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La vida de Javier Diez Canseco

Pocos hombres en la política peruana han exhibido esa amplitud de registro para reivindicar las luchas por ciudadanía. Pocos hombres han sido reclamados desde tantas tribunas. 

Publicado: 2014-05-05

El año de la muerte de Javier Diez Canseco se ha cumplido, para los suyos, marcado por un sentimiento que no fue ajeno a la vida del político de izquierda: un ánimo de reivindicación. Liliana Panizo, su compañera, hoy guardiana de su memoria y su legado, pelea porque el Congreso de la República restaure el buen nombre de Javier, acatando el fallo judicial que desestima la injusta sanción que recibiera en noviembre de 2012, y que marcaría el fin de una brillante labor parlamentaria. 

Con matices, este duelo inquieto ha marcado a cada uno de los círculos que Diez Canseco estableció durante su destacado paso por la política. Es lo que cualquier observador atento podía percibir la tarde del domingo 4 de mayo, durante la espera de la inauguración de la muestra "JDC, una vida singular", auspiciada por la Municipalidad de Lima y organizada por el comité promotor de la fundación Diez Canseco. 

Nada más entrar al Parque de la Exposición, una fotografía a tamaño natural de un sonriente Javier recibía a los visitantes: amigos, seguidores, colaboradores, vecinos políticos, rivales, habituales de las asambleas, marchas y contramarchas de la izquierda local, estudiantes universitarios y una notoria concentración policlasista de sesentayochistas que han terminado unidos por las circunstancias, homologados a fuerza por el paso del tiempo y la reducción de los espacios políticos organizados.

En ese ambiente, LaMula.pe conversó con los concurrentes a la ceremonia, y como resultado presenta a sus lectores el documento visual que encabeza este texto, que fue posible gracias a la atención que los organizadores dispensaron a nuestro equipo -Ginno Melgar y Ricardo Ayala- y al tiempo que nos dedicaron quienes conversaron con nosotros cumpliendo con concentrar sus mejores palabras para el homenajeado.

JDC, un reto para la izquierda

A diferencia de sus funerales -que se desenvolvieron en una ola de desconcierto y bullicio, una reacción primaria frente al rápido golpe de la muerte-, este primer año se conmemora, ciertamente, en un ambiente de desolación. No es malo decirlo. No sabemos qué hacer con Diez Canseco. Su figura nos interpela y quizá no estamos a la altura.

En nuestra historia contemporánea, y en cómo la entendemos desde nuestras historias personales, la relación colectiva que tenemos con la muerte reconoce lo extraordinario y heróico, un resabio cristiano quiere que la carne sea sacrificio, la retórica de la revolución exige la inmolación en nombre de una causa, y la guerra -vivimos una guerra- nos impuso sus duras y extenuantes reglas. Heraud, Moyano, Huilca, Cantoral. Nos cuesta más entender a- y relacionarnos con- los que simplemente mueren cuando llega el día o la enfermedad -Javier, Horacio-. 

Con Diez Canseco, estamos desamparados ante el desafío de elaborar su muerte de modo que se entronque a nuestra tradición, de modo que podamos atenderla desde el repertorio izquierdista. Tomará tiempo y no es un fruto que caerá de maduro, no. Es algo que debemos cuidar y cultivar. 

El Frente Amplio tiene ya adquirida esta deuda. Algunos elementos están frescos en la memoria y pueden ayudarnos a elaborar la partida de Diez Canseco. Lo primero será superar la tentación de falsificar el mito -¡Javier Unidad!-, o de negociar con la memoria una figura suavizada, consensual, convocante -"El Javier de Todos"-. 

No lo fue, y honrarlo es reconocer en su larga trayectoria política sus contradicciones y los enfrentamientos que generó con las decisiones de cambio y continuidad en su línea política: desde Vanguardia Revolucionaria, el PUM e Izquierda Unida, ese aggiornamiento desde el membrete que significó el llamado Partido Democrático Descentralista y su absurda aventura electoral, hasta el retorno del perfil radical que animó a tantos con el lanzamiento del Partido Socialista. Y claro, también el último naufragio de la zurda al lado de Ollanta Humala, que, valgan verdades, supuso una reconexión de las izquierdas democráticas en las que se ubicaba JDC con una cara popular extraviada por años, quizá décadas.

Sus exequias, el año pasado, dan algunas pistas de un camino posible para el duelo, y para la memoria. De su masivo funeral en la Casona, tengo en mente todas las banderolas, pancartas y trapos agitados durante su despedida: federaciones campesinas, sindicatos de todo rubro, círculos estudiantiles, sectas velasquistas, gremios profesionales, asociaciones civiles, organizaciones de discapacitados, ONG´s, promociones de colegios de educación especial, agrupaciones artísticas, familiares y víctimas de la guerra, núcleos GLBTI, luchadores por los derechos humanos: todos sintiendo a Javier como suyo, todos haciendo guardia, todos queriendo cubrir aunque sea por un minuto, con su bandera particular, el ataúd. Esta es una imagen muy potente: pocos hombres en la política peruana han exhibido esa amplitud de registro para reivindicar las luchas por ciudadanía. Pocos hombres han sido reclamados desde tantas tribunas. 

Las preocupaciones que le tomaron la vida -derechos humanos, anti impunidad- y las que concentraron su labor parlamentaria pos transición -anticorrupción, soberanía nacional, ciudadanía plena- pueden ayudarnos a completar la ruta, para recuperar su legado e imaginar que es posible que estas causas no se reduzcan a los contenidos que el discurso demo-liberal les asigna. Hay que recordarlo: JDC creía en esas cosas y peleaba por ellas motivado por su vocación por quienes están en los márgenes y deben ser reparados por la historia. Es decir, creía en esas cosas y peleaba por ellas porque era de izquierda. Y punto.


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Redacción mulera

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