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"Cuando murió, estaba alzando un vuelo creativo increíble"

La poeta Rosella Di Paolo recuerda su amistad literaria con José Watanabe y las lecciones que aprendió de él.

Publicado: 2014-04-26

Ayer, con motivo del estreno del documental José Watanabe: El guardián del hielo, dirigido por Javier Corcuera y producido por La Mula Producciones, se realizó en el Centro Cultural de la Universidad Católica un conversatorio sobre la vida del poeta. En él participaron el cineasta Francisco Adrianzén, la poeta Rosella Di Paolo y el dibujante y arquitecto Carlos Tovar. 

Esto es lo que dijo entonces Rosella Di Paolo, una de las lectoras más acuciosas de la obra de Watanabe, y alguien a quien el poeta buscaba cada vez que terminaba un manuscrito para conocer su opinión. Di Paolo inició su intervención leyendo un poema de Watanabe.

regresando al Perú en barco

Supremas

inmensidades del mar y del cielo, mírenme,

yo soy el que va a su patria,

el que lame la sal que se cristaliza

en las barandas del barco, el que

apoya su peso

en una pierna y otra

para compensar el bamboleo de la nave y así mantener

la línea del horizonte y la línea del corazón.

Hace días que estoy hipnótico en el centro 

del Atlántico. La única referencia

para saber que avanzo

es mi propio pasado: está ahora delante

como un tigre que me dio una tregua.

He dejado atrás varios días eternos 

y una cáscara de naranja

flotando

en el Mediterráneo. La cáscara parece

gracia o ingenio 

de la poesía, y en verdad es 

algo aterrador cuando cae sobre esos mis días 

y las aguas:

es un documento humano, lo mismo

que mi brazo o mi zapato.

Y otra vez voceo:

yo soy el que voy, y salto

para que las inmensidades

me vean. Mírenme

trayendo en mis brazos mi propio cuerpo

para entregarlo a sus dueñas, mi madre

y mi esposa

que me esperan

sabiendo

que nada puede cambiar: ir y volver, un giro

dentro de la misma fuente de salmuera.

Allá en las costas amarillas

de mi país

coma mi carne cualquiera de ellas.

He querido hacer esta lectura de este poema porque en una conversación con Pepe saltó esta pregunta: “¿qué es lo que extrañarías más si murieras?”. Recuerdo que su respuesta fue muy simple, muy rápida: “el mar, lo que más extrañaría es el mar”. He querido acercarlo a este mar, he querido verlo en esta imagen hermosa de él diciendo mírenme, aquí estoy, hablando del Atlántico o hablando del Mediterráneo. Recuerdo que él también me preguntó, bueno, y tú qué es lo que más extrañarías, y se rió con mi respuesta. Yo dije: el pasto, el color verde del pasto. De repente porque yo soy una fanática de las cabras, me encantan las cabras. Donde voy de viaje y veo una cabra, yo voy detrás de la cabra. Pepe no entendía eso. Me decía, pero si las cabras son horribles, huelen horrible. Pero bueno, el hecho es que le dije que tal vez por eso extrañaría el pasto, el verde, y me acuerdo que se mataba de risa Pepe con esa idea.

A propósito de eso, quedó una promesa que nunca se cumplió, que fue que me iba a regalar una cabra de bronce, o de lata, no sé, algo que había encontrado. Es como ese pequeño texto de Borges que dice que no recibir el regalo prometido veces hace que ese regalo sea infinito. Entonces, siempre estoy viendo esa cabra, en realidad.

la audiencia ayer en el estreno de "José watanabe, el guardián del hielo"

Digamos que la primera vez que conocí a Pepe fue como natural, a través de sus poemas. Evidentemente por una cuestión generacional no comparto las mismas experiencias de sus amigos, Lorenzo, Pancho, Carlín, Juan. Estoy generacionalmente más atrás, y entonces el primer acercamiento con Watanabe fue a través de un poema. E incluso me acuerdo del poema, “Poema del inocente”, que dice “Bien voluntarioso es el sol en los arenales de Chicama”. Recuerdo especialmente que me lo leyó un amigo muy querido, Alberto Benavides, que fue también mi editor, y me decía, “escucha, escucha, escucha este poema”. Eso debe haber sido por el año, no sé, 83. Y era un poema hermoso que además es una suerte de arte poética, ¿no?, la del chiquito ue se acerca con un fósforo a un tronco seco, es una mataperrada, y de pronto el tronco arde. Como bien dice el poema, no es por el fósforo solamente, sino que ya estaba el fuego contenido dentro de ese árbol. Y has sido tú, pero no. Esa cosa típica de Pepe de decir que la belleza o la poesía está ya en las cosas, y que basta que uno simplemente la sorprenda, la encuentre, como el chiquito con el fósforo.

Yo siempre presto atención al tema de las coincidencias, el “azar objetivo” del que hablaba André Breton. Digamos que 25 años después estaba yo en el fundo de este amigo Alberto Benavides, un día como hoy, 25 de abril. Y de pronto Alberto recibe una llamada, luego viene todo demudado y me dice: “acaban de decirme que ha muerto José Watanabe”. Y fue terrible. Yo no esperaba que sucediera, sabía que estaba internado pero no sabía que era tan grave. Recuerdo que nos quedamos helados por la noticia. Y qué extraño, porque de pronto es la misma voz de la primera vez que escuché las palabras “José Watanabe”, y “escucha este poema, bien voluntarioso es el sol...”, es la que me dice “ha muerto José Watanabe, me acaban de avisar”. Recuerdo que me agaché y escribí el nombre de Pepe en la tierra y en ese momento empezó a sonar una campana, con cada trazo de su nombre, sonaba la campana. Como si fuese un réquiem, como si me acompañara, y fue una coincidencia increíble, por la hora, debe haber sido quizás como el mediodía. Entonces, se me ha quedado esa imagen, esa cosa extraña de las coincidencias.

Por supuesto, entre un hecho y el otro sucedieron unos veintitantos años, en los que he tenido el honor de compartir muchas lecuras con pepe en diferentes momentos, en diferentes situaciones, y ha sido siempre muy emocionante compartir la mesa con él. La primera vez que leí con él fue en el Instituto Peruano Soviético, que así se llamaba antes, en un ciclo de poesía que reunía a una serie de poetas. Para mí fue increíble, el hecho de poder leer junto con Pepe. Y hasta ahora guardo, y la tengo acá, la pequeña separata que se repartía esa noche, seguramente muchos de ustedes las tiene también, quizás hayan estado. Esta es la que le correspondía a Pepe. José Watanabe, poemas elegidos. Con su dedicatoria. Está aquí, un poco amarilla, pero está, como debe ser. Eso fue en el año 89, el año que leímos juntos.

Como anécdota podría decir que muchas de las veces que he conversado con pepe fue porque no sé por qué razón él decidió que yo era su correctora. Prácticamente cada poemario que sacaba me decía, por favor, eres la primera que lo va a leer, corrígelo, dame ideas, si ves que hay algo que está ben, o mal... Yo por supuesto aterrada, nerviosísima, y nunca entendía por qué me decía eso, porque nunca había nada que corregir, nunca. Pero yo lo entendí como una suerte de ritual: libro que iba a asacar, pasaba por la casa con el manuscrito. Tal vez era un excusa para conversar. Me han hecho gracia los recuerdos sobre cómo dilataba las conversaciones. Lo recuerdo sentado ahí en la sala, hablando y hablando, y yo en estado de fascinación y sin entender jamás por qué yo era la correctora. Siempre me ponía en las dedicatorias, gracias por corregir, y yo, ¿de qué? Ni siquiera una coma, porque sabemos que Pepe era un obsesivo con el tema de la corrección, tiene hasta un poema en el que habla de que de tanto corregir el poema y no está, entre tachadura y tachadura el poema se va yendo. Los poemas eran impecables. Entendí que era como un ritual, y ya. Yo era la correctora. Y por supuesto me quedaba de este tamaño de grande la cosa.

Agradezco eso, porque en realidad yo soy una persona que no se atreve a buscar a un poeta que admira o a pedir un autógrafo, siempre me siento muy chupada para eso, y de pronto tenía el honor de que Pepe venía hasta mi casa con el manuscrito y conversábamos sobre el libro. Me acuerdo que la última conversación fue precisamente sobre Banderas detrás de la niebla que terriblemente resultó siendo un libro que yo diría profético, porque, como le dije, este poemario habla de la muerte todo el tiempo. Yo tuve una sensación extraña, como que había algo de despedida en ese poemario, a pesar de que en esa época no había nada, en el sentido de la muerte que estuviese por ahí aleteando. Pero los poemas están siempre refiriéndose a la muerte. Después un poema sobre la sangre, que resultó también muy profético. Esto recuerdo de Banderas detrás de la niebla.

Pero bueno, yo quería en todo caso recordar esto y decirles que me dolió mucho su partida, y sobre todo el momento en que ocurrió. Yo sentía que estaba él en un vuelo creativo increíble. Él que siempre había sido de publicaciones muy espaciadas, podían pasar muchos años entre libro y libro, de pronto tuvo muchos libros y muy buenos libros en un lapso de tiempo corto. Incluso había tenido un reconocimiento en España, su libro La piedra alada creo que había tenido el primer puesto de ventas, una cosa rarísima en poesía y encima un autor latinoamericano, se le estaba traduciendo al inglés, incluso estaba escribiendo muchos cuentos para niños... era un momento en el que estaba desplegando todas sus alas, todo su potencial, y de pronto, ¡paf! Es como Ícaro, que de pronto cae.

Eso fue para mí una sensación de rabia, al costado del dolor, rabia, por los muchos poemas que nos íbamos a perder porque él no estría ahí para escribirlos. Cada poema de Pepe siempre nos abría una ventana. Incluso él que tanto se burlaba de que a mí me gustaran las cabras, siempre le decía, pero tus poemas sobre las cabras son maravillosos, tienes esas cabras que se están comiendo los espinos de los algarrobos, que a mí me encantan. Sí pues, decía. Es un poema que está en Historia natural. Era gracioso este tema de las conversaciones, de las cabras. Pero en fin. Eso es lo que yo quería compartir esta noche con ustedes, amigos, familia, y decir que loe extrañamos, que nos hubiera encantado que más poemas nos iluminaran.

Justamente recordando eso, recuerdo un poema suyo, Las mariscadoras, de La piedra alada. No sé si ustedes lo recuerdan, son estas mujeres que están recogiendo mariscos entre las piedras, y hay una piedra grande que está ahí donde están ellas, y me acuerdo de una conversación... tengo acá el poema. En La piedra alada que tiene tantos poemas sobre las piedras, en diferentes formas, las piedras de las casas, las piedras del río, las piedras de los aludes... y me acuerdo de que este poema habla de las chicas que ríen, que hacen bromas, que se lanzan las cosas, que están ahí pescando, y dice: “Las muchachas ignoran que esa alegría vibrátil / es su victoriosa debilidad. /Cuando la marea suba, huirán del avance de las aguas. /La roca no. / Ella será / la hermana severa / que increíblemente pasa la noche bajo el agua. / Mañana, volverá a emerger con la cabellera de rizadas algas / y el triste orgullo / de no deberle nada / a nadie.”

Me acuerdo que cuando conversé con él le dije, me impresionan estos versos, el triste orgullo de no deberle nada a nadie. Y me dijo, sí pues, hay personas que creen que son autosuficientes, porque pueden hacer las cosas por sí mismas sin depender de nadie, pero se están perdiendo la posibilidad de darle la oportunidad a otras personas de ayudarlos, y sentirse también frágiles. Y yo recuerdo que a mí me impresionó mucho eso. No sé si porque estudié en un colegio alemán o qué se yo, siempre tengo la idea de nunca molestar, de nunca estorbar, de resolverse las cosas uno mismo, estoicamente. Y de pronto eso me abrió un sí, ¿no? ¿Qué tendría de malo dejarse caer a veces en manos de otro y agradecerle ese favor, que alguien también pueda ayudarme. Y eso me pasa siempre con los poemas de Pepe.

En fin, quería compartir eso. Gracias.

También en La Mula:

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"Aprendí de él toda mi vida"

"Nos hace falta la luz de José Watanabe"

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