Este sábado en Huarochirí, la trujillana Linda Laura Lecca subirá al ring en busca de un título mundial por segunda vez. La boxeadora de 25 años se enfrentará esta vez a la brasileña Simone Da Silva, una experimentada pugilista que ya ha peleado cuatro veces antes por un cinturón mundial.
Linda ha llegado a esta instancia mucho más rápido de lo que tradicionalmente lo hace una boxeadora profesional. Su historia, sin embargo, tiene un largo trayecto que ha tenido como escenario su natal Trujillo, Lima y distintas ciudades de Argentina y México.
VALLE DE CAMPEONES
Todo comenzó hace 20 años en el pueblo norteño de Cartavio, en el valle del río Chicama, a donde se mudó la familia de Linda cuando ella todavía no había empezado la primaria. El deporte de los puños en el valle del Chicama tiene un notable antecedente: en la década de los cuarenta salió del pueblo de Chiclín (tan solo un kilómetro río arriba de Cartavio) el mejor peso mediano que haya tenido el Perú, Antonio “Antuco” Frontado. Frontado, de boxeo técnico y prolijo, llegó a ser campeón sudamericano y se convirtió en el ídolo máximo de la afición nacional antes de la aparición de Mauro Mina.

FOTO: ANA CABRERA
El primer acercamiento de Linda al boxeo se da precisamente cerca a esas extensas áreas de cultivo de caña de azúcar que rodean al río Chicama y ahora pertenecen a las empresas privadas de Cartavio y Laredo. Los tíos de la futura pugilista practicaban el deporte a nivel aficionado y no era extraño verlos en sesiones de sparring en el patio de su casa.
El legendario Roberto “Manos de Piedra” Durán dijo alguna vez que el motivo por el cual decidió hacerse boxeador fue que había quedado fascinado con los guantes y el protector de su hermano desde la primera vez que lo acompañó a verlo pelear como aficionado y la única manera de obtener unos propios era matriculándose en el gimnasio.
A Linda le sucedió algo igual: la estética del boxeo, esa danza ensayada con una indumentaria peculiar de cueros y vendajes la fascinaron desde esa primera vez que estuvo cerca de ellos.
ÉXODO
El inicio de la década de los noventa no fue una época fácil para el país. El terrorismo todavía se resistía a ser dominado y el crecimiento económico era solo una promesa a largo plazo. En provincias la situación era aún más complicada, así que, como muchas otras familias peruanas, la de Linda decidió emigrar al extranjero.
El destino escogido por la familia Lecca fue Argentina y a los 9 años Linda llegó a un barrio de Buenos Aires al que no le es nada ajeno la grandeza deportiva. Se trataba de La Paternal, el lugar que acoge a la Asociación Atlética Argentinos Juniors, club en cuyas canchas dio sus primeros pasos Diego Armando Maradona.
Los sábados por la noche en el pequeño chalet de los Lecca en La Paternal, Linda acompañaba al padre en el ritual de sentarse a ver boxeo por televisión. Se volvió fanática de Oscar De La Hoya y de Layla Alí, la hija de Cassius Clay, como lo llama ella (igual que su padre y los viejos aficionados al boxeo, se refiere a Muhammad Alí con el nombre original). La fascinación con la danza entre las cuerdas que nació en Cartavio se había renovado, y cuando iba a cumplir 12 años, Linda no dudó en pedirle a su padre un saco de boxeo y un par de guantes.

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Dice la boxeadora que primero hubo que consultarle a su madre, porque ella y su padre sospechaban que esa práctica, en apariencia tan poco femenina, no era exactamente lo que tenía en mente la señora Lecca para su única hija mujer. Afortunadamente para el Perú –un país con escasas historias de logros deportivos– la madre de Linda accedió al pedido y pronto colgaba en el patio de la casa el saco que había pedido como regalo de cumpleaños.
LA FUTURA CAMPEONA MUNDIAL
Una mañana dos años después, y de la mano de su padre –su compañero inseparable– Linda se subió al subte rumbo a un gimnasio recreativo de boxeo del barrio de Once en la gran capital federal. “Aquí le traigo a la futura campeona mundial”, le dijo el señor Lecca a Edgardo Jímenez, el entrenador de turno. El escéptico Jímenez la probó con otras chicas que tenían más tiempo en el gimnasio y a todas les ganó con facilidad. “Una me duró solo diez segundos”, dice Linda recordando el episodio.
–Aquí no hay competencia para ella. –le dijo Jímenez a su padre unas semanas después– Llévela a la Federación de Box.
El problema era que para empezar en la federación tenía que haber cumplido 16 años y Linda solo tenía 14. Tuvo que esperar pacientemente todo ese tiempo, pero una vez que entró se dio a conocer rápidamente. La llamaban “La Peruanita” (nunca adoptó la nacionalidad argentina) y con el apoyo de un entrenador uruguayo de nombre Julio García inició una carrera exitosa de 16 peleas amateurs sin derrotas.
Siempre con García en su esquina dio el salto a la profesional y después de 4 combates se enfrentó a la futura campeona mundial Marisa Nuñez en pelea transmitida por la televisión nacional argentina. A pesar de dar ventajas en peso y tamaño, Linda fue vencida por decisión dividida de los jueces, uno de los cuales apenas vio ganar a la argentina por medio punto.
“Al principio me costaba pues el boxeo femenino en Argentina es muy competitivo”, recuerda Linda ahora. Aparte de eso, y ya con 22 años, la peruana trabajaba vendiendo ropa y estudiaba en las noches para terminar la secundaria. Con la llegada de tiempos difíciles en la economía argentina, su familia entera había regresado a Perú, donde la promesa lejana de la década de los noventa ya se había hecho realidad. Estaba sola y viajó a México donde llegó a la final de un mini torneo que tenía como premio 100.000 dólares para la ganadora.
De regreso en Argentina, viajó hasta la Patagonia para combatir por el título sudamericano de la categoría supergallo con otra futura campeona mundial, la local Mayra Gómez. La pelea se escenificó en Neuquén, ciudad natal de Gómez y “La Peruanita” la venció sin atenuantes. Santos Laciar, ex campeón mundial sentado al borde del ring y comentando para la televisión argentina dijo: “Tiene mucho talento y condiciones para llegar lejos esta peruana”.
REGRESO A CASA
En Perú muy pocos habían escuchado hablar de ella, a pesar de que ya el boxeo femenino había acaparado titulares con los triunfos de Kina Malpartida. De vacaciones en Trujillo visitando a la familia en el 2013 a Lecca le dio curiosidad conocer a los pocos que hacían boxeo en Perú. Su amigo Luigi Olcese (manager de boxeo peruano que vive en Nueva York) le consiguió el número del único promotor que organizaba veladas en el Perú, Jorge Bartra.
–Me daba un poco de vergüenza, pero llamé a Bartra, y le pedí una oportunidad– cuenta Linda.
El promotor le mandó los pasajes y le pagó la estadía en Lima y el resto fue historia. Luego de demostrar que la competencia local era ínfima para el calibre de Lecca (ganó cuatro peleas en seis meses, tres de ellas por la vía rápida) vino la primera opción al campeonato del mundo en enero de este año. Ella venía haciendo peleas en el peso supergallo (55 kilos) pero el combate por el título en Mar del Plata era en la categoría supermosca (52 kilos). “Me costó mucho hacer el peso, subí muy débil”, recuerda la pugilista. En territorio ajeno y hostil, perdió por nocaut técnico el octavo asalto, luego de dar batalla franca a la favorita Daniela Bermúdez.
La derrota fue dura de digerir para la boxeadora, pero dos meses después estaba de nuevo en el ensogado del Coliseo Dibós en Lima en el preliminar de la pelea por el título mundial de Alberto Rossel, su compañero de establo y con quien a veces hace sparring. Siempre diligente con las oportunidades que se le presentan, Linda despachó a la ecuatoriana María Vega en ocho rounds y se ciñó el cinturón latino de la categoría supermosca. Con ese triunfo llegó la nueva chance a la corona mundial de esa categoría, esa que estará disputando el sábado en Huarochirí.
CONFESIÓN SINCERA
El maestro Hank Kaplan, un judío de Brooklyn que sabía más de la historia del boxeo que cualquier mortal del siglo XX, me dijo una vez: “No hay boxeador que no tenga miedo segundos antes de subir al ring”. Sentada en la puerta de la Bombonera del Estadio Nacional, Linda Laura Lecca me dice que probablemente Hank no sabía de lo que estaba hablando:
–Cuando peleé por el título estaba tranquila, hasta medio dormida me sentía, pues había echado una siesta en el camarín.

FOTO: ANA CABRERA
No hay una ápice de soberbia en lo que dice. En su voz suave, aflautada por el canto argentino que recogió en la adolescencia, solo se adivina la sinceridad de la niña que lo único que quería era un saco de boxeo y un par de guantes para divertirse en el patio de la casa. Este sábado, en un ring de los suburbios de la ciudad que hasta ahora le ha sido indiferente, está a punto de obtener mucho más.