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Balzac: el difícil trabajo de escribir

¿Por qué el escritor francés es considerado "el trabajador más incansable que conoce la literatura"?

Publicado: 2014-05-20

Con Lenin nos desquiciamos pensando en el modo de trabajar de los genios del XIX. Divagamos en las peripecias de Tolstói para escribir Guerra y Paz (la esposa del conde tuvo la responsabilidad de transcribir esta novela casi 6 veces), o en las horas y horas de escritura de Balzac (quien solo dormía 4 horas al día). Y es que escribir una novela es cosa seria, un sufrimiento que exige constancia, un temple infatigable, una capacidad no solo inventiva sino de control (del mundo, de los personajes, de cada ápice). 

Si bien Flaubert ha quedado como el novelista de la perfección, buscando incansablemente el mejor sonido, la mejor palabra, debemos reconocer que Honoré de Balzac es la voluntad, la sistematización del trabajo, de un método y de un ritmo incansables. No en vano Stefan Zweig nos dirá que nadie más que Napoleón podría ser la contraparte de Balzac en lo que a voluntad se refiere, por esto nos recuerda: "Lo que Balzac quiere, se torna realidad y allí donde él decide para algo, torna posible hasta lo imposible".   

Al respecto, he cavilado en qué consejos daría Balzac a un joven escritor que le consultara los pasos para lograr una gran novela. Por supuesto, lo del talento es un tema aparte, y hago aquí solo un breve recuento de cómo escribía Balzac, quien a partir de los 30 años inició su gesta literaria. Más allá del café (un total de 50 mil tazas a lo largo de 20 años), de la túnica de fraile o las plumas de cuervo que usaba para escribir, debemos recodar otros recursos balzacianos del trabajo literario, del difícil trabajo. 

El modo de escribir es una cuestión de temperamentos y habrá quienes consideren inconcebible escribir más de 14 horas seguidas, cada día de la semana, o quienes puedan hacerlo en cualquier ambiente (desde un café hasta en la combi), sin embargo, atendamos el proceso de un día laboral para Balzac de acuerdo a lo apuntado en la sabrosa biografía que sobre él escribiera Stefan Zweig. 

1. Compromiso con el trabajo 

Para Balzac no había nada más importante que escribir. Temas aparte de lo que pretendiera conseguir con la fama literaria (como ser aceptado en la aristocracia), lo cierto es que en sus prioridades colocaba, ante todo, su trabajo de escritor. Aquí radica la voluntad de la que tanto se admira Zweig, su capacidad para crear sin cansancio, demostrando su fuerza, su optimismo en cada nueva novela, así leemos en la biografía: 

(...) reconoció al mismo tiempo la inevitable premisa para el éxito triunfal: hay que concentrar su voluntad firmemente en una sola meta y en una sola dirección. La voluntad sólo puede hacer milagros si no se la aplica titubeando ni se la desperdicia en las más diversas tendencias. Únicamente la monomanía, el abandono o la entrega a una pasión exclusiva (...) otorga poder y triunfa irresistiblemente. 

Y aquí viene un punto a resaltar: él no comprendía que escribir fuera un acto fortuito o un oficio más, no, era un trabajo al cual había que dedicarse dejando de lado amigos, mujeres y demás entretenimientos. Balzac solo dedicaba una hora del día a las veladas literarias, algo que además hacía tras semanas de ausencia. 

2. El espacio como santuario

Aunque la casa de Balzac estaba adornada con un mueblaje ampuloso (cada vez que tenía dinero aprovechaba para comprarse un nuevo adorno), el lugar donde trabajaba era austero. Había dispuesto que se pusieran cortinas en las ventanas, de tal forma que cuando amaneciese no se diera cuenta. Pero sobretodo estaba su mesa, aquella que lo acompañó desde los 19 años, y a la que solo la prosa exquisita de Zweig sabe otorgar su debido valor con estas frases: 

Es un mesita insignificante, cuadrada, pero él la prefiere a los más valioso de lo que posee (...) ama a este mueble pequeño, mudo, de cuatro patas, que ha salvado de una casa a otra, entre quiebras y catástrofes, como un soldado salva a su hermano en el tumulto de la lucha (...) Ningún amigo, ningún ser humano en la tierra sabe tanto de él, a ninguna mujer le ha concedido Balzac tantas noches de ardorosa compañía. Ante esta mesita, Balzac ha vivido, ante ella se ha matado trabajando.

3. El horario ininterrumpido 

Un escritor necesita de tiempo. Para ello se hace necesario establecer un horario fijo que se siga diariamente y sin interrupción. Es probable que actualmente se consideren insanas las costumbres de Balzac, y de hecho aquello aceleró su muerte, no obstante hay que tener en consideración su horario para comprender cómo logró escribir La Comedia Humana. No en vano Zweig apunta que Balzac es "el único tal vez de quien se puede decir sin exageración que se mató trabajando", llamándolo además "el trabajador más incansable que conoce la literatura". 

La faena comenzaba a la medianoche y como un efluvio imparable no detenía la pluma hasta las 8 a.m., entonces se daba un baño y desayunaba ligeramente hasta las 9 a.m., a esta hora le llegaban las pruebas de galeras para corregir y no paraba hasta las 5 p.m. Finalmente, luego de almorzar, descansaba a las 8 p.m. y se levantaba a medianoche. Este ritmo duró años, incesante, día a día, en medio de la soledad en la que se descubría al verdadero Balzac. 

4. Un cantidad de páginas por escribir

Para un hombre que escribía de manera tan intensa y en tal cantidad era preciso imponerse un número de páginas por día. Balzac escribía, obligatoriamente, un mínimo de 30 páginas. Claro, habría que considerar que esta imposición partía de una urgencia por las entregas de cada novela, lo cual suponía un ingreso económico que siempre le urgía. 

Sin embargo, esto no implica que Balzac perdiera una calidad literaria, y es aquí donde su talento se aprecia, por lo cual hemos de considerarlo un genio: cómo escribir tan bien y tan rápido. La cantidad se debía además al compromiso con un ideal: cumplir la ambición de crear una obra inmortal, suprema. La exigencia lo llevaba a no desperdiciar tiempo y en reconocer su esfuerzo titanesco, por esto confesará él mismo: “En un mes debo crear lo que otros no llevan a cabo en un año o más”.

5. Las correcciones

No se crea que esta rapidez es sencilla. Precisemos que el tiempo de Balzac no era el de los fariseos, paganos o mortales. Y es que él corregía a un nivel enfermizo, por ello cuando le llegaban las pruebas de galeras, de aquello que había escrito el día anterior, cambiaba toda la estructura. 

Exigía que estas pruebas se imprimieran en un papel grande, de tal manera que tuviera un amplio espacio en los márgenes, los cuales eran llenados con un sin número de anotaciones, tanto es así que no había lugar alguno sin llenar. Si el espacio no alcanzaba entonces introducía las correcciones al reverso, y si esto no era suficiente entonces recortaba retazos de papel y los pegaba cuidadosamente. Las correcciones no se detenían ni aún cuando la obra estaba a punto de la impresión final y era habitual que Balzac introdujera cambios a última hora, por lo cual muchas imprentas se negaron a trabajar con él. 

Esta preocupación por corregir, cabe precisar, se debía a un modo de exorcizar los malos hábitos de su juventud como "escritor oculto" o "negro literario" que había escrito obras de todo tipo (desde tratados judiciales hasta manuales médicos) en aras de ganar dinero. El Balzac maduro evitaría los errores de estilo del joven de 20 años, pues ha surgido en él lo que, hermosamente, Zweig llama la responsabilidad del artista con su obra.


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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