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¿Y si después de las alas del pájaro no sobrevive el pájaro parado?

Una breve reseña de En tierras del cóndor, antología colombiana-peruana publicada recientemente y presentada en la última Feria del Libro de Bogotá.

¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra! ¡Si después de las alas de los pájaros, no sobrevive el pájaro parado! ¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos!

César Vallejo

Publicado: 2014-05-18

Toda antología es una “antojolía” por definición. El antologador escoge de acuerdo a su sensibilidad o a un plan maestro los textos que consignará para dar cuenta de un proceso o de sus preferencias estéticas. Casi todo es válido en una antología. Sin embargo, para ser valiosa debe tener un soporte metodológico bajo el cual se justifique, así como una amplia revisión bibliográfica que permita retratar con cierta rigurosidad el objeto auscultado. Además, ninguna antología puede dejar de atender el marco histórico en el cual se inscriben los procesos, en este caso, poéticos.

A propósito de la última Feria del Libro de Bogotá, en que Perú tuvo el protagonismo al ser el invitado de honor, la editorial Taller de Edición Rocca [Poesía] presentó la Muestra Poética En tierras del cóndor, Colombia-Perú, cuya selección de autores y poemas colombianos estuvo en manos del notable poeta Juan Manuel Roca y la parte peruana quedó en manos de Jaidith Soto Caraballo, poeta también colombiana que hasta hace un tiempo trabajó de asistenta de la dirección de actividades culturales de la Cámara Peruana del Libro.

Sobre la parte colombiana es poco lo que puedo opinar, Roca sin duda conoce mejor que yo el universo del cual ha seleccionado una muestra representativa de la poesía colombiana de las últimas tres décadas. Cabe señalar, sin embargo, que en dicha selección, además de muchos nombres que resultan nuevos para nosotros, la inclusión de poetas como Piedad Bonnett, Fernando Rendón, Julián Malatesta, Gustavo Adolfo Garcés, Jaime Londoño y Lucía Estrada configura la gran columna vertebral sobre la cual se sostiene, a mí entender, la más reciente poesía colombiana y con ello el antologador plantea una lectura de dicha tradición.

Por el lado peruano, la cosa es más compleja. Es curioso, por ejemplo, que el prólogo de Soto Caraballo, que no escapa de una lectura canónica de nuestra tradición, no se vea refrendado en los autores que la poeta selecciona para representar dicho canon; probablemente porque, según puede desprenderse de la lista, solo se ha tomado como antologables a poetas vivos.

La selección de Soto Carballo, sin embargo, al igual que la de Roca, tiene autores ineludibles como Carlos Germán Belli (uno de los poetas de la generación del 50 que junto a Leopoldo Chariarse, Efraín Miranda y Américo Ferrari aún está entre nosotros), Arturo Corcuera, Hildebrando Pérez, Marco Martos, Jorge Pimentel, Tulio Mora, Enrique Verástegui, Carmen Ollé, Roger Santiváñez, Domingo de Ramos y Rossella Di Paolo. Es a partir de la década de los 80, fines de los 70, que la cosa se torna incierta y, en algunos casos, tendenciosa, menos rigurosa, para no pecar de suspicaces. Y es que salvo la acertada inclusión de Jerónimo Pimentel (a quien la antologadora ubica como integrante de la generación del 90), nombres como los de José Carlos Yrigoyen, Victoria Guerrero, Miguel Ildefonso y Chrystian Zegarra son soslayados sin ninguna explicación.

Soto Caraballo se ha impuesto la difícil tarea de tratar de mapear, usando como principal metodología la “representatividad”, una época de nuestra poesía peruana sobre la que no hay consenso: aquella que va de los 70 a la fecha. Sin embargo, el desconocimiento de ciertos elementos socioculturales y la dirección previamente impuesta para retratar una realidad que comulgue con su sensibilidad de poeta y antologadora produce (para seguir evitando suspicacias), en ocasiones, expresiones sesgadas como esta: “En los ochenta, Perú estuvo marcado por la crisis económica, la violencia terrorista en zonas rurales y en ciudades superpobladas, aterrorizadas, signadas por apagones y toque que [Sic.] queda. Sin embargo, la poesía estuvo muy alejada de este caos pesimista y, por el contrario, se convirtió en el refugio de muchos y muchas poetas, dejando entrever más bien una poesía serena, de ritmos equilibrados y nutrida ampliamente por las tradiciones”. 

Erratas aparte (y las hay varias, pero ese es, me imagino, ya un tema de edición), desde luego que la presentación, a continuación, de autores como Rossella Di Paolo, Jorge Eslava, Oswaldo Chanove, Elvira Roca Rey, Pedro Escribano, entre otros, da la impresión de que lo escrito previamente por Soto Caraballo es una descripción acertada de lo que en Perú se dio a conocer como la generación de los años 80. Sin embargo, en esta fotografía se deja de lado [a pesar de incluir a Domingo de Ramos y Róger Santiváñez, quienes son presentados fuera de un contexto] la propuesta de grupos como Kloaka, por dar un ejemplo. 

También, erróneamente, se sitúa a Carmen Ollé como parte de lo que podría denominarse la promoción de los años 70, cuando su Noches de adrenalina (1981) propició una serie de libros escritos por mujeres en la década de los 80, la misma que adoptó el nombre de poesía femenina o poesía del cuerpo (erróneamente bautizada así por la “crítica peruana” de esos años, cuando lo más justo hubiera sido llamarla poesía genital), la “tendencia” que dominó esos años y que tuvo en poetas como Giovanna Pollarolo, Rocío Silva Santisteban, Dalmacia Ruiz Rosas y la misma Carmen Ollé (que tiene, a su vez, como principal influencia a María Emilia Cornejo y al Verástegui de En los extramuros del mundo), a sus principales representantes. En cambio, sitúa en ese pedestal imaginario a otras autoras de su preferencia, creando una realidad alterna (alterada): “Cabe destacar que es en esta década cuando se produce una numerosa presencia de voces femeninas, alentadas por el movimiento feminista que se gestaba en Perú. Algunas militaron poéticamente, como Doris Moromisato con el Grupo Comyc, quien además insertó temas ecologistas y sobre la inmigración japonesa en Perú. Por su parte, Elvira Roca Rey organizó el primer encuentro de mujeres poetas en Huanchaco”.

Del mismo modo, se deja de lado (quizá por voluntad expresa de los autores) propuestas originalísimas como la de Mario Montalbetti, José Pancorvo, Reynado Jiménez y Maurizio Medo entre otros, que decididamente llevaron a cabo una exploración del lenguaje y sus posibilidades a contracorriente de lo que se hacía en la época y en algunos casos, como el de Jiménez, llevaron a cabo un denodado esfuerzo por sacar adelante proyectos editoriales que marcaron una era, y lo digo sin temor a la hipérbole, como la experiencia Tsé-Tsé.

Quizá el título del libro haya marcado el destino (En tierras del cóndor) de este libro que no termina de alzar vuelo por todos los problemas expuestos.


Escrito por

Víctor Ruiz Velazco

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Publicado en

Redacción mulera

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