De él escuché hablar por primera vez en el curso de Antropología Peruana, Rodrigo Montoya al hablar de la cultura popular andina se llenó de ternura y admiración al referirse a don Jesús Urbano Rojas, talentoso retablista ayacuchano. Años después me tocó revisar las pruebas del libro que editara Apoyo Publicaciones: Santero y caminante, Santoruraj-Ñampurej, memorias del huamanguino que recogía el historiador Pablo Macera.

En ese intervalo vi muestras de su arte. Me enteraba de exposiciones de retablos de don Jesús y no me las perdía, pero conocer más de su vida fue distinto. Dejó su casa siendo un púber, no quería vivir bajo el mismo techo con un violento padre. Fue peón y arriero, entre otros oficios. Hasta que –siempre curioso con el afán de aprender– vio que alguien aparecía en diversos diarios: era Joaquín López Antay, célebre artesano, amigo de José María Arguedas.

Y no paró hasta ser su aprendiz. Y mucho más, se convirtió en el gran maestro, en su tierra y posteriormente en Lima, adonde migró. Sus obras maestras recorrieron el mundo y de esa manera la cosmovisión andina salió de los libros académicos y se trasladó a salas de arte, a salas de coleccionistas privados, pero también estuvo disponible para el ciudadano de a pie.

Costumbres ancestrales, ciclos de vitales del hombre del Ande y también aspectos sociales son protagonistas de su arte. Así, podemos ver desde los apus y espíritus tutelares andinos hasta los santos cristianos (con significados distintos al uso católico); lo sagrado y o profano, los de arriba y los de abajo.

El maestro falleció anteayer a los 85 años en su Huampaní Alto querido. Un golpe para los que lo conocimos directa o indirectamente. Que los apus lo tengan en su gloria.

El entierro será hoy jueves 22 de mayo a las 4 de la tarde en el Campo Santo Mapfre Huachipa.

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