El pasado 28 de abril se conmemoró el décimo aniversario del destape de los horrores de Abu Ghraib. Ese día, en 2004, el programa 60 Minutes II de la cadena de televisión CBS transmitió las primeras imágenes que daban fe del trato inhumano y criminal infligido a los prisioneros –algunos de ellos presuntos miembros de grupos armados, otros civiles- en una prisión iraquí gestionada en ese entonces por el ejército norteamericano. Las fotografías filtradas mostraban a miembros del personal militar de la potencia ocupante humillando, lacerando y abusando de prisioneros iraquíes de mil maneras perversas: podíamos ver, por ejemplo, escenas que involucraban a soldados hombres y mujeres sonriendo y con los pulgares apuntando hacia arriba al costado de prisioneros desnudos dispuestos en sórdidas pirámides humanas; a hombres encapuchados de pie sobre cajas de cartón con cables eléctricos conectados a sus dedos y órganos genitales; a prisioneros tratados literalmente como perros, con correas atadas al cuello, como en la película Saló o los 120 días de Sodoma; a hombres obligados a simular actos sexuales junto a otros prisioneros; a personas desangrándose en pasillos oscuros.
Dos días después de la conmoción causada por esas fotos, llegó la denuncia del periodista de The New Yorker Seymour Hersh, que hizo públicos extractos de un reporte oficial sobre la situación del sistema de cárceles norteamericanas en Irak, Afganistán y otros territorios ocupados redactado el 4 de abril de 2004 por el general Antonio Taguba. El escalofriante informe citaba muchos otros ejemplos de la forma en que el abuso de prisioneros se llevaba a cabo en Abu Ghraib. Entre ellos, técnicas como “forzar a los detenidos a masturbarse para fotografiarlos y grabarlos”; “romper luces químicas sobre los detenidos y echar líquido fosfórico sobre los prisioneros”; “amenazar a los detenidos con violarlos”; “sodomizar detenidos con luces químicas y palos de escobas”; además de al menos un caso confirmado de “violación de una mujer detenida por un Policía Militar”.
Por más sórdidas que hayan sido las revelaciones, lo que teníamos ante los ojos no era el caos provocado por unas cuantas “manzanas podridas”, como se nos dijo inicialmente, sino una política deliberada de abuso: un sistema perfectamente estructurado, promovido desde las más altas esferas del poder –lo que demostraría por cierto la filtración de más de un memo comprometedor-, y cuya historia, diez años después, no parece haberse terminado de cerrar.
En efecto, mientras que las fotografías de tortura y humillaciones sexuales han sido consumidas con avidez por televidentes y cibernautas, y los reportes se han multiplicado en la prensa internacional, no queda claro que el escándalo haya tenido un impacto sustancial en la vida política norteamericana, y mucho menos a nivel global. Donald Rumsfeld fue destituido del cargo de Secretario de Defensa en 2006, pero recordemos también que George Bush fue reelegido solo seis meses después de que aparecieran las primeras historias sobre Abu Ghraib. Por otra parte, hace un par de semanas, en plena era Obama, la Casa Blanca, la CIA y varios senadores dieron muestras claras de que el asunto sigue siendo manejado de manera poco transparente al dificultar la liberación de un resumen de un informe de 6.300 páginas sobre las políticas de tortura de la era Bush elaborado por el Comité de Inteligencia del Senado.
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Hace muy poco, Eduardo González-Cueva, sociólogo peruano radicado en Nueva York, publicó, como parte del libro Transitional Justice, Culture and Society: Beyond Outreach, el ensayo “Photography and Transitional Justice: Evidence, Postcard, Placard, Token of Absence”, que trata, en parte, del impacto que tuvieron las fotografías en el escándalo de Abu Ghraib y sus secuelas. González-Cueva tiene un grado de maestría en The New School for Social Research y en la Universidad Católica del Perú, y trabaja actualmente en el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ), donde es director del programa de Verdad y Memoria. Este programa presta asesoramiento a países tan diversos como Timor Oriental, Marruecos, Liberia, Canadá, y los Balcanes Occidentales sobre la conformación de comisiones de la verdad, la desclasificación de archivos, la creación de actividades de conmemoración, y otros instrumentos similares. Antes de eso ayudó a organizar y llevar a cabo la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en nuestro país, donde trabajó como director de audiencias públicas y protección de las víctimas, y más tarde como redactor del informe final de la comisión. Anteriormente, ha trabajado como impulsor del establecimiento de la Corte Penal Internacional.
Aprovechando la ocasión de la publicación del libro, decidí contactarlo para hacerle algunas preguntas sobre lo que ha quedado del impacto de esas imágenes tristemente célebres y del contexto en el que estamos viviendo la conmemoración de este aniversario, que, valgan verdades, ha pasado bastante desapercibido.
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A diez años de la publicación de los primeros informes sobre los casos de violaciones de derechos humanos en la prisión de Abu Ghraib, ¿consideras que el impacto político de este escándalo ha sido significativo?
Me parece importante aclarar primero lo que esas imágenes mostraron. Esas fotografías constituyen la prueba palpable de un crimen de guerra, de un tratamiento que violaba todo estándar posible de derecho internacional. Son abusos que además, en varios casos concretos que luego fueron identificados, resultaron en muertes de prisioneros, en hechos de tortura, etc. Esos crímenes ocurrieron durante una ocupación militar que creaba responsabilidades de parte de la potencia ocupante, y además, durante una ocupación militar que resultaba de un acto de agresión por parte de Estados Unidos en contra de la expresa voluntad de muy buena parte de su población, de muy buena parte de la opinión pública mundial, y sin autorización de instancias internacionales como la ONU.
El efecto de esas revelaciones fue, desde luego, el de una deslegitimación de la ocupación iraquí. Al público estadounidense se le había vendido la idea de una guerra fácil y una guerra justa que, a fin de cuentas, no resultó ni justa, ni fácil, porque la resistencia de distintos grupos hizo que el costo en términos de vidas humanas, material y presupuesto empezara a erosionar muy pronto la legitimidad de la empresa. También deslegitima la empresa el hecho de que se llega a saber que las razones que se habían dado para iniciar la guerra no eran ciertas. Lo que hace el escándalo de Abu Ghraib, en este contexto, es lanzar una tercera razón de deslegitimidad: la demostración de que la guerra tampoco se está librando de una forma justa. Es decir, que el ejército norteamericano está violando las leyes de la guerra, cometiendo acciones crueles contra la población. Lo que hacen esas fotos, entonces, en el terreno estrictamente político, es agregarle clavos al ataúd del proyecto de la “Guerra contra el terror” que había lanzado la administración Bush.
Sin embargo, no parece que el efecto haya sido decisivo, a pesar de lo rápido que circularon esas imágenes. ¿Consideras que existe un verdadero quiebre entre las políticas de Obama y las de Bush a nivel de derechos humanos?
Ha habido cambios en sentidos, tal vez, incrementales, pero no sustantivos. En términos sustantivos, la administración Obama continúa varias de las líneas maestras trazadas por la administración Bush. Estos lineamientos siguen siendo, primero, identificar a un enemigo -que se define de una manera muy ambigua: el “terror”-, y, segundo, no esperar que venga sino “irlo a buscar”. Eso da carta blanca a una serie de intervenciones más o menos encubiertas en estados que se identifican como “fallidos”, y en donde, por la debilidad de las estructuras del Estado, se sospecha la existencia de partes o avatares de esta red terrorista internacional. En ese sentido, la estrategia no ha variado, como tampoco cambia el hecho que esa estrategia necesita acciones unilaterales: la administración Obama no negocia con Afganistán, Pakistán, Yemen o Somalía lo que hace en esos países todo el tiempo.
¿En qué cambia? En algunos aspectos tácticos. Por ejemplo, Obama y su administración reconocen que no hay manera de ganar en Irak y lo que hacen es algo como declarar victoria e irse. La opción táctica de Obama es, en lugar de mantener una ocupación costosa en dinero y vidas, optar por presencias mucho más ligeras en distintos lugares manteniendo una presencia fuerte solo en Afganistán. La guerra de Afganistán Obama sí, de algún modo, “se la compra”. Y pretende escalarla y lograr éxitos militares, lo que hasta ahora no le ha dado gran resultado. Se ha dado también otra variable táctica, que es la apuesta por intervenciones que no son pesadas en personal sino en material, la famosa guerra de los drones. Un drone es básicamente artillería teledirigida que no implica riesgos para el personal norteamericano.
En resumen, la administración Obama hace cambios tácticos que reducen la escala pero no necesariamente la esencia de su intervención. Se introducen medidas de control para evitar que vuelva a ocurrir lo que pasó en Abu Ghraib, pero esas medidas son limitadas. Es decir, para que no vuelva a ocurrir Abu Ghraib tendría que reducirse las oportunidades de abuso, tendría que reducirse la cantidad de personas que están prisioneras bajo autoridad de Estados Unidos, tendría que introducirse nuevas doctrinas militares, etc., y eso no es lo que ocurre. La prisión de la bahía de Guantánamo sigue funcionando; Obama ha fracasado en todos sus intentos, fuertes o débiles, de cerrarla o de transferir a los prisioneros al territorio continental de Estados Unidos. Se mantiene por lo tanto una situación en la que, objetivamente, sigue habiendo oportunidades para que estos abusos ocurran.
En 2004 hubo muchas discusiones sobre si se debía publicar o no ciertas fotografías por su contenido sexual y de violencia explícita; se habló también de que estas fotos podían inflamar a los enemigos de Estados Unidos, poniendo en peligro a las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán. Otros dijeron que las imágenes no nos enseñaban nada nuevo y que por lo tanto resultaba gratuito o morboso mostrarlas. ¿Qué piensas de los argumentos que han pretendido frenar la circulación de estas imágenes?
A mí me han parecido siempre argumentos muy endebles…
¿Por qué crees entonces que es tan importante mostrar esas imágenes, aunque sean violentas o sexualmente explícitas, si existen reportes escritos que también cuentan esa historia?
Hay un elemento bastante sencillo y pragmático, que es que la imagen tiene un impacto distinto al que tiene un informe. Eso, para mí, es muy claro desde que trabajé en la Comisión de la Verdad en Perú y pude apreciar el impacto enorme de la muestra fotográfica "Yuyanapaq: Para Recordar". Yo creo que más gente conoce Yuyanapaq que el Informe de la CVR. Entonces creo que cuando se prohíbe la difusión de las imágenes, lo que se está haciendo es reducir el margen de personas que pueden educarse sobre lo ocurrido, porque de ese modo los únicos que se enteran son los que han leído un informe del Congreso sobre el caso de Abu Ghraib.
Segundo, para mí es una violación directa del derecho que tienen los ciudadanos norteamericanos de saber qué hace su gobierno. Todo ciudadano tiene el derecho de saber qué es lo que se hace en su nombre; y por lo tanto, tiene el derecho de estar al tanto de una cosa de altísima importancia como la conducta de sus tropas en una intervención extranjera.
El argumento que se da para limitar la circulación de estas imágenes no es un argumento de derecho sino uno de conveniencia. En el cálculo de la administración Obama, publicar estas fotos podría tener un impacto negativo sobre las tropas en el extranjero. Pero, para comenzar, tal vez estos soldados no deberían estar en esos otros lugares; además, probablemente la gente ya está bastante molesta por el hecho de que esa ocupación existe y que los factores que posibilitan las violaciones de derechos humanos en esos contextos siguen presentes y no han cambiado. Me parece que las respuestas que se han dado han sido inadecuadas y que el resultado es impedir que la ciudadanía (de Estados Unidos y seguramente del mundo) se eduque sobre lo que estás imágenes implican.
Hablemos ahora de la trivialización de la atrocidad en estas fotografías. En el artículo que publicaste hace poco relacionas estas imágenes con las fotos turísticas que muchos de nosotros nos hemos tomado alguna vez. Tenemos, en medio de las peores atrocidades, sonrisas fotogénicas, el gesto del pulgar para arriba típico de la foto souvenir. ¿Cómo lees esta intersección de lo atroz y de lo cotidiano en estas imágenes?
La fotografía pasó de ser una ciencia a cargo de especialistas a una técnica a la mano de todo el mundo en dos grandes etapas: primero, cuando deja de depender de máquina pesada y aparecen las primeras cámaras portátiles, y luego cuando la imagen se digitaliza, con lo que la diseminabilidad de la imagen se hace amplísima. Es así como es capaz de registrar una serie de prácticas normales de la vida civil, en particular el ocio y los espacios familiares.
Pero ocurre también que la fotografía –portable y diseminable masivamente- termina transportándose a la guerra y al escenario de la atrocidad. Lo interesante es que en estas situaciones extremas los que las viven tienden a normalizarlas y a reaccionar ante ellas de la misma forma que se comportan en la vida civil; esto es, haciendo lo que yo llamo un “turismo de la atrocidad”.
Este “turismo de la atrocidad” no es necesariamente nuevo: en los años 30, por ejemplo, en Estados Unidos, la gente de los estados del sur se tomaba fotos participando en linchamientos y luego las convertían en postales que les enviaban a sus parientes contándoles lo “interesante” que había sido la experiencia. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchas de las fotos que muestran los horrores cometidos en contra del pueblo judío o de las poblaciones ocupadas fueron tomadas por los propios soldados alemanes que llevaban cámaras portátiles. Lo que ocurre en el caso de Abu Ghraib es precisamente eso: los soldados americanos, como sus antecesores alemanes en Rusia o en Polonia, llevan sus cámaras y toman fotos de lo que ocurre, comportándose, frente al objetivo, igual que se comportarían en un espacio de turismo. La soldado Lynndie England o su colega Sabrina Hartman estaban en Irak como quien estaba viajando por México, tomándose fotos y haciendo en las fotos lo de siempre: sonreír, porque se supone que en una foto turística tú sonríes y levantas el pulgar.
Lo que vemos ahí es una banalización de la atrocidad, y una banalización que, de alguna manera, refleja el estado mental con el que Estados Unidos decide llevar a cabo la ocupación de un territorio al otro lado del mundo: ignorando por completo de qué se trata, ignorando que librar una guerra de agresión constituye un crimen, ignorando quiénes son las personas que viven ahí, ignorando incluso el lenguaje de las personas que se supone que van a custodiar. Las tropas se comportan como si estuvieran simplemente en otro paisaje turístico y en ese paisaje se toman fotos. Eso es lo que hace de estas fotografías no solamente evidencia legal, sino evidencia cultural, un testimonio del tipo de sociedad que las produce.
¿Cómo lees ese uso sistemático de la sexualidad en las humillaciones y vejaciones?
La vejación sexual es un componente muy frecuente de la tortura. Lo que se busca hacer en la tortura es humillar al prisionero en los espacios más íntimos, afectar su sentido de la identidad, la imagen que tiene de sí mismo. Ya que en este caso los prisioneros son hombres cuyo entorno es una sociedad muy tradicional con roles de género muy marcados, lo que se buscará, con toda seguridad, es feminizarlos, tratar de poner en cuestión eso que sienten o conocen de sí mismos. En el caso de Abu Ghraib la técnica utilizada, y que aparentemente los torturadores van desarrollando y descubriendo sobre la marcha de una manera casi “lúdica”, es no solo la de feminizar y humillar al capturado iraquí sino hacerlo, además, utilizando a las soldados mujeres que resguardan la prisión. El hecho de que sea una mujer la que humilla al prisionero, la que le quita la ropa o lo viste de mujer, la que lo agrede sexualmente o lo obliga a simular un acto homosexual, todo eso son tácticas o técnicas que los torturadores van desarrollando específicamente para incrementar su control sobre las personas a las que están torturando.
¿Qué es lo que queda, finalmente, de este escándalo a diez años de su destape?
Yo creo que, tal vez, el hecho de Abu Ghraib se ha invisibilizado un poco porque en el ínterin ha habido una gran explosión de información. Es decir, hasta hace un par de años, el gran problema con Abu Ghraib era que había fotos que no se habían publicado y todo el mundo sospechaba que había más cosas que se podían saber sobre crímenes cometidos por las fuerzas armadas de Estados Unidos en estos escenarios: en Irak, en Afganistán, etc. Pero lo que ocurre en el ínterin es algo que nadie hubiera podido prever, que es la aparición de Wikileaks. Wikileaks libera información, videos, imágenes, que producen tal avalancha informativa que, de alguna manera, se crea un “lugar donde ir” para encontrar la evidencia de conductas violatorias de los derechos humanos.
Por otro lado, el caso de las imágenes de Abu Ghraib no es el único de este tipo, sino que a partir de ese momento se comenzaron a filtrar muchas más. En Afganistán se filtran por ejemplo imágenes de soldados orinando sobre los cuerpos de enemigos muertos, o de soldados posando orgullosamente junto a cadáveres de enemigos como si se tratara de presas obtenidas durante una cacería.
Lo que ocurrió con Abu Ghraib, entonces, es que abrió el escenario para el posible reconocimiento de estas atrocidades, pero no fue el único evento importante en este proceso. En todo caso, creo que a estas alturas, luego de Abu Ghraib, de Wikileaks, después de los otros escándalos, no hay manera de que un ciudadano estadounidense mínimamente consciente pueda decir que ignora lo que se está haciendo en su nombre o que pueda condonar esos actos. La sociedad norteamericana no puede decir que no sabe y eso es algo que intensifica, de alguna manera, la responsabilidad moral de no detener lo que ocurre. En ese sentido yo creo que esas fotos lanzaron, de alguna manera, más urgencia, más fuerza sobre los temas de la intervención norteamericana en Afganistán, sobre el uso de los drones en lugares donde no ha habido declaratorias oficiales de guerra, etc. Por eso creo que va a resultar ilustrativo ver de qué manera la media americana reacciona ante este aniversario.