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foto: larepublica.pe

Cuando los peruanos nos ocultamos unos de los otros

"El documental 'La Espera' muestra cuán desiguales somos ciudadanos de gobernantes, políticos de policías, policías de pobladores, indígenas de gobernantes", dice Ricardo Cuenca, investigador del IEP.

Publicado: 2014-06-25

Ayer se llevó a cabo el cine-foro Las raíces del ‘Baguazo’: ¿qué debemos cambiar para que no se repita? que organizó el Instituto de Estudios Peruanos. En él participaron Alicia Abanto, adjunta para el Medio Ambiente, Servicios Públicos y Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo; Jorge Bruce, psicoanalista; Fernando Vílchez, cineasta y director del documental; y Ricardo Cuenca, investigador principal del IEP. A continuación, compartimos lo manifestado por Ricardo Cuenca:

"Primero quiero felicitar el trabajo de Fernando Vílchez y de su equipo técnico, por la narración, la música, los silencios, la historia, y el impecable trabajo de prensa de Claudia Cisneros, Katherine Subirana y Paola Ugaz; para luego decir que lo sucedido en Bagua en el 2009 es una situación indignante, atroz y nos debiera interpelar más intensamente que incluso hace 5 años. Nuestra inacción resulta incomprensible.

Confieso que he tenido que echar mano a todos los mecanismos internos de control con los que contamos para mediar entre la profunda ira y las ganas de reaccionar. Creo haberlo conseguido de alguna manera, de lo contrario mis comentarios hubieran sido inadmisibles para un espacio como este. Un espacio en el que queremos comprender al Perú.

Mucho de lo relatado en “La Espera” nos muestra un conjunto de errores, de incomunicación, de infortunios, de destiempos. Nos muestra cómo los hechos ocurren escondiéndose unos de otros. Como los peruanos nos ocultamos unos de los otros. Nos muestra la imposibilidad del encuentro.

Pero también, “La Espera” exhibe de la manera más descarnada dos temas en los que quiero detenerme a comentar brevemente. Me refiero a la precariedad de nuestra democracia y a la fragilidad de nuestro Estado.

Desigualdades sociales

La democracia no es solo, ni mucho menos, un actor formal. Es (o debiera ser) una práctica cotidiana en el que "distintos" nos comportamos como "iguales" frente a objetivos mayores que los propios. No obstante, allí donde este acuerdo mínimo no funciona, la democracia falla, muestra sus limites, resiente.

Se ha vuelto común observar en la desigualdad un factor de ruptura de esos acuerdos. Desde hace algunos años, nos hemos venido preguntando en el IEP sobre la naturaleza de la desigualdad, sus orígenes, sus impactos. Algunas cosas aprendimos.

Primero que se trata de desigualdades, así en plural. No solo se trata de un asunto redistributivo, sino que la representación y el reconocimiento forman parte de este problema.

Segundo que se trata de un asunto histórico y por lo tanto su abordaje requiere de mayor complejidad.

Tercero que se trata de un asunto de intensidades, no todas las desigualdades son iguales y por lo tanto son percibidas y atendidas de manera diferenciada.

Cuarto que se trata de un asunto que tiene que ver con la institucionalidad del Estado. Es un asunto de Estado.

Quinto, que las desigualdades son posible de intensificarse en momentos de crecimiento económico. Que el solo crecimiento no trae como se cree extendidamente igualdad.

Sexto, finalmente, que las desigualdades se hacen más complejas. Menos previsibles. Más horizontales. Más territoriales.

¿Es posible calidad de democracia con estas desigualdades? y no me refiero solo a democracia entendida como procesos electorales. Si no, me refiero a democracia como experiencia cotidiana de vida.

Lo sucedido en Bagua en el 2009 es una muestra de que la básica interacción comunicativa que se requiere para desarrollar la democracia no existe. La premisa acerca de que los planteamientos que cada uno expone están sujetos a refutaciones y son susceptibles de ser modificados o enriquecidos por un “otro” distinto que es reconocido como un interlocutor válido no se respeta porque no hay posibilidad de comunicación equitativa entre desiguales.

"La Espera" nos muestra cuán desiguales somos ciudadanos de gobernantes. Políticos de policías. Policías de pobladores. Indígenas de gobernantes.

Discursos de éxito

El otro punto al que me quiero referir brevemente es al de la fragilidad del Estado. “La Espera” nos muestra una combinación de factores peligrosa que atenta contra la institucionalidad del Estado. Me refiero a la coexistencia de la incapacidad del gobierno, es decir de los actores con acceso al poder y la administración; es decir los sujetos y procedimientos propios del ejercicio del poder con un Estado legítimo, a partir de la legitimidad de los recursos materiales, pero sobre todo simbólicos, representados en el caso peruano alrededor del discurso de éxito.

“La Espera” nos muestra cuán incapaces de actuar “profesional” y “éticamente” fueron el gobierno y su administración, a la vez que muestra cuán “justificado” parece estar esa incapacidad debido a los objetivos mayores de progreso y desarrollo articulados sobre un imaginario social de éxito construido a pulso en el marco de las transformaciones del Estado desde la década de los 90 en el país. El discurso del “perro del hortelano” solo sintetiza un proceso simbólico de construcción del ideal de buena y mejor vida que resulta irresistible, altamente tentador.

Con este discurso de éxito se valida la idea que la meritocracia es un sistema de premios que funciona invariablemente bien si el esfuerzo individual es genuino. Pero para asegurar el éxito se necesita darle la espalda a aquellas asimetrías sociales y culturales que se constituyen en barreras infranqueables que ponen el riesgo el sistema meritocrático.

Bajo este discurso se requiere construir simbólicamente que el éxito de todos es posible de alcanzar sumando el éxito de individual. Ello no es posible si esos “cada uno” son diferentes. Para alcanzar el éxito del país, de la sociedad unos todos iguales tenemos que contribuir a esa idea de éxito también igual.

Quiero terminar volviendo a la emoción del principio. Hannah Arendt, luego de observar y analizar el juicio que el Estado de Israel le hizo a Adolf Eichmann, militar nazi acusado de genocidio contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, sostuvo que la crueldad es posible que sea una práctica que se realiza de forma “burocrática”, como parte de un sistema, sin mayor reflexión ni consecuencia por los actos de quienes los cometen.

A esto, Arendt llamó la “banalidad del mal”. Lo sucedido en Bagua, en la Curva del Diablo, en la Estación 6 y en muchos otros momentos de nuestra historia reciente son también muestras terribles de una banalidad del mal que está enquistada entre nosotros.

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Escrito por

ALBERTO ÑIQUEN G.

Editor en La Mula. Antropólogo, periodista, melómano, viajero, culturoso, lector, curioso ... @tinkueditores


Publicado en

Redacción mulera

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