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A-su-madre

Cuatro poetas nacionales iniciados en los años noventa: Selenco Vega, Lizardo Cruzado, Roxana Crisólogo y Miguel Ildefonso, y estos poemas, en los que evocan a sus madres.

Publicado: 2014-05-11

Selenco Vega

REBECA

Rebeca, la mujer de Isaac, tiene sentado sobre su regazo al pequeño Jacob, que mira de medio costado a los espectadores, en el cuadro.Cerca de ellos, Esaú, el primogénito, juega con unos corderos y una honda, bajo la atenta vigilancia de la hermosa madre bíblica. 

En un rincón, tres cántaros y una tinaja delatan la proximidad del baño que a estas alturas sólo puede ser un signo más que selle el pacto íntimo entre madre e hijos, la comunión de un amor que atraviesa los años y no se lava con el agua, que más bien se ha de bendecir con el agua de los cántaros cuando humedezcan dulcemente los pequeños cuerpos que ahora tiemblan, henchidos de seguridad al amparo de la madre de los senos amplios. 

Rebeca, la mujer de mi padre, vierte con cuidado el agua sobre el cuerpecito de uno de sus hijos; mientras tanto mis demás hermanos -muchos más de dos- retozan cerca de ella, que no los pierde de vista: parecen recién salidos de un cuadro. 

DE: Casa de familia. Lima, Editorial Los olivos, 1995

Lizardo Cruzado

PARA M.M.

(O sea, para Marylin Monroe; para Mi Madre)

Decir que Marilyn Monroe no fue Mi Madre no es lo mismo  que decir que Mi Madre no fue Marilyn Monroe. Fijo que suena confuso como un sofisma; pero viendo bien, viéndola bien, viéndolas, ambas tiene -aparte del esqueleto lentísimo y el erizado pellejo celeste- el mismo parque de atardecer quebrado, unos cuantos sueños hechos mierda, fotografías amarillentas -cual marchitas magnolias- olvidadas bajo el colchón o los párpados, y unas ardientes ganas de ser amadas mordidas lamidas y apretadas como maduras chirimoyas o como higos. 

Aunque fuera el viento neoyorquino el que alzó a Marilyn las faldas y a Mi Madre las ropas oprimiesen las resacas brisas del arenal, ambas han llorado desnudas al menos una vez extraviadas entre ortigas y sedas. 

Y si Mi Madre no hubiera abandonado el cine oscuro donde su juventud aullaba con la última butaca clavada en pleno pecho, tal vez estaría ella ahora escribiendo sus memorias; y por otro lado -o por el mismo- se hallaría Marilyn pelando legumbres y patatas o hirviendo sopa y calcetines cuando muere la tarde. 

Ambas fueron desgarradamente felices e infelices también -desgarradoramente- La única  y pequeña diferencia es que Marilyn reventó al tomarse cincuenta cápsulas de nembutal y que Mi Madre me parió a mí. Lo cual verdaderamente es casi lo mismo. 

(Publicado en Revista Hueso Húmero n° 31, diciembre de 1994)

Roxana Crisólogo 

Madre  

cuando cantabas huainos de la desaparecida Radio Nacional  te parecías a Janis Joplin  te imaginaba como la reina de los carnavales  la diva emplumada  que debiste haber sido  mis hermanas entretanto  se entrenaban para ser pacientes  jugaban a contar cada granito de arena  que tú empujabas con la escoba  recogíamos botellas para hacer ruido  o más música  aun todo era de vidrio  más fugaz  pero más bello  y las bicicletas pasaban veloces  como los huainos que susurrabas  entre cada aviso comercial  y nos preguntábamos por el destino  de lo que el cielo  misteriosamente traga  por las piedras que los niños lanzan  para matar a los murciélagos  escondidos en las antenas de televisión  en blanco y negro  y en los mismos colores decías  los cerros tienen mirada de vaca  nos espiaban los cerros  

madre las luces que aparecen y desaparecen  en la carretera a Pacasmayo  cuando el olor a pescado frito  estimulaba sonoridades en nuestros estómagos  sonoridades y olores  y tu mirada era lo suficientemente sólida  como para lijar  nuestros cuerpecitos a medio construir  y acomodarlos junto a los cajones de fruta   en el lado trasero del camión  mientras nos abandonaba el desierto  e íbamos dejando marcas  más música  que de pronto empieza a estallar 

(En: Trenes, 2010)

Miguel Ildefonso

Mamá llevaba siete corazones y un sol cuando la conocí. Esto sucedió por el año 1970, tres años más quizás. Mamá tenía brazos blandos, suaves y fuertes. 

En su fortaleza, poco a poco, fui escudriñando. Mamá enseñaba. Ella me enseñó a oír el silencio de las estrellas. Un día ella me golpeó en la cara, junto a la nariz. Obviamente, yo Yoré. Pero aprendí que la vida es un largo camino hacia la contemplación. 

Mamá me hablaba de un pueblo pasado.

Las historias las iba tejiendo como un manto que nos iba cubriendo en los inviernos. 

El tiempo pasado no tenía un monumento en la plaza del pueblo. 

Pero los niños hacían figuras con el barro arcilloso del río. 

Mamá nos hizo de ese barro, y nos dejó volar hacia el pasado muchas veces. 

¿Qué diría ella, ahora que me encuentro lejos de todo y he perdido las alas? 

Mamá me llevaba a la feria. Yo Yoraba de todo. 

Por eso ella me llevaba a jugar con los niños que no lloraban. 

Una tarde me perdí entre los cajones de frutas. Pasé la barrera de los pájaros. Yo escuchaba un tema de los Beatles. Me perdí entre los mendigos. Cuando estaba a punto de salirme de mi cuerpo oí la voz de mamá. 

Me sujetó de una mano. Y camino a casa, yo comprendí que bajo la luz del mundo no había nada que temer. 

Vamos al sol, decía. O si no, de noche, vamos a tomar aire. El tiempo pasado ya estaba escrito en las estrellas. 

Y la casa crecía mientras subíamos a la azotea. Pasaron años. Muchas explosiones veíamos desde la azotea. Madre, déjame ver las explosiones, le decía. Si vas, hijo, se apagará la luz en un segundo. Madre, si no voy la luz me enceguecerá. 

Pero si vas, tal vez ya no querrás volver. Mamá lloró en sus siete corazones. Por cada corazón un Ave María. El tiempo pasado se apoderó del presente. Los niños que no lloraban ya no jugaban en la feria. Tiempo después ya no hubo feria tampoco. Mamá trataba de hallarme desde la azotea. Con tanto ruido yo no podía oír su voz. Perdí la luz. Perdí el camino. Por eso ahora escribo este poema. 

(En: Canciones de un bar en la frontera, 2001).


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Redacción mulera

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