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nilton santiago, poeta peruano

El equipaje del ángel

 A propósito del nuevo libro del peruano Nilton Santiago, ganador del Premio Tiflos de poesía en España.

Publicado: 2014-05-18

El equipaje del ángel, del poeta peruano Nilton Santiago (1979), fue declarado ganador de la XXVII edición del Premio Tiflos en la categoría de poesía en febrero de este año. La edición del libro, que ya se encuentra a la venta en librerías españolas desde hace una semana, ha estado a cargo de la reconocida editorial Visor. No es el primer premio que recibe el joven poeta; hace dos años ganó el II Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro con La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad. En el Perú su obra es poco conocida, aunque obtuvo el segundo Premio Nacional de Poesía Copé en 2003 con su trabajo El libro de los espejos (publicado el 2005). Vive autoexiliado desde hace más de diez años en Barcelona, donde se le puede encontrar conversando con los gatos de la ciudad.

Trazar un itinerario para un viaje puede resultar útil. Sin embargo, el camino ideal y los minutos que uno quisiera dedicarle a cada lugar por lo general no se cumplen. Muchas veces no por voluntad, sino porque los viajes dependen de distintos factores: las demoras, las emociones, el clima, etc. Todas, claro está, situaciones salvables, que siempre se pueden solucionar con buen ánimo, por ejemplo, entrando a un bar a tomar un café o una cerveza a esperar que pase la tormenta. Pero a un viaje uno siempre va de algún modo acompañado por sus cosas, el equipaje: desde las medias favoritas, el beso de una reciente ex novia, hasta de un cúmulo de ideas que por algún motivo a medida que se avanza en el trayecto alcanzan claridad. Los objetos de ese equipaje simbolizan parte de la identidad del viajero… Aunque, ¿cómo situarnos si ese viajero es un ángel y es temiblemente, también, un poeta que seguramente Aristóteles expulsaría de la República por hablar del futuro?

El filósofo alemán Walter Benjamin escribió: Hay un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejare de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad.

el "angelus novos" de Paul Klee

El viajero de El equipaje del ángel calza en gran medida con la descripción de Benjamin, pues este nos dice: (es muy curioso, pero para los aymaras/ los hablantes están de cara al pasado y de espaldas al futuro). Estos versos rescatan la tradición milenaria de un pueblo andino y la confrontan a la versión progresista, donde el futuro es siempre la versión mejorada de cualquier anhelo con un especial énfasis la posesión material. Sin embargo, a diferencia del ángel benjaminiano que contempla a la humanidad desde cierta altura, el de Nilton Santiago camina por la Tierra, como cuando recién cayó Lucifer, tal cual señala la mitología romana, como portador de luz, aunque no se transformará en Satanás, pues la humanidad misma puede ser un lugar infernal. Si elige estar entre los humanos como uno más, es porque en ellos se reconoce, porque él es parte de esa historia: a través de la música, sobre todo del jazz, de los libros, de las artes plásticas… y por medio de las distintas personalidades que marcaron época. Este recurso no vuelve a los textos una poesía culterana. Por el contrario, por el modo en que se presentan, muchas veces ironizados, se desmitifica ese muro de la erróneamente llamada “alta cultura”: la voz del ángel nos acerca a distintos personajes volviéndolos cómplices aunque se les conozca solo por las lecturas, a conceptos, a eventos históricos y a lo que el hombre ha producido como elementos comunes. De este modo, se borra cualquier distancia, como se expone en estos versos del poema “¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?”:

Allí, bajo tus párpados, viejo alquimista, está escrito que moriríamos olvidados/ entre las cenizas de Diógenes de Sinope «el Cínico» y Epicuro de Samos/ (Vaya dos, ahora serían dos taxistas,/ de esos que no paran de hablar de la soledad/ de las ballenas que transportan del mar al mercado y viceversa)/ que eso de tener hijos era como no tener pudor/ o que la muerte es como el amor: un gran malentendido.

Este ángel equipado, nos relata el mundo —parte de su equipaje— a través de tres estancias, “¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?”, “El instante metódico” y “A otro perro con ese hueso”, conformadas por trece poemas las dos primeras, y por doce, la tercera, de un modo distópico y con una profunda sensibilidad social desde tres ópticas: la del recuerdo peruano, con los temas de la desigualdad social y los años del terrorismo; la experiencia española, como extranjero que lidia día a día con otras formas culturales que a pesar de no serle las maternas las asume como suyas; y, la globalizada, alguien que se encuentra atrapado por los medios de información y por la cultura espectacularizada. Las dos primeras nos muestran la intimidad de la voz, el quehacer de ese ángel que ha vivido en dos lugares que lo nutren de gran parte de sus costumbres y de su acervo cultural. Sin embargo, es cuando confluyen estos dos lugares que la voz se revela parte del equipaje del ángel, pues nos habla de presencias y ausencias desde la hondura del recuerdo, de ese ambiente melancólico de la neblina limeña y de la gente de paso por las grandes ciudades europeas. La tercera óptica constituye el contexto externo, ante el que las alas del ángel se pliegan para protegerse de un modo y las despliega para ayudar a abrirse camino y sobrellevar el dolor humano de un mundo en decadencia gobernado por los medios de comunicación y las nuevas tecnologías —los dioses— y regido por una ética del consumismo.

A pesar de ello, el ángel no denuncia al mundo para desanimar a sus demás habitantes ni señala un camino de desahucio. Por el contrario, su mayor equipaje no es un manual de sobrevivencia, sino un descarado y luminoso optimismo por mejorar un mundo cuyo espíritu se encuentra en estado de abandono. Si le toca vivir el desamor, enfrentar a las grandes corporaciones o utilizar un recurso culto, lo toma con el mejor humor posible, ese que permite convertir las heridas en rasgos de belleza.

Los poemas de El equipaje del ángel están escritos en un lenguaje fresco. En el plano estético, combinan lo que podríamos llamar una “oralidad surrealizante”, cuyas raíces se encuentran ancladas en el lugar desde el que se cultiva la imaginación: la realidad y la conexión de los más disímiles elementos que la constituyen. Los versos están expuestos como versículos y de tal modo que la voz del ángel expresa con detalle su visión del mundo. Los elementos cultos no alejan al lector, por el contrario, son una forma de acercarlo a una situación que aparentemente es poco amable al punto que lo traslada a un nivel de cotidianidad, donde lo diferente no deja de ser bello. Finalmente, cabe decir que el ritmo de los textos los marca la temática de cada uno, pues en estos uno halla distintos recursos técnicos y figuras retóricas que enriquecen de manera formal un lenguaje rebelde, desobediente, contra los discursos de poder. He aquí el equipaje de un ángel desde el que podemos fortalecernos.

A continuación, unos poemas del libro:.

La partícula de Dios

Un físico, que no estaba nada loco, ha dicho que si no fuera por un tal campo de Higgs

todos seríamos livianos como el pensamiento de los ángeles

y, ciertamente, nos moveríamos como se mueve la luz cuando amanece

yo, que no tengo ni idea, pienso que si no fuera por el Big Bang

Shelley no hubiera escrito nunca el Adonaïs en la primavera boreal de 1821,

o no hubiésemos visto jamás los tibios muslos de Marilyn Monroe

bajo ese vestido blanco en Lexington Avenue.

Nada de esto tiene que ver con la poesía, vale,

pero tampoco nada tiene que ver la mano izquierda de Dios con las iglesias

“El Vaticano retiene en Roma a un arzobispo africano

conocido por sus poderes como curandero” leo en la prensa y me parto de risa,

tampoco esto guarda relación con que Hannah Clark, una niña británica de 12 años,

haya vuelto a usar su corazón después de 10 años,

milagros de la ciencia y del Big Bang en los astilleros de Orión

donde los santos son como pinturas rupestres en el techo de las catedrales,

milagros que no son milagros

verdades que son medias verdades,

como que en el arca de Noé no había pavos reales, puercoespines ni banqueros.

Vaya, Dios cree que existe y el capitalismo ha fracasado.

El evangelio según las jirafas

Ser cuanto ha quedado del atardecer del sábado 22 de octubre del 4004 a. C.

día que según los cálculos del obispo James Ussher se habría creado el universo

(o, lo que es lo mismo, ser los restos de los párpados del astrónomo

la primera vez que vio tu sonrisa convertir al sol en una bola de helado de vainilla)

ser los vestigios de la noche del 15 de mayo de 1953 en el Massey Hall de Toronto,

segundos después de que Charlie Parker hiciera soñar a miles de centauros

tocando All the Things You Are con un saxofón de plástico,

ser cuanto ha quedado de tu viaje hacia la mañana en la que Celan descubrió que era un pájaro,

ser la tiniebla que acaba de distraer a tres pavos reales que no se ponen de acuerdo sobre el precio de una estrella, 

ser la sonrisa de los camaleones que se entretenían mordiendo los latidos del corazón de Giorgio de Chirico, 

ser una columna de luciérnagas que acaban de ser arrestadas por no participar de una subasta para fijar la tarifa eléctrica, 

ser la trampa que acaba de pisar una nena cuando le sonríe a un tío en un bar para minotauros,

ser el joven comunista Guy Môquet, ser Sierra Maestra, ser mayo del 68,

ser la plaza Tahrir llena de puercoespines,

ser la nostalgia de un pájaro que entra al supermercado para pesar su corazón en una balanza, como si pesara un trozo de mar 

ser la lágrima donde los pescadores duermen para ajustar cuentas con los derechos civiles de los peces,

ser el estibador que acaba de perder el último tren hacia un buen puñado de reproches,

ser el murciélago que ha decidido operarse de las cataratas porque precisamente es en las cuevas donde se puede ver lo invisible,

ser el rio que se lleva la imagen del que se ve en el agua,

ser la sonrisa de Martin Luther King cuando le dispararon con la rosa de la videncia,

ser el recipiente donde los barberos recogen la luz de la luna cuando afeitan a un león marino,

ser la flecha que en el aire decide dejar escapar a su presa y al mismo tiempo ser la presa mirando el crespúsculo que está a punto de subir a un taxi,

ser los restos del taxista que te acaba de llevar a una peluquería para ruiseñores

ser las muletas de la eternidad tres segundos después de que te vea desmaquillarte,

ser todo esto para acercar mi corazón como una linterna bajo tu almohada y darme cuenta que has vuelto a subirme los impuestos por soñarte

ser cuánto ha quedado del final de este poema que paso de escribir si no empiezas a enrollarte.

Filosofía para gatos

Heráclito, el oscuro de Éfeso, decía que lo difícil no es salir a la calle,

sino levantarse de la cama y ser el mismo que desembarcó del sueño anterior

estaba como una cabra, según se ve

y estoy casi seguro que le costaba más pensar en la compra de la semana

o en llevar su traje a la tintorería

que hacer un aforismo sobre lo que costaría el oráculo de Delfos en Christie’s

o sobre la doctrina cosmológica del eterno retorno

en el corazón de los músicos ambulantes o de los maquinistas de los trenes

—ya se sabe que para él era cosa de niños esto de la filosofía—

precisamente por eso decía que no se puede entrar dos veces al mismo río

o enamorarse de la misma nena dos veces en la misma noche.

Varios siglos después, aún sigue siendo difícil prepararse el café

tostar el pan que aún aúlla en los hornos de la noche

y pensar que nunca la misma tostadora tuesta el pan de la misma manera.

Es cierto, este poema no es más que filosofía barata

alta bisutería hecha de palabras e intersticios, no obstante,

no os habéis preguntado ¿por qué demonios

siempre se caen las tostadas por el lado de la mantequilla?

o ¿por qué nieva cuando un ángel se suicida?

Hoy, desde este lado del corazón,

—frío, como la purísima sangre de una estrella que se desvía de su curso—

te confieso que ya paso de dejarle monedas a las estrellas de tu mirada

de adjetivar la lágrima que nos hace llorar como peces

(de insistir en que la soledad es aproximarse a la vida o más bien su limosna)

y de leerte el testamento lunar de un chalado, como Heráclito,

y otras tonterías de las buenas que nos hacen acercarnos

como dos solitarias aves que acaban de perder el autobús,

porque tienen miedo a volar.

Ahora, desde este lado de la luna llena o de tu cama

(que son el mismo lado de la sonrisa de Dios)

tengo que confesarte que mi corazón no sabe que existo.

y tú tampoco,

y ahora es cuando tienen sentido todas las condenaciones eternas del amor,

incluida la soledad itinerante de los gorriones

que se escapan cuando abres un libro de Paul Auster

para leerme la suerte.

Con la tontería, va a ser cierto que “a perro flaco todo son pulgas”

o eso de que los habitantes de Yoro, en Honduras,

dicen que cada año les llueven peces del cielo.

El equipaje del ángel

Hay algo de estrellas isotónicas en el corazón de las amas de casa. Hay algo de Tim Burton en la mirada de los perros lazarillos y hay algo de tu corazón en las gasolineras de mi corazón, creo que esa es la ecuación perfecta del amor salvavidas para entrar en el mar y salir por debajo de tu cama. Incineradas las palabras, incinerado el contenido de las palabras mejor dicho, vuelven los significados a tener sentido entre tus labios, vuelve la partitura del silencio al pico del ave de la melancolía y finalmente vuelve el ave de la melancolía al viejo bestiario de los animales solubles. Nos gustamos tanto que nos hacemos la vida imposible. Sacamos a pasear a la correa y dejamos al perro en casa, nos limpiamos la soledad con un pañuelo desechable y compramos billetes para el atardecer que cada día se proyecta desde la comisura de tu boca. Debería ser ilegal que tus minifaldas saquen a pasear a tus piernas cuando aún no nos hemos recuperado de ver cómo te tomas el café mientras te fumas la soledad del mundo. No hay analogía posible entre una ballena en una pecera y mi corazón en una lágrima de manatí pero no está el agua para peces llorones ni mucho menos yo para creer que esta es la última vez que te veo invitarle copas a otro. Así que anda con cuidado, que mi buen humor es sólo edulcorante. Una vez, en Madrid, nos bebimos hasta el agua del florero con el hijo del panadero y una docena de sonrisas se llovieron sobre el compromiso civil de los pájaros con los ornitólogos, otra vez, en Lima, vi caer la nieve del telar del sastre de los meteoritos sobre los párpados de una sueca con la que pase la noche vendiendo miel a las abejas y ayer una declarada comunista (Sophia “la Lechuza”) me tendió una trampa: me dijo que cerrara los ojos y vería llover detrás de sus ojos y de pronto me vi cara a cara con el ángel fumador tocando, con su violín de terciopelo, el himno del sindicato para la liberación de las rosas ¿que por qué te cuento todo esto? Yo lo que me pregunto es por qué dosificas tu buen humor y descongelas tus palabras en el microondas cada vez que llueven ranas en la localidad húngara de Ràkòczifalva. Ya sé que me lo has dicho, nuestro amor es un malentendido y quieres que te firme los papeles para dejar de enrollarnos. Aquí los tienes: este poema va en el equipaje del ángel que te susurrará al oído que no le doy permiso a tu corazón para olvidarme.


Escrito por

José Agustín Haya de la Torre

Curioso y fragmentario.


Publicado en

Redacción mulera

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