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Francisco adrianzén

"Nos hace falta la luz de José Watanabe"

El cineasta Francisco Adrianzén rememora su larga amistad con el poeta y las aventuras que vivieron juntos.

Publicado: 2014-04-26

Ayer, con motivo del estreno del documental José Watanabe: El guardián del hielo, dirigido por Javier Corcuera y producido por La Mula Producciones, se realizó en el Centro Cultural de la Universidad Católica un conversatorio sobre la vida del poeta. En él participaron el cineasta Francisco Adrianzén, la poeta Rosella Di Paolo y el dibujante y arquitecto Carlos Tovar.

Estas son las palabras pronunciadas por Francisco Adrianzén, amigo de muchos años de Watanabe y compañero suyo de más de una aventura en la bohemia y la militancia política. 

Nos hicimos amigos rápidamente, fue como se dice una amistad a primera vista, como creo que ocurría con muchísimos de los que han sido sus amigos, ¿no? Wata tenía esa gran cualidad de transmitir una facilidad de comprensión hacia los demás, de bloquear cualquier tipo de barrera. Entonces era, en algunos casos, muy fácil relacionarse con él.

Y fue una amistad muy curiosa. Yo en esa época era un estudiante que vivía dedicado al cine más que a otras cosas, y me dedicaba también mucho a la política, y por ahí vino mi relación con José, más que cualquier relación de otro tipo. No tanto por la poesía, aunque compartíamos muchas cosas. Y eso era lo interesante, creo yo, y lo que hizo que nuestra amistad perdurase por tanto tiempo. Porque hablábamos de todo, y me disculpan, pero hablábamos de todo menos de poesía (risas). Y no, evidentemente, porque no me interesara, sino porque en José la poesía estaba en todo lo que él decía, y entonces era una serte de redundancia estar hablando de poesía, cuando en cada conversación... porque hablábamos en realidad fundamentalmente de la vida, creo que eso era lo más interesante y esa es la materia de sus poemas, esencialmente. Entonces, nuestras conversaciones eran totalmente erráticas, por decirlo de alguna forma.

Compartimos una amistad que duró muchísimos años, aunque se vio interrumpida en algunos casos por sus viajes, en algunos casos por los míos, y dentro de la cual hicimos muchísimas cosas juntos. Recuerdo por ejemplo que en el año 80 fuimos a Piura, a hacer la campaña de Carlos Malpica, que en ese tiempo era candidato a la presidencia por la UDP. Wata y yo éramos asesores de imagen, curioso título que por supuesto nunca supimos qué significaba (risas), y nos encargamos un poco de montar la escenografía de los mítines, tomamos algunas fotos, y, bueno, fue un viaje muy lindo, más allá de que comimos muy bien porque coincidimos con el aniversario de la comunidad de San Juan de Catacaos con una fastuosa comida para dos mil comensales. Fue un viaje que creo da para hablar de muchísimos temas, fueron cuatro o cinco días que estuvimos ahí. Y bueno, hicimos muchas otras cosas políticas juntos.

CARLOS  tovar, rosella di paolo y francisco adrianzén

Creo que nuestra amistad estuvo siempre, no diría cimentada, siempre estuvo por así decirlo atravesada por esta suerte de simpatía que teníamos hacia los grupos de izquierda, los partidos de izquierda, contra la injusticia. Y digamos esa inquietud que teníamos como seres humanos de querer cambiar las cosas.

Y en esa época también, en esos años, hay algo que acá se han referido mucho. Recuerdo que a fines de los 70 teníamos un grupo de amigos que éramos muy noctámbulos, nos gustaba mucho la noche, nos hacíamos citas a las once, doce de la noche, una de la mañana muchas veces. Y en esa época era muy frecuente que termináramos yendo a la casa de Wata a eso de las dos o tres de la mañana porque sabíamos que lo encontrábamos despierto. Él en esa época dormía de día y trabajaba de noche. Y bueno, llegábamos a su casa, vivía en un pequeño departamento que había dividido en la avenida Diagonal, un departamento que había hecho, y nos quedábamos conversando. Recuerdo que Wata fumaba unos cigarrillos por la mitad, algo que ya se ha mencionado acá en el documental, porque decía que así fumaba menos lo cual por cierto era mentira porque así fumaba más (risas). Como a eso de las tres o cuatro de la mañana decíamos bueno, ya nos vamos, y nos despedíamos porque ya era tarde, pues. Recuerdo que teníamos como un temor a la luz, éramos medio vampiros, ¿no? O sea, no nos cansaba tanto la noche sino que le teníamos miedo a ver salir el sol y queríamos siempre llegar a nuestras casas a oscuras para dormir aunque sea media hora y al día siguiente empezar con gusto. Acostarnos de noche, ¿no?, como es debido. 

Pero bueno, entonces a eso de las tres, cuatro de la mañana le decíamos chau Wata, ya nos vamos. Y él decía, voy a bajar a abrirles la puerta. Y entonces bajaba, nos abría la puerta del edificio, nos metíamos todos en el carro, y él abría la puerta del carro y se ponía a conversar. Y las conversaciones eran interminables, ¿no? Eran a veces las cinco, seis, siete de la mañana cuando decíamos, ya pues Wata, ya ándate a dormir y no fastidies, ya. Y a veces ya casi violentamente cerrábamos la puerta y nos íbamos. Si no, él seguía. Y era un conversador inagotable, y por supuesto entretenidísimo. Y claro, además era, yo creo, uno de los momentos más felics de nuestras vidas.

Recuerdo también que en el año 81 yo le presenté a Chicho Durand para que hicieran el guión de Ojos de Perro. Fue un guión él basó en una historia que tenía mucho en su cabeza y que había conversado mucho conmigo. Me acuerdo que Chicho andaba buscando una historia para hacer, y yo le conté lo de Wata y fue así que se produjo el encuentro, y ese fue su inicio con el mundo cinematográfico, en términos de su relación con la producción cinematográfica. Porque él era un gran amante del cine. Compartíamos mucho cine en nuestras conversaciones, las historias de las películas. En esa época, recordemos, en Lima se veía muy bien cine, en los años 60, 70 se dio toda la nueva ola frances, se dio el cine japonés, el cine sueco, el Free Cinema inglés. Recuerdo que cuando él vino de Inglaterra me contó que había conocido a Alan Sillitoe, el escritor de La soledad de corredor de fondo, y nos acordamos de la película, que habíamos visto en esos años.

En fin, hay cantidad de historias de quien fue un gran amigo, y más que un gran amigo era casi como un hermano, en el sentido de que con los hermanos uno tiene una relación que difícilmente se puede romper. Uno tiene un hermano y lo tiene ahí, a veces ni lo ve durante mucho tiempo pero sabe que lo puede llamar en cualquier momento, y sabe que el otro también lo puede llamar a uno. Y en gran medida esa relación yo la tuve con él.

Por eso me dolió muchísimo s partida, de la cual me enteré cuando ya ocurrió. Yo había hablado con él días antes y me contó que tenía problemas en el esófago. Y como él era hipocondríaco, como muchos sabemos acá, le dije no te preocupes, eso se te va a pasar, son cosas menores seguro. Recuerdo que hablamos hasta ahí nomás, después hablamos de otras cosas. Y después, bueno, supe de su muerte por la radio y fue algo terrible, ni siquiera supe que lo habían internado.

Felizmente ahí está él, y yo creo que él siempre está. A veces pienso que nos hace mucha falta, porque tenía una suerte de poder entender muy bien el conjunto de las cosas, como muy poca gente lo tiene. Su erudición, lo puntilloso que era en algunos detalles, pero sobre todo su manera de aprehender la vida, lo hacían un ser único, excepcional con el cual uno podía hablar de todo, conversar de todo, y él siempre, de alguna u otra forma, daba alguna lucecita sobre el tema. Y a veces esa lucecita nos hace falta. Sobre todo en esos tiempos en los cuales todo es tan efímero.

Muchas gracias.

José Watanabe: El guardián del hielo (completo)

Lee más sobre José Watanabe, aquí.


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