Afirmaba Susan Sontag que toda interpretación es una forma de reducir la obra de arte, es decir, interpretar sería reducir o contraer la energía artística. Bajo esta premisa toda lectura siempre será sesgada, sin embargo lo que debemos resaltar de lo dicho por Sontag es concebir la obra como un fluir que hemos de percibir como una expresión sin intermediarios. 

Al respecto, el cine es un mostrar la duración de este fluir, donde el paso de una secuencia a otra, de un corte a otro, supone una variación de afectos. En este sentido no importa tanto la coherencia de la historia como sí cómo nos afecta cada figura, cada cuadro o atmósfera con el movimiento visual.  

Así, El gran Lebowski, una de las joyas de los hermanos Coen, destaca no solo por el guión (un fina y compleja ilación de las historias) sino por la construcción de viñetas, por la fuerza de la visualidad (en todas sus variaciones entre planos y escenarios). 

El fluir persistente de escenas absurdas, cómicas, surrealistas, no tienen un valor por su significado sino por las transiciones de la expresión visual: se trata de estallidos que afectan no por su respuesta a un todo discursivo, sino por su aparición súbita, golpeante, tensional (recordemos la escena de la marmota). 

En El gran Lebowski no importa que las escenas sirvan a un avance del discurso cinematográfico (y hasta se diría que lo estorban), pues son más bien momentos que tienden a concentrar la percepción con el impacto del diseño, tal como ocurre ejemplarmente en la escena del delirio con los bolos.

Donny y la pistola

El baile de Jesus Quintana

Una más de Jesus Quintana

Donny destruyendo un carro

La escena de la marmota

El delirio de los bolos