su fragilidad sin aspavientos trágicos. Pero esto que pudo haber sido un aprendizaje nutricio concluye irónicamente con la muerte de Kafka, de quien acaso podemos decir que, como el príncipe André Bolkonsky, conoció el sentido del amor cercano a la muerte. 






Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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