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El Quijote y la literatura peruana

En el Día del Idioma recordamos a aquellos escritores que centraron su atención en el caballero de la triste figura. 

Publicado: 2014-04-23

En El Quijote visto desde América (2005) el compilador, Teodoso Fernández, solo incluyó como única referencia peruana un trabajo de Ricardo Palma. Pero como bien ha demostrado Raúl Porras Barrenechea el Perú y Cervantes ha mantenido una relación fecunda. Por ejemplo, de la primera edición de El Quijote llegaron al virreynato, en el mismo 1605, un total de 84 ejemplares. Por su parte, Carlos Eduardo Zavaleta publicó en 2009 el tomo Cervantes en el Perú, en donde recopilaba ensayos, creaciones y aproximaciones críticas de autores peruanos a la obra cervantina.  

En lo que respecta al plano creativo menester es mencionar, en primer lugar, el cuento de Carlos Ledgard titulado “Don Quijote” (1899), en el cual las cualidades del héroe novelesco reencarnan en el estudiante Diego Javier Hernández y Pelayo, quien cree en el honor y en los ideales caballerescos, lo cual lo convierte en la burla de sus amigos. 

Con la muerte de Diego pareciera que el autor parodiará la obra de Cervantes, manifestando una amarga ironía frente al mundo contemporáneo, corrupto e intolerante ante quienes quieren marcar la diferencia. Asimismo, el escritor arequipeño Juan Manuel Polar escribió la novela Don Quijote en Yanquilandia, centrando las aventuras de su personaje en el más deshumanizado mundo capitalista.

En 1946 Jorge Eduardo Eielson publicó un conjunto de poemas titulado La Mancha, en los cuales nos acerca a la vida doméstica de Sancho Panza y Don Quijote: al primero lo encontramos en plena siesta, mientras que el segundo combate con insectos. El poeta tampoco se olvida de Rocinante y nos introduce en su metamorfosis onírica: “Su parco tejido pronto rómpese entonces y, gota a gota, su / cabeza desnuda y chorreante cobra forma de Ángel que nace / de su baba y vuela por el prado, rutilando en la espesura”

Eielson incide nuevamente en la reducción del heroísmo, en cómo el caballero de la triste figura se ha convertido más bien en un símbolo de fracasos y absurdos. En este sentido en esta representación hay mucho de grotesco, haciéndonos recordar que el hidalgo fue tan humano como cualquiera, de aquí que en unos versos se diga: “el Caballero urgido, / envuelto en misterioso / terciopelo, arrodillabáse y,/ rezando, se orinaba”.

Debemos recordar también Don Quijote, la obra teatral de Juan Ríos presentada también 1946 y con la cual ganara uno de sus tantos premios nacionales de dramaturgia. El autor logra un tratamiento intenso de la muerte de Alonso Quijano, sin embargo, el retorno a la cordura no significa el rechazo de las aventuras sino su afirmación: El Quijote de Ríos no muere acatando las ordenes del mundo sino manteniendo la fidelidad a sus convicciones interiores, esto es, manteniendo su coherencia vital de caballero. 

Así, esta pieza enfatiza la superioridad de la ficción, del sueño, de la vida, sobre la muerte, así, en uno de sus parlamentos Sancho increpará a Sansón Carrasco: “¡Bachiller, habéis leído todos los libros, pero no sabéis nada de la vida”. En este mismo tono encontramos estas líneas de Don Quijote: “¡De mi cadáver puede crecer un mundo! ¡La muerte es bella! / ¡La muerte es pura! ¡La muerte esVida!”

La importancia del texto fue ejemplificada por Clemente Palma en su cuento El Quinto Evangelio: el as bajo la manga que tiene el diablo para vencer a Jesús, definitivamente es nada menos que el magno libro cervantino. En ese sentido, frente a los textos divinos, Don Quijote es un libro para la rebeldía.


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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