Las puertas y ventanas del salón se habían llenado de alumnos que trepados unos encima de otros peleaban por un sitio para presenciar la prueba. En la vieja casona de la Universidad Mayor de San Marcos se había corrido rápidamente la voz de que Víctor Raúl Haya de la Torre estaba siendo evaluado por el jurado que presidía el filósofo Luis Miró Quesada de la Guerra, hijo del dueño del diario El Comercio.  

Aunque ambos personajes jamás se pusieron de acuerdo sobre la fecha del histórico encuentro, lo más probable, como contaría el mismo Haya de la Torre en su última entrevista antes de morir, es que aquel día fuera una mañana calurosa de enero de 1923. Haya era entonces un muchacho flaco, de perfil aguileño, facciones angulosas, verbo encendido y modales de aires aristocráticos; de tan solo veintitrés años.

Para ese entonces aquel muchacho ya había peleado por la jornada de ocho horas de trabajo, se las había ingeniado para convertirse en el presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, encabezado la reforma universitaria y promovido la creación de las universidades populares. Para El Comercio, sin embargo, un diario conservador y el más poderoso del país, Haya no era más que un ‘comunista’, un sedicioso que representaba un peligro para los intereses del país, que casi siempre coincidían con los suyos.

Aquella mañana en la casona del Parque Universitario, la tensión crecía como una marejada, pero el silencio era resbaladizo porque los estudiantes apostados a las afueras del salón no podían evitar los cuchicheos a media voz una vez que el presidente del jurado evaluador atajaba las largas respuesta de Haya de la Torre con preguntas punzantes que desdeñaban los discursos del líder estudiantil.

Cinco meses después Haya de la Torre pronunciaría un memorable discurso con la frase "el quinto no matar" frente a los cuerpos inertes de un obrero y un estudiante muertos durante las protestas callejeras contra la consagración del Perú al Corazón de Jesús, y en presencia de García Borja uno de los evaluadores aquella mañana. Pero ese día de enero, privado del verbo, de pie frente al jurado, Haya de la Torre lucía desconcertado, impaciente, incómodo como un malabarista que acaba de caerse del trapecio.

La historia de aquel famoso encuentro varía según la recuerdan sus protagonistas. Hacía el final de sus vidas ambos hablaron sobre aquella mañana de 1923, pero con versiones encontradas, en las que ambos dejan mal parado al otro.

El primero en contar aquel episodio fue Luis Miró Quesada de la Guerra en una entrevista con el periodista César Hildebrant. El hombre que dirigió a El Comercio por más de cincuenta años contó que él había aceptado adelantar el examen a dos alumnos que se lo habían solicitado pues tenían que viajar en el vapor para ir a sus respectivas provincias.

Cuando el segundo estudiante aprobó el examen y el jurado se disponía a tener un directorio en la Facultad de Letras, Haya de la Torre se le acercó y le dijo: “Señor, yo deseo ser examinado”. Miró Quesada le respondió: «No hay inconveniente, pero usted sabe que el examen ha sido adelantado dos días porque estos jóvenes lo ha pedido para poder viajar a las provincias [...] De todos modos, como el examen está abierto, si usted quiere ser examinado no hay inconveniente. Él debió decir: no, señor, esperaré. Pero dijo: sí, señor. Bueno, pase usted. Primera pregunta…»

Luis Miró Quesada había sido alcalde de Lima entre 1916 y 1918 y antes diputado y diplomático. Pero cuando sucedieron los hechos del examen era solo el profesor de Filosofía de la Educación en San Marcos. Aún no se había convertido en el director de El Comercio, ni ocupado el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, ni tampoco los otros puestos que ocuparía en la década de los años treinta. Aquella mañana era un hombre de 42 años que estaba a punto de desaprobar al muchacho que muy pronto se convertiría en el político más importante de Perú del siglo XX.

Miró Quesada de la Guerra pinta a Haya de la Torre como un estudiante desinteresado, ausente siempre de clases, ocupado seguramente en temas más propios de un activista político que de un estudiante modélico. “Tenía por costumbre no estudiar, no iba [a clases], no fue nunca”.

La primera pregunta que debió responder Haya fue sobre educación general y educación especial. “Una pregunta fácil”. «Y entonces comenzó a disertar, a hacer un discurso. Le dije: bueno, concrete usted, qué cosa es educación general y qué cosa es educación especial. Ni para atrás ni para adelante. Se quedó parado, se desconcertó»

«Entonces le digo: ¿No sabe usted? No, señor. Bueno, saque usted otra pregunta. Le tocó instrucción primaria en el Perú, que era una pregunta interesantísima. Había que hacer historia y dar nombres de leyes». Según la versión de Miro Quesada, Haya de la Torre empezó a responder solo “unas cuantas cositas”. Hasta que la paciencia del dueño de El Comercio pareció agotarse y lo interpeló: « ¿quién dio y cuáles son los fundamentos de la Ley 1905? Callado, ni palabra. Entonces esperamos un rato, un momento angustioso, que sería un minuto lo menos. Y yo le pregunto: ¿no sabe usted? No, me dice. Puede usted retirarse. Entonces les pregunto a mis compañeros: ¿qué les parece a ustedes? Que no sabe». Haya jaló el examen.

***

En la última entrevista que el líder aprista concedió desde su casa en Villa Rica, en el distrito de Ate Vitarte, a las afueras de Lima, antes de morir, Haya de la Torre recordó los sucesos de forma bastante diferente.  

Cuatro años antes de aquella mañana de enero de 1923, cuando las relaciones entre el dictador de turno Augusto B. Leguía y los estudiantes universitarios aún saboreaban la miel iniciática en cualquier relación, el poder Ejecutivo había promulgado dos leyes que revolucionarían las relaciones de poder al interior de las universidades. La principal de ellas concedía la vacancia de catedra a los profesores que hubieran sido tachados por los alumnos.

Haya recuerda durante la Reforma Universitaria tanto él como el historiador Raúl Porras Barrenechea y otros tres estudiantes más habían tachado a Luis Miro Quesada de la Guerra porque consideraban que no sabía enseñar. Haya explica lo ocurrió en el examen de 1923 como una venganza del filósofo.

“Y el examen fue simplemente que me llamó a preguntarme en primer término: Medio y Educación, en segundo término: Educación Popular. Yo le contesté y él me replicó que eso no lo había enseñado en clase”, diría Haya de la Torre entrevistado por Alfredo Barrenechea en 1978.

Haya de la Torre también aclaró en esa entrevista que no formó parte de los examinadores Ricardo Dulanto que luego sería secretario de Leguía, como había dicho Miró Quesada de la Guerra. Al parecer, Haya de la Torre luego presentó un recurso solicitando un nuevo examen, pero sin la presencia del presidente del jurado, a quien acusaba de parcial.

« ¿Y lo volvieron a examinar?»—preguntó Hildebrant a Miró Quesada de la Guerra. «No, porque el asunto se vio en la Facultad y de ahí se declaró que no era procedente. Haya insistió ante la Facultad pero Deustua, que era el decano, pidió licencia. ¿Y qué sucedió para pesar de Haya? Que entonces yo asumí el decanato. Un día vino donde mí y yo le dije: venga en forma respetuosa donde su catedrático y se proveerá; como nunca llegó en forma respetuosa, no se proveyó».

Cinco años después, en una carta dirigida al intelectual costarrincense Joaquín García Monge, quien dirigía la influyente revista “Repertorio Americano”, Haya de la Torre le mostraría todo su respeto a su catedrático está carta sellaría la historia de odio entre el clan de El Comercio y el APRA.

Mi querido señor García Monge:

Le adjunto, con mi súplica encarecida de que tenga cabida en sus columnas, el manifiesto que el Comité Ejecutivo Internacional de nuestro partido (APRA) ha publicado para desmentir el block de mentiras que la tiranía yanqui de Leguía ha lanzado para justificar su sangrienta persecución contra el APRA. Le pido a usted, señor y amigo, que incluya ese manifiesto en “Repertorio” para contribuir a desmentir ante la opinión americana esa farsa escandalosa, en la que ha servido de Celestina, la hoja prostituida -¡”El Comercio” se llama, porque comercio ha sido y es, comercio de ideas, de opiniones y de intereses!- que es el órgano tradicional del “civilismo” peruano, y que como tal ha sido y es, en el Perú de ayer y en el Perú de hoy, instrumento de intereses extranjeros. Su director y propietario ha sido y es una de las figuras más siniestras de nuestra historia. Un colombiano-panameño llamado Miró Quesada, que no es ni colombiano, ni panameño, ni peruano. Como esos soldados medievales mercenarios, sin nacionalidad, ese descastado senil y su cría no son nada sino mercenarios. Extranjeros para Colombia, a la que traicionaron apoyando el crimen imperialista de la separación de Panamá; extranjeros para Panamá a la que desprecian, son también extranjeros en el Perú al que traicionan, explotan y avergüenzan. Pues esa gente se ha adueñado de “El Comercio” –ya lo digo que su nombre es estupendo: ¡comercio!-, y después de fingir alzarse contra la tiranía de Leguía, después de sufrir de este ofensas, persecuciones, destierros, desprecios, se le han arrodillado. El más ofendido, hijo mayor del extranjero siniestro que tanto daño ha hecho al Perú conspirando siempre en nombre de intereses extranjeros se llama Antonio Miro Quesada también. Y ese señor, después de sufrir destierro, incendio y saqueo de su casa por la canalla dorada del civilismo leguiista, volvió al Perú y se prosternó ante el tirano, lo visitó en palacio y puso al servicio del amo, que le paga en secreto, la alabanza cotidiana de su diario, envenenador máximo del pensamiento nacional.

Perdóneme que le hable así con tanta energía. Si ha leído usted lo que González Prada, apóstol y precursor, ha escrito de “El Comercio”, no se extrañara de que le escriba estas líneas así tan llenas de pasión tranquila. Pero lo que acaba de ocurrir en el Perú es un crimen más de esa casta siniestra del civilismo, dividida transitoriamente pero que se une siempre en todo negocio culpable. En esto de vender al Perú, Leguía y los Miró Quesada se han juntado. Leguía tiene en “La Prensa”, su diario, a otro colombiano indigno de su país, y mercenario como el de “El Comercio”. Ambos son dos hijos bastardos de Colombia y ambos sirven al tirano en su obra maldita de vender al Perú, de calumniar a sus hijos, de amordazar al pueblo peruano, de entregarlo maniatado y mutilado al amo yanqui.

Por eso, los colombianos mercenarios, ni colombianos ni peruanos sino mercenarios, de “El Comercio” y “La Prensa” se han prestado para servir incondicionalmente los planes del imperialismo. Leguía sabe que contra su crimen de vender el Perú al yanqui nadie se alza sino nosotros. Él sabe que sólo el APRA, las Universidades Populares González Prada, el Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales de nuestro partido antimperialista constituyen la única fuerza –inmensa porque representa la opinión del pueblo peruano- que resistirá a la tiranía, que impedirá la venta del Perú al yanqui y castigará al tirano y sus cómplices. Por eso su persecución contra nosotros, comenzada en mayo de 1923, no cesa en la obra sangrienta. Decenas y decenas de trabajadores manuales e intelectuales, soldados de la sección peruana del APRA, salen al destierro. La prisión de Taquila, a 4,000 metros sobre el nivel del mar, reabre sus calabozos trágicos; hombres, mujeres, jóvenes, lo más brillante de la juventud peruana, son perseguidos o aprisionados. José Carlos Mariátegui, uno de los grandes soldados del APRA, víctima sometida a suplicio lento por la tiranía desde hace cuatro años, ha sido de nuevo arrestado y maltratado. Este crimen inaudito al que no escapan dos mujeres admirables, las poetisas Magda Portal, peruana, y Blanca Parra del Riego, uruguaya, ha sido aplaudido sin reservas por “El Comercio”, hoja vendida al yanqui y por ende al tirano. ¡El mercenario senil de palacio, el Leguía agente de Wall Street, tiene en el otro mercenario Miró Quesada y en su raza el mejor auxilio y el mejor vocero!

Hace años que lo vengo diciendo, y ahí está en mi libro último, que esas fracciones del civilismo peruano, transitoriamente divididas, se unirán contra el pueblo peruano cuando este se junte para librarse de sus opresores. Hoy se cumple lo dicho. “El Comercio”, pagado por Wall Street y pagado por Leguía, clama por un frente único de todos los cómplices en la venta del Perú a fin de salvar el negocio. Para cohonestar el crimen llaman comunistas a los ciudadanos peruanos que protestan de la venta de su país al yanqui. No sé si usted ha leído los artículos que “El Comercio” ha publicado contra el APRA y su sección peruana acusándolo de comunista. Léalos usted que es hombre que tiene derecho de intervenir en los asuntos de América. Léalos usted y ayúdenos porque no es posible que en nombre de la libertad de prensa (libertad que “El Comercio” siempre ha tenido porque ha adulado a Leguía y es por esto que no ha sido clausurado) se mienta y se calumnie. “El Comercio”, defensor del imperialismo yanqui (véase su hipócrita actitud cuando la cuestión de Nicaragua), participante en el criminal plan de Leguía de entregar nuestro país al coloniaje extranjero, nos ataca hoy llamándonos comunistas para producir alarma. El grupo de mercenarios que traicionaron a Colombia, su patria, para servir al imperialismo en la “independencia” de Panamá y que traicionan hoy al Perú para defender al imperialismo en su plan de conquistarnos, se ha lanzado a una campaña de calumnias contra la sección peruana del APRA. Pero es preciso decir claro y alto que la sección peruana del APRA, cuyo martirologio ha de darnos más fuerza, representa el clamor del pueblo peruano vendido por la tiranía yanqui-civilista. Las víctimas de las persecuciones son todos hijos del país, perseguidos por agentes de los Estados Unidos como Leguía y Miró Quesada, mercenarios de casta.

Publique este manifiesto, mi señor García Monge, y publique si hay espacio, estas líneas. Que la opinión americana proteste, como ha protestado ya lo más brillante de la intelectualidad de veinte pueblos. Que se proteste de las persecuciones contra el APRA; que se proteste de las persecuciones contra lo más brillante de la muchachada peruana; que se proteste contra la clausura de “Amauta”, nuestro órgano y contra ese asesinato lento de Mariátegui, nuestro gran compañero, mutilado y enfermo. Que se proteste contra este terrorismo que sufren los trabajadores manuales e intelectuales del APRA en el Perú y que se denuncie una vez más al tirano Leguía, al mercenario Miró Quesada, a la oligarquía prostituida que está vendiendo el Perú al yanqui y de la que es vocero “El Comercio”, como traidores no sólo del Perú sino de América Latina.

El complot “comunista” ha sido un bluff de Leguía y el mercenario Miró Quesada, agentes del imperialismo yanqui. La persecución ha sido dirigida contra el APRA que, por ser el partido antimperialista y unionista de América, es el partido que defiende a los pueblos de nuestra América del coloniaje a que quieren someterlo los yanquis y sus cómplices, las oligarquías criollas. (Tomada de Hildebrant en sus trece).

 


Con los años, las opiniones de Haya de la Torre sobre Leguía se matizarían hasta el punto de calificarlo "como el mejor presidente civil de este siglo. Desgraciadamente, un presidente desviado, mal aconsejado, adulado y vulnerable a esas adulaciones", sin embargo, hasta el último de sus días la inquina contra el diario El Comercio se mantendrían intacta.