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Nocturna Alejandra

Pizarnik, la poeta argentina por antonomasia, nació un 29 de abril y la recordamos a través de sus diarios, poemas y dedicatorias. 

Publicado: 2014-04-29

El solo pronunciar el nombre de Alejandra trae demasiadas reminiscencias, míriada de tumbas y tensiones. ¿Cuántas Alejandras pude descubrir en las madrugadas? La poeta, la ensayista, la mujer atormentada, la pájara. Está la Alejandra de Sábato, una Alejandra como tatuaje personal y la Alejandra que, hecha de fuego, vivió rodeada de fantasmas y escribiera en algún café esta confesión que escucho atento: 

¡Alejandra! ¡Alejandra! ¡Piedad por tu espíritu! ¡Alejandra! ¿Qué será de ti, sola en esta muerte espasmódica? ¿En esta lugubridad humeante? ¡En este fuego sin alumbrar! ¡Alejandra! Piensa en tu alma. 

En un momento llegué a tenerle un respeto religioso a Alejandra, motivo por el cual me resultaba vitando ver a todo un séquito de sus lectoras queriendo imitarla en sus excesos y en su arte. Pero el dolor no se imita, menos la genialidad. Sí, Alejandra, el dolor no se imita, tampoco la muerte. 

Si uno revisa los diarios no hay nada en esas páginas que no sea la sincera destrucción del alma y el cuerpo, aspirando como un poseso a una grado de iluminación salvacional. Cada libro suyo hay que entenderlo así como la bitácora de un conflicto, como -parafraseando un hermoso título de Stefan Zweig- una lucha contra el demonio. En el poema "La enamorada" (La última inocencia, 1956) se lee:

te remuerden los días  

te culpan las noches

te duele la vida tanto tanto

desesperada ¿adónde vas?

desesperada ¡nada más!

Esta situaión puede comprenderse a la luz de las dedicatorias que Alejandra (Pizarnik) hiciera para Julio Cortázar y Aurora Bernárdez. Durante los años en París el matrimonio Cortázar fue una protección para una vida convulsionada por crisis internas: años de excesos con anfetaminas, relaciones eróticas vacías y depresiones. En este sentido atendamos a la dedicatoria autográfa de El árbol de Diana:

A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera —esta promesa de portarme mejor a partir de hoy —25 de febrero de 1963— y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos —si me esperan.

Y sobre todo y ante todo, un inmenso y minucioso abrazo (es decir: 2) de Alejandra. 

Se aprecia un deseo por cambiar un ritmo vital marcado por la angustia y el miedo a la locura, todo lo cual la llevaría a escribir en su diario "¿por qué no me suicido?" (8 de marzo e 1961), "Sé que debo suicidarme" (1 de febrero de 1962). Asimismo, hay una constancia por la culpa ante un lesbianismo que nunca aceptó completamente, ante fantasías incestuosas con su padre y antes las visiones de lo abyecto que siempre la asolaban: "Pus, sangre, tierra maloliente, escombros, cuerpos desnudos, sucios y heridos" escribirá en su diario de 1965. 

En esta dedicatoria también encontramos un tópico de las reflexiones de Pizarnik: el problema con el lenguaje que la lleva a un anhelo por la claridad y armonía, así nos lo advierte cuando afirma: "Me tortura pensar que nunca escribiré en una bella prosa" (2 de febrero de 1962). Ya en el poema "En esta noche, en este mundo" se habla del "poema castrado" y que las palabras "hacen la ausencia".

Para 1970 todos estos conflictos se han agudizado y la dedicatoria de la plaqueta La pájara en el ojo ajeno ha de ser leída como si fuera una página de su diario, una de las más desoladoras. Escrita con letra nerviosa, Pizarnik se derrumba ante quien considera su más fiel amigo. He aquí la confesión de su tragedia:

Julio este textículo les parece joda. Solamente vos sabés que el más mínimo chiste se crea en momentos en que la vida est à l’auteur de la morte. Muy tuya Alejandra.

Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo

Julio, creo que no tolero más las perras palabras

La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco.

Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.

PS

Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —que fracasó, hélas)

PS En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo. Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital).

Alejandra había descendido a la nada existencial, a lo cual se suma la pérdida de fe en su labor literaria: las palabras le son execrables y, como Artaud (sobre quien escribiera en 1965 y que tradujera en 1968), se encuentra entregada al "más grande sufrimiento físico y moral". Si para 1958, en el poema "Carencia", decía que su "soledad debería tener alas" ahora esa soledad es una bestia que la apuñala. 

Tampoco el psicoanálisis ha servido y, ante una sobredosis de barbitúricos, en 1971, Cortázar le envía una carta como luchando con una muerte que creía venidera, por esto le dirá: "Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos", y luego ya al finalizar: "Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra". 

Si fuera 23 de septiembre de 1972 hoy volvería a robar tus poesías, no se las regalaría a esa muchacha, te buscaría, Alejandra, en aquel departamento de Montevideo 980 y te diría: "un poema por cada Seconal"; ya después, viendo que todo es impuro y banal -como la sangre- te lloraría querida "niña monstruo", te lloraría. 


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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