Por qué vale la pena comprarse el pleito sobre el futuro de la familia
Un reporte sobre la instrumentalización, por parte de ciertos sectores de nuestra sociedad, del concepto tradicional de familia para preservar, bajo los ropajes de la respetabilidad, las formas más perversas de la discriminación.
I. Quizás ningún fenómeno social ha recibido en las últimas décadas tanta atención por parte de la Iglesia como la prolongada crisis que atraviesa el modelo tradicional de vida familiar promovido por esta institución. Desgraciadamente, la apuesta religiosa ante los tiempos cambiantes no ha sido la de una renovación de su discurso que tome en cuenta las necesidades postergadas de las minorías que no encajan en este modelo, sino un alarmante ensimismamiento y una actitud intransigente cada vez menos compatibles con la vida cotidiana en una democracia moderna.
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II. Me gustaría creer que en esta historia no hace falta tener todas las de perder –como ser lesbiana, por ejemplo, o ser simplemente mujer-, para caer en cuenta de lo injustos, de lo infundados, de lo endebles y de lo antojadizos que son, en última instancia, los principios sobre los que está construido el concepto tradicional, “natural”, heterosexual, monolítico de familia que promueven, en tándem, la Iglesia y el Estado peruanos en pleno siglo XXI.
Para quien no tenga en mente las directivas básicas de este modelo, su formulación clásica (como nos lo recordó hace poco la publicación del libro Cipriani como actor político de Luis Pásara y Carlos Manuel Indacochea) es la siguiente:
“Dios pone al papá por encima de los hijos y lo hace respetable, es decir, digno de respeto; y todos hemos visto en nuestra familia que la mamá dispone del buen funcionamiento de la casa. Ese es el mensaje de Dios. El papá es la autoridad de todo el proyecto de la familia. […] La mamá es, un poquito, la que modela todo lo interno del hogar, el ambiente de la casa. Ella corrige el carácter de los hijos, prepara las fiestas de cumpleaños, vela porque la ropa esté limpia, pone adornos y flores en las distintas habitaciones, da los permisos domésticos a los chicos y chicas para que salgan, les advierte que tengan cuidado. La mamá tiene esa tarea. No quiere decir que el padre y la madre sean iguales, sino que tienen la misma dignidad.”
[El famoso extracto citado en el libro de Pásara e Indacochea pertenece a un libro escrito por Cipriani en 1999 que se titula Testigos vivos de Cristo. Lo pueden revisar acá.]
Estas líneas truculentas -que parecen sacadas de una película de Luis Buñuel- pasan en nuestro país por la opinión legítima, sensata y divinamente mediada de un hombre adulto que dirige una de las más poderosas instituciones que conocemos. Y es una opinión que ha sido vertida en incontables sermones, en publicaciones semanales, en libros tristemente célebres, en multitudinarias marchas siniestras, en biliosas charlas radiales, en frecuentes reuniones a puertas cerradas con los gobernantes de turno, y en alarmantes apariciones televisivas, todo esto con perfecta normalidad, como si la pasmosa radiografía de las relaciones de poder al interior del modelo standard de la familia católica que nos presenta estas declaraciones no fuera incompatible, en más de un nivel, con procesos de modernización que son indispensables para la afirmación de cualquier democracia.
Decía, entonces, que quizá no hace falta tener todas las de perder para entender lo que está en juego aquí: quizá solo hace falta ser medianamente decente, medianamente despierto, medianamente humano, para prestarle atención a lo que la lógica patriarcal inscrita en cada resquicio de este modelo implica para los sujetos que relega a posiciones subalternas, como las mujeres y los niños, o para los que simplemente no caben en esta imagen, como las personas divorciadas, las familias monoparentales, las parejas homosexuales.
Y quizá no haga falta tener todas las de perder para entender lo que implica ese modelo en términos de sometimiento, de humillación, de falta de visibilidad, de falta de agencia, para otras vidas humanas. Y quizá tampoco para sentirse -uno que es privilegiado, blanco, heterosexual- asfixiado también, cada vez más, por ese modelo único de familia que no admite ni desviaciones ni innovaciones, que limita la libertad de las personas más allá de lo razonable, que frustra proyectos de vida alternativos y que quiebra aspiraciones legítimas de personas que merecen ser felices, marginando y estigmatizando a minorías enteras.
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III. La obsesión por la pureza en un país en el que predominan las mezclas
Para la escritora, académica y activista de los derechos humanos Violeta Barrientos, “la iglesia es gran responsable de la ideología sobre la familia, con un discurso que ha creado jerarquías -la de los “puros” y la de los parias que no se someten a su modelo-, y este discurso de divisiones cae como aceite sobre fuego en un país como el nuestro, tan variado y por eso mismo, propenso a la discriminación.”
En otras palabras, el machismo y la homofobia patentes que se escudan tras la defensa de un modelo único de vida familiar son especialmente nocivos en un país en el que subsisten, campantes, tantas otras formas de discriminación. En realidad, estas formas complementarias de clasismo, racismo, y sexismo, terminan creando una suerte de cluster en el sentido de que se magnifican y afirman unas a otras.
“Una amiga vasca que lleva un año viviendo en Perú me dijo una vez: “este es un país pobre en inquietudes””, prosigue Barrientos. “Creo que es así porque nuestra prioridad no es la de construir una nación de cara al futuro. Lamentablemente, no salimos de lo más ramplón desde la Conquista: vivir en un medio lejano a los centros de civilización del mundo, donde lo que queda es la tentación del saqueo o la explotación. Así hemos pasado Conquista y Colonia, y hoy la mentalidad es la misma porque aún toleramos la condición de los subalternos como herencia colonial, buscando siempre sacar provecho de quienes tienen menos que nosotros. De otra forma no se explica el salario del cholo barato, la existencia de una economía informal que sostiene a la formal, los ciudadanos de distinta categoría. Siendo permisivos con esta realidad, no nos debería asombrar estar de acuerdo con mensajes que refuerzan nuestra noción de quién está arriba y quién está abajo. A una iglesia que tiene en la cabeza la idea de separar entre lo “puro” y lo “impuro”, le viene como anillo al dedo una base social como la peruana.”
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IV. El temor al cuerpo y a la libertad individual
El origen de esta obsesión por la pureza se encuentra, por supuesto, en una aversión patológica al cuerpo y a la sexualidad. Prosigue Barrientos: “El gran temor al deseo sexual y a la encarnación de este, las mujeres, creó el ideal de la monogamia y del matrimonio eterno, dando fe de la lucha de la Iglesia por ejercer el poder y mantener el control. El costo fue la instauración de la dicotomía alma/cuerpo en el género humano." Sin embargo, la Iglesia sabe bien que esta situación no se puede mantener por siempre. "Esta situación ha variado muchísimo desde la posguerra con la universalización de los derechos humanos, la extirpación del racismo, del sexismo y la homofobia, estigmas que tenían su fundamento en marcas corporales. Lo que vivimos hoy en día es un proceso irreversible de conciliación con el cuerpo, en que se afirman los derechos de los individuos por encima del sometimiento a cualquier comunidad cultural.”
Ante este proceso, la Iglesia ha perdido naturalmente los papeles. No debería sorprendernos, en todo caso, que la institución defienda a capa y espada la noción de familia como “célula de base” de la sociedad, pues es una formulación que habilita la invisibilización de las aspiraciones y de los reclamos de ciertos individuos por medio de una distribución asimétrica de roles. Es la agencia individual la que se ve finalmente comprometida por este énfasis.
“El reconocimiento de esa individualidad me parece fundamental” sostiene Barrientos. Y añade: “No me refiero al individualismo patrocinado por el neoliberalismo -Thatcher pregonaba que la sociedad no existe, solo los individuos- sino al reconocimiento de sujetos que son la base de una sociedad. Aquí la iglesia nos dice que no es el sujeto sino la familia la célula base, y que dentro de ella cada quien tiene un rol natural que jamás cambiará. Este modelo implica desde ya el borrado de varios sujetos y el fortalecimiento del pater familias, lo que refleja bien el hecho de que la iglesia es una institución fundamentalmente masculina.”
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V. El problema de la retórica de lo natural
Para Ana Araujo, vocera del Colectivo Unión Civil Ya, el tema de la pretendida no naturalidad de las relaciones homosexuales está largamente zanjado: sencillamente no se sostiene ante la evidencia científica. “Siempre escuchamos erróneamente que la homosexualidad no es natural. Cuántas veces no hemos escuchado “Defiende a la familia -la conformada por papá, mamá e hijos-, defiende lo natural”. La homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad: existen más de 1500 especies en el mundo animal que tienen parejas del mismo sexo. Además la orientación sexual de una persona no es algo que ella pueda alterar o cambiar; existen investigaciones científicas que demuestran que ser homosexual no es anormal ni menos una enfermedad.” Por eso, sostiene, “No hay que dejarnos llevar por argumentos poco sustanciosos, por estereotipos y prejuicios que pretenden justificar su poca tolerancia y respeto por los derechos de otros con argumentos vacíos e inverosímiles.”
A mí francamente ese clase de discurso basado en argumentos sobre lo que es o no natural me recuerda, entre otras cosas, el concepto de alienación como “segunda naturaleza” que trabajó Gyorgy Luckács. Es decir, el uso instrumental del concepto de naturaleza como una justificación de la dominación de una clase sobre otra, o de un sexo sobre otro. Ideología pura.
Barrientos coincide: “Defender lo “natural” no es sino declarar la perpetuidad de una forma de poder. Es negar las posibilidades de la historia. Así fue “naturalizado” el racismo, el sexismo, la homofobia. No es por casualidad que todas esas formas de discriminación tengan su sustento en el cuerpo. A menos que te cambies de sexo o de color de piel como Michael Jackson, no habría forma de sacarse el grillete. Eso es muy perverso y cruel. Hoy en día este modelo único de familia lo que contiene es precariedad porque ha generado exclusión. Allí donde los Estados no se han ocupado de dar iguales derechos a los separados, a las familias monoparentales, a los hijos sin padre o a las familias homoparentales, esos grupos están a la deriva. No son pocos los ejemplos de las mujeres haciendo esfuerzos por conservar sus matrimonios pese a ser golpeadas o traicionadas por sus maridos, ya sea por temor al prejuicio social que rodea la separación, o debido a la precariedad económica que supone el rol tradicional de servir en sus casas. No todos los hombres apoyan el modelo único pero indudablemente les conviene que siga vigente para no reconocer lo que se hace por lo bajo.”
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VI. El futuro de la familia
Cuando le pregunto a Barrientos por qué tipo de familia considera que vale la pena luchar, me responde: “A mí el concepto de familia basado en lazos de sangre siempre me ha parecido egoísta y cerrado; prefiero aspirar a un espíritu de comunidad y convivencia no ligado a la consanguinidad pues esta no hace sino fortalecer los intereses económicos -de alianzas y herencias- más ajenos a la solidaridad. Quizás por eso no se me pasó por la cabeza tener hijos, y la idea del “estar sola si no tienes una familia” me suena a prejuicio. El estado natural humano es el individual y a partir de allí movilizarse a crear núcleos solidarios. Tener pareja o hijos propios no te libra de la soledad. Somos muy inventivos en nuestras relaciones humanas; la pluralidad de estas no hay por qué recortarla a un solo modelo que premiamos en perjuicio de otro tipo de relaciones. Sin embargo para ello habría que desmontar toda una estructura en la que juegan conceptos “naturalizados” como el amor romántico, los celos, el honor.”
Y a eso es en el fondo a lo que he tratado de ir: que el abandono de este modelo tradicional no es solo crucial para los sujetos subalternos que configura, sino para todos por igual: mujeres, hombres, homos, héteros...
Gabriela Zavaleta, otra de las voceras del colectivo Unión Ya que he decidido entrevistar para esta nota, coincide: “Creo que nuestra sociedad se va a enriquecer ampliamente con el reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo, desde el momento en que se haga visible que cada persona tiene el derecho inalienable a elegir qué clase de familia desea formar y con qué persona desea hacerlo, y que el Estado promueva el derecho a elegir."
Y Barrientos añade: “Creo que esta ley puede servir para combatir la intolerancia en el marco de lo que hoy diseñamos como familia. No es sino un mínimo a considerar en el modelo de la igualdad y el reconocimiento, pero lo más importante queda pendiente: repensar esa familia que ha manifestado su crisis desde hace buen tiempo.”
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