#ElPerúQueQueremos

Eielson y michele mulas

Jorge Eduardo Eielson: Cinco historias del amor divino

Describe tu aldea y serás universal

W. B. Yeats

Publicado: 2014-04-13

1.

En 1945 Jorge Eduardo Eielson, que contaba por entonces con apenas veintiún años de edad, recibió una llamada que le cambiaría la vida. Su interlocutor le felicitaba por haber ganado el Premio Nacional de Poesía con su obra Reinos. Lo que experimentó Jorge Eduardo en ese momento fue un sentimiento de desconcierto antes que de alegría o euforia. La razón era que ciertamente el joven poeta había escrito la obra por la cual lo estaban premiando, pero no recordaba haber enviado dicho libro a concurso alguno a pesar de la insistencia de sus amigos, también poetas y artistas que, por esas coincidencias que unen a los poetas y a los artistas, eran además sus vecinos en el que ahora se conoce como el barrio de Santa Beatriz en Lince.

Cuando Eielson colgó, su incertidumbre se hizo incredulidad y esta se convirtió en una idea que con los minutos terminó por apoderarse de él: tenía que ser una broma de alguno de sus amigos, esa era la única explicación posible. Tomó su chaqueta color caqui, su preferida en esos días de principios de otoño y enrumbó a la casa de Godi y Blanca, una joven pareja con quien Jorge Eduardo, además de conversar de poesía y pintura, pasaba también algunos veranos en el norte chico del país, en un puerto pequeño pero entrañable que la bella Blanca haría conocido mundialmente algunos años más tarde. No encontró a la pareja, así que fue a la casa de Carlos Germán, pero tampoco la suerte le ayudó, entonces no tuvo más remedio que regresar a su departamento tratando de no pensar en lo sucedido.

Jorge Eduardo casi ya había olvidado todo cuando, ya de noche, recibió la visita de Godi, Blanca, Carlos Germán y Javier. Ellos ya estaban enterados de la noticia y habían traído un champán para celebrar. Jorge Eduardo no hizo ninguna de las preguntas que se formuló por la mañana y parte de la tarde hasta poco antes de quedarse dormido, por no incomodar a sus invitados, que aunque inesperados, eran sin duda la mejor compañía que el joven poeta hubiera deseado tener en ese y los posteriores momentos de su vida. La noche fue avanzando entre brindis y bromas y por más que Jorge Eduardo intentó dejar de pensar en el asunto y disfrutar plenamente de las celebraciones esto le fue imposible. Y así fue que, ya vencido por sí mismo, en un momento de la velada no pudo más y cuando estuvo a punto de contarles que lo que debía ser un motivo de dicha se había convertido para él en una especie de novela negra o amarilla, debido a las extrañas circunstancias en que se habían dado los hechos (¿cómo podía haber ganado un concurso en el que no había participado?), Javier, el buen amigo Javier lo interrumpió para decir algo que quizá pudo haber sonado así: «Y pensar que no querías enviar tus poemas al concurso. Qué bueno que me tomé el atrevimiento de hacerlo por ti».

2.

La última visita que Jorge Eduardo Eielson hizo al Perú fue en la primavera de 1987, con ocasión de la celebración de la III Bienal de Trujillo. Aunque lo correcto sería decir “la última vez que Jorge Eduardo Eielson volvió al Perú”; y es que uno no visita la casa de sus padres, uno vuelve como si se tratase de un viaje a la semilla, como en el cuento de Carpentier. Y para Eielson eso era el Perú, a pesar de que tras su partida en 1948, el mismo año en que había llevado a cabo su primera exposición de pintura junto a su buen amigo Godi Szyszlo, solo había regresado un par de veces durante cuarenta largos años.

En dicha visita, acabada la bienal, muchos de los poetas participantes en el evento se dieron cita, ya en Lima, en la casa del Javier Sologuren, poeta y editor de la Rama Florida, el mismo que había enviado el poemario de Jorge Eduardo al Premio Nacional de Poesía, y allí, frente a la impávida mirada de los asistentes, Antonio Cisneros le manifestaría a Jorge Eduardo la infinita estima que sentía por su obra con estas palabras: “¿Sabes qué, Jorge Eduardo? Yo creo que tú eres mejor poeta que Vallejo”. Jorge Eduardo se mantuvo callado unos segundos. No rumiaba un inconfesable triunfo. Tampoco se preguntaba, como en aquel lejano 1945, si esta afirmación era acaso verdadera o producto de una cruel broma. Él buscaba las palabras exactas con que responderle a Cisneros de forma tal que su intención, la de Cisneros, excesiva e innecesaria, de ungirlo con los laureles de poeta del Perú (al estilo de Chocano), pero en el fondo nacida de un sentimiento de genuino aprecio, no fuera despreciada de facto sino amablemente rechazada. Pero Cisneros no lo dejó y, por lo contrario, empezó a desarrollar distintos argumentos que luego, en otras ocasiones, volvería a esgrimir para dejar constancia de que Eguren era mejor que Vallejo, y luego Westphalen y con el tiempo Belli, mientras seguía acortando el espacio que lo separaba a él mismo de Vallejo.

eielson, con máscara

Aquella tarde de verano de 1987 Jorge Eduardo tuvo que mantenerse callado frente al poeta Cisneros, pero en su silencio empezó formular su respuesta, la misma que publicaría muchos años después en uno de sus últimos libros, el celebrado Sin título: “No me es posible escribir/ Sin recordar/ Por lo menos tu nariz padre César/ No me es posible enterrar tu perfil/ En una rima y nada más. El fulgor/ Que pone en marcha mi esqueleto/ Y tiñe mi sangre de rojo/ No viene de las estrellas/ Sino de ti padre César/ Tú que ayunabas noche y día/ En este mundo pero te nutrías/ Del universo ¿cómo hiciste/ Para convertir tu sollozo/ En pan de todos tu desesperación/ En agua pura?”.

3.

Jorge Eduardo Eielson nació en Lima, Perú, el 13 de abril de 1924, producto de la relación que sostuvieron un joven estadounidense de ascendencia escandinava y una aún más joven dama peruana. La llegada de Jorge Eduardo supuso una especie de cataclismo para la familia de la joven, pues el padre, aunque llegó a darle su apellido al niño, a pesar de que prometió que tras de ordenar algunas cosas en su país regresaría para iniciar una familia, nunca volvió a poner un pie en el Perú. La joven madre no soportó el abandono y luego de seis años de espera sintió que lo más apropiado era alejarse también del niño. Jorge Eduardo, de este modo, fue adoptado por una nueva familia que tenía otros nombres y a la que —desde el primer momento lo supo— no llegaría a pertenecer del todo nunca.

Muchas cosas despertaron el interés del niño y adolescente Jorge Eduardo (la música, el teatro, la poesía, las artes plásticas) quien cuando pudo elegir optaría por llevar algunos cursos de pintura en la escuela de Bellas Artes, las mismas que dejaría al poco tiempo por entender tempranamente que su impulso artístico partía y se dirigía de y hacia la libertad, una libertad que la pequeña comarca de Lima a finales de los años cuarenta no le ofrecía. Así fue que Jorge Eduardo decidió emigrar a Europa, un continente que por esos años vivía los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. La visión de esa Europa devastada por la guerra se resumió en su libro Habitación en Roma (1952), en que a partir de la historia de Paulo (Saulo), aquel que según las historias bíblicas encontró la redención en el camino a Damasco mientras perseguía a los cristianos, Eielson empezará a configurar una estética del cuerpo ya esbozada en poemas como “Cuatro parábolas del amor divino” y algunos de Reinos y que adquirirán un sentido místico en Noche oscura del cuerpo (1953), pariendo de San Juan y de su primera búsqueda en el budismo zen. Aunque lo más correcto es decir que Jorge Eduardo no descubriría el budismo zen hasta 1960, año en que también conocería a Michele Mulas, quien sería su compañero y maestro durante 42 años: “Todo ocurrió en una sola jornada de fines de mayo de 1960. Almorzando con James Merril, el poeta norteamericano, que entonces vivía en Roma, me obsequió un libro de Alan Watts, de iniciación al budismo zen. Fue una revelación. Esa misma tarde, otro amigo, esta vez romano, siempre en la Piazza del Popolo, me presentó a Michele. Solo varios años más tarde me he dado cuenta de lo que ese día había significado para mí” (Entrevista de Martha Canfield publicada en Habitación en Roma, primera edición como volumen publicada por Lustra Editores, 2008).

Quizá sea confuso pensar que el budismo zen que empezaría a conocer Jorge Eduardo en 1960 aportara en algo la visión que tuvo para escribir ocho años antes Habitación en Roma y Noche oscura del cuerpo, pero lo cierto es que salvo la producción llevada a cabo a partir de 1976 por Jorge Eduardo, el resto de libros fueron escritos y reescritos una y otra vez hasta que fueron fijados en 1976 en una suerte de compendio de su obra hasta entonces, primero en Venezuela y después en Perú.

4.

Alguna vez Jorge Eduardo Eielson declaró que el único rótulo con el que se sentía medianamente cómodo era el de “artista”. Había hecho poesía. Había hecho narrativa y dramaturgia. Había hecho pintura y escultura. Había llevado a cabo intervenciones y performances. Fue todo lo que hizo y ahora no era nada.

Tras 42 años Jorge Eduardo volvía a ser nada tras la partida de Michele Mulas en 2002. El hombre que en las olimpiadas de 1972 anudó todas las banderas del mundo, antes de que el mundo fuera una nueva babel con el ataque que sufrieron once atletas israelitas por parte del grupo terrorista Septiembre Negro, una facción de la Organización para la Liberación de Palestina; quien en su visita a Perú de 1976 de alguna forma logró escabullirse en Plaza de Armas de Lima y enterró bajo esta una escultura que al ser armada podría destruir todo lo conocido; el mismo hombre que en 2002 emergiera de un ecran con una máscara azul con detalles de colores para hablar a toda una generación que lo acababa de descubrir; ese Jorge Eduardo de voz pausada y gesto siempre melancólico que recorría el desierto de Lima y la costa peruana en cada pincelada como si con su índice recorriera las líneas de la palma de su mano, temblorosa por la emoción había vuelto a ser nada.

5.

Casi nunca sucede, pero en ocasiones quien se formuló una pregunta y esperó paciente la respuesta o decidió salir a buscarla termina por encontrarla. A veces, en menos ocasiones, los hombres buenos reciben cosas buenas y entonces quienes contemplan ese prodigio renuevan su fe en el mundo y en cierta energía que pareciera poner con sabiduría las cosas en sus lugares. 

en 1998, en foto de maría mulas, tomada del catálogo "testigo de una ausencia" en romher.webs.ull.de

Jorge Eduardo había vuelto a ser nadie en 2002, pero pronto la vida le daría la oportunidad de ser alguien y a través de un email descubriría que tenía una hermana en EE.UU., la historia es muy simple, casi estaba pre-escrita y es que un día, mientras una señora navegaba por Internet, decidió digitar su apellido, poco común, solo para ver qué pasaba. Y pasó todo: encontraría en el espacio al artista integral Jorge Eduardo Eielson, quien era oriundo de un país exótico llamado Perú. “Perú, Perú, Perú”, se repetiría la señora Eielson varias veces recordando que su padre había estado en dicho país antes de conocer a su madre, muchos años antes. ¿Cuántas probabilidades habían?

Jorge Eduardo Eielson le sobrevivió cuatro años a Michele Mulas, y tuvo una vida plena en esos años, tras el descubrimiento de que no estaba solo en el mundo. Fue feliz. La historia dice que la mañana del 8 de marzo de 2006 tras conocer la amistad, el amor, la libertad y la felicidad decidió irse para formar parte de las constelaciones celestes, desde donde puede iluminarnos día tras día por los siglos de los siglos, amén.


Escrito por

Víctor Ruiz Velazco

Autor total


Publicado en

Redacción mulera

Aquí se publican las noticias del equipo de redacción de @lamula, que también se encarga de difundir las mejores notas de la comunidad.