#ElPerúQueQueremos

fernando luqe y fabrizio aguilar  en "eclipse total"

Aplauso total

Roberto Ángeles dirige “Eclipse total”, el clásico moderno de Christopher Hampton sobre los poetas malditos Arthur Rimbaud y Paul Verlaine *

Publicado: 2014-04-13

Primera llamada. Un velo negro separa la melodía que ejecutan dos músicos a través de un piano y un violoncello. En el escenario un diván pareciera emerger de la oscuridad, y luego, solo un momento después, una pequeña mesa. Salvo por una cruz blanca (es de marfil, debe ser de marfil) que cuelga de una de las paredes, esta habitación parecería ser el espacio de un consultorio, uno en el que el paciente no llega para buscar alguna cura que aqueje su cuerpo sino su alma o su mente. Los espectadores siguen ingresando mientras se lleva a cabo la segunda llamada. Momento en que el violoncello termina de usar como caja de resonancia todo el auditorio, para crear un ambiente familiar y acogedor. Los últimos en ingresar al recinto apuran el paso para estar ubicados en sus asientos antes de la tercera llamada. Nuevamente la campana se agita y lo sabemos: ha llegado el momento de aguantar la respiración… 

Pero de pronto, como si estuviéramos en un vuelo comercial o en alguna institución militar, escuchamos, con un tono imperativo, marcial casi, las recomendaciones que se hacen antes de iniciar la función y que, hay que decirlo, resuenan en nuestros oídos por ser muy ríspidas y enérgicamente agresivas, tanto que por un momento rompen el ambiente previamente creado.

Pero volvemos al cabo.

Y es que Roberto Ángeles ha replicado con honestidad la proyección escénica original del montaje de Eclipse Total del luso Christopher Hamptom, que fue llevada al cine en 1995 por Agnieszka Holland (en donde un Leonardo DiCaprio se desluce tratando de parecer el actor serio y solvente que con los años ha demostrado que llegó a ser). El argumento es por todos consabido: una pareja de poetas que trata de incendiar el mundo y con él a todos los mediocres sujetos que lo habitan. Pero este furor, desatado por el licor y la incertidumbre política de la Francia de fin del siglo XIX, está envuelto por el tabú de una sociedad que está lejos de permitir una relación libre de ataduras morales y sexuales.

Conforme vamos conociendo a Arthur, joven impetuoso, original que definirá el arquetipo del enfant terrible, reconocemos la necesidad que tuvo el actor Fernando Luque de quitarle el dosificador a sus ímpetus para dejar que estos dominen al personaje, creando una representación muy verosímil del poeta de 16 años que ya había sufrido los embates políticos y sociales de una caótica Francia y una corrupta y corruptora París. Así Arthur representa el desencanto y la belleza de la juventud, la templanza y la incredulidad del adolescente, el vértigo y la locura de un artista irresponsable porque es consciente de su genialidad sin importarle el reconocimiento, en apariencia. En este sentido, la entrega del actor a dichos efluvios energéticos del adolescente, es total, pero –hay que decirlo con claridad— esto a veces juega en su contra y por casi imperceptibles pasajes el personaje desborda al actor, se vuelve incontenible, avasallador. Con todo, el reto asumido por Luque es no solo salvado sino realizado con solvencia y muchos momentos memorables que habrán de granjearle el reconocimiento que ya merece desde Newmarket.

verlaine y mathilde

Al otro extremo está Paul, un asentado poeta que ya ha perdido la explosión lírica y practica con cierta discreción una postura política falaz. Paul ha caído prontamente en los tentáculos del sedentarismo y la forma de vida burguesa que se encarna en la juventud y belleza de su joven esposa Mathilde, como la promesa de bienestar y una vida confortable, pero que termina convirtiéndose en la materialización de su colapso y frustración que con el tiempo reconocerá en su justa medida y arrastrará con él, ya sin importarle nada, en su propia caída que nunca encontrará redención. En esta representación vemos a un Fabrizio Aguilar muy preocupado en marcar los tics del tourette del personaje, que, por cierto, se sienten bastante reforzados y, marcados, cronometrados, pero no interiorizados, asunto que hace que por momentos estos resulten groseros. En sus mejores momentos, que son aquellos en que apela a lo grotesco, sin embargo el actor lograr crear esa personalidad de Paul que causaba repulsión al buen Arthur y entonces Aguilar brilla. De hecho se trata del menos logrado de ambos personajes, y a pesar que es el más susceptible a la crítica es este quien lleva el peso de toda la obra, logrando mantener la tensión dramática adecuadamente.

Con lo dicho se podría creer que Eclipse Total no es un gran montaje, que los errores y las incongruencias de representación han vuelto apocada y deslucida esta propuesta de Roberto Ángeles y su elenco, pero no es así, porque existe detrás una tensión que mantiene atrapados a los espectadores y que, ante los ojos críticos y conocedores, deslumbra con soltura. Pero ese detalle que se hace evidente para muchos, es quizás el aporte más significativo de la obra: mantener la legitimidad de una obra que representa la vida de Paul Verlaine y Arthur Rimabud. Y lo cierto es que muchos directores y actores habrían sucumbido en la superficialidad y el engolamiento, tratando de explotar los componentes bizarros que constituían a estos dos portentosos personajes de la literatura universal.

Por tal motivo, las fallas son nimiedades, y es que es imposible tener un ojo crítico tan agudo frente a estos dos personajes y no querer desilusionarse con la propuesta escénica, caracterizada por un minimalismo exacerbado, y sin embargo lo maravilloso del asunto es que no decepciona, todo lo contrario. Cada pieza que compone este montaje ha sido pensada con inteligencia, sensibilidad y respeto, no del tipo que impide hacer cosas sino de aquel que intenta estar a la altura de la circunstancia y asume ese deber con honestidad e hidalguía. Se trata de un montaje con escenas de pasión muy bien llevadas, con guiños literarios muy sutiles, con personajes a la altura justa de las circunstancias descritas en la representación y que siempre habrán de ser contrastados con los sucesos históricos. Este montaje es gentil y a la vez intenso, vehemente y a la vez contenido, elegante y bien pensado.

Y es que Eclipse total es una obra que tendrá siempre un enorme riesgo de ser asumida como pretenciosa e incorrecta, pero a pesar de ello esta puesta en escena se presenta vigorosa e independiente, hasta donde se puede ser independiente en una obra como esta.

Llegamos a ver la forma en que los personajes se desvestían íntimamente en el diván que aparecía en escena. Pensamos reconocer que allí se efectuaría un trabajo psicológico sobre dos personajes míticos de la literatura universal y la sensación final que te deja la obra es que quien se sienta sin darse cuenta sobre dicho diván es uno mismo, que gracias a la magnífica puesta en escena logra reconocerse en aspectos insospechados de los personajes, tan incendiados por la vida en ese entonces (hace más de 120 años) como lo puede estar uno ahora en plena decadencia de las sociedades consumistas, egoístas y antiecológicas. Y es en ese preciso momento, tras descubrirlo, que te encuentras esperando escuchar nuevamente la primera llamada, mientras siguen sonando el piano y el violoncello.

* Los créditos de este artículo deben ser compartidos con Diego Alonso Sánchez, ya que muchos pasajes del mismo surgieron a partir de una conversación que sostuvimos tras asistir a la puesta en escena. 


Escrito por

Víctor Ruiz Velazco

Autor total


Publicado en

Redacción mulera

Aquí se publican las noticias del equipo de redacción de @lamula, que también se encarga de difundir las mejores notas de la comunidad.