(Fotos: Gianmarco Castillo)

Una sensación fría recorre el espinazo de los maldonadinos que retornan, nada más aterrizar en el aeropuerto de su ciudad natal. A pesar del calor, puede sentirse en la sala del recojo de los equipajes, o incluso antes, mientras la gente comenta que la policía lleva un registro de quienes entran y salen de la ciudad por avión. 

Al salir del recibidor a la calle, el número de motos, taxis y mototaxis es visiblemente menor que durante un día cualquiera. Y a LaMula.pe le han sugerido que se trepe como pueda al bus de Cabaña Quinta, y vaya en él hasta el centro de la ciudad. Inmediatamente después de instalado en la parte posterior de la combi del Wasaí (la madre del dueño se ofrece gentilmente a darnos un aventón), se comprende porqué. El guía de turistas cuenta que, hace no más de seis horas, una caravana de combis como aquella en la que voy, había salido del centro de la ciudad escoltada por la policía rumbo al aeropuerto, para evitar las pedradas que los conductores de taxis y motos han venido recibiendo durante el día si un piquete de manifestantes los ve cruzar por la calle. La escolta de la policía había esperado a que el último de los vuelos a Lima o al Cuzco despegara para escoltar de vuelta a toda esta comitiva de buses pertenecientes a los albergues turísticos de la región

La ruta que hace el chofer del micro ha elegido es, por lo demás, inusual. Sin escolta policial, va evitando los grandes caminos asfaltados de la ciudad, escurriéndose por trochas carrozables, rodeadas de vegetación, evitando, precisamente, las avenidas principales de la ciudad: la Fitzcarrald, la 2 de Mayo, incluso un buen tramo de la León Velarde, adonde los piquetes han arrojado miles de tachuelas para reventar las llantas de cualquier vehículo que transite por allí. De igual modo, van apareciendo las marcas de los enfrentamientos: troncos quemados, marcas de machetazos en los troncos de los pashacos cuyas ramas han sido sido mutiladas para luego ser arrojadas alas vías, grandes piedras desperdigadas por el camino, puntas: ¡viva el paro minero!

Una banda fúnebre resuena en el centro de la ciudad. Y una multitud lanza arengas que se confunden entre las notas del bombo y los trombones. La típica: el pueblo unido jamás será vencido.

La multitud va cargando un féretro.

–¿Quién es? ¿Es el minero muerto de un balazo en la cabeza en Mazuko?

Pero no, no es él. Al parecer el cuerpo de Américo Laura ha sido trasladado directamente a Quillabamba, de donde era originario, en transportes que la misma policía ha facilitado. De acuerdo con testigos de los hechos,una bala atravesó a Américo a la altura del hombro, mientras huía de la carga de la policía, y disparada a una distancia de no más de cinco metros, otra bala le perforó la cabeza y lo mató. Dos de los heridos por armas de fuego que guardan reposo en el Hospital de Santa Rosa, confirmaron que la policía disparó hacia los manifestantes por la espalda, mientras huían en desbandada al escuchar los primeros tiros.

La pregunta cae de madura: ¿cómo así el cuerpo de un muerto por arma de fuego es evacuado tan rápido, y en un vehículo de la policía, para ser enterrado en Quillabamba? ¿Es que en estos casos no procede una investigación del Ministerio Público o la Defensoría?

¿A quién van a enterrar entonces los manifestantes en la plaza de armas de Puerto Maldonado?

Al hacer esta pregunta a una señora, responde:

– Es el cajón de Ollanta. Lo estamos enterrando al presidente.

Efectivamente, en el féretro han escrito el nombre del presidente del Perú, y lo llevan en andas hasta el obelisco que la colonia japonesa donó a la ciudad, para enterrarlo. Nada más depositar el cajón en el suelo, aparece una mujer con anteojos oscuros y bufanda en el cuello, una plañidera que ha adoptado el papel de Nadine Heredia, la primera dama, mientras algunas voces gritan: Ollanta a la cocina, Nadine, soluciona los problemas de Madre de Dios.

La actitud de la muchedumbre frente a nosotros es también singular. Cerrados en años anteriores a la prensa, por la satanizacion a la que ha sido sometidos desde distintos medios de comunicación en Lima, en aquel mismo instante todo Puerto Maldonado siente que son invisibles a los ojos de los limeños, que a nadie realmente le importa lo que pase en esta región de frontera. Los mineros nos abren paso para que tomemos las fotos y filmemos a las personas que hace tres días se han declarado en huelga de hambre bajo el obelisco, mientras un cordón humano protege a los huelguistas diciendo a la gente: sólo la prensa, los chismosos mantengan la distancia.

La sensación de miedo permanece cuando la gente nos detiene por la calle. Puerto Maldonado siempre fue un pueblo chico, pero esta tarde ha  bastando no más de media hora para que buena parte de la multitud nos haya ya identificado. Algunos sólo quieren hablar, aparecer frente a una cámara, otros, piden nuestros teléfonos, o directamente nos fotografían.

Al caer la noche, a la hora de la comida, entramos a una pizzería. La terraza que da a la plaza de armas de la ciudad está a oscuras. Los dueños n quieren que a alguien se le ocurra lanzar alguna piedra por no haber acatado el paro. Nos sentamos entonces a oscuras. Y mientras conversamos con unos amigos, un gordito se ha parado por detrás de nuestra mesa y ha estado sacándonos fotos. Cuando volteamos a verlo se hace el loco y va a sentarse en la mesa que está detrás.

Nuestros amigos también están asustados. Se acuerdan de las cosas que pasaron durante los años ochenta, cuando vivían en Huancayo, y están convencidos que la ciudad está llena de agentes de inteligencia. Según ellos, van de de taxistas en motos lineales, en mangas cortas y embadurnados en bloqueadores solares, mientras que los moto taxistas típicos de Puerto Maldonado suelen ir con mangas largas y jamás de los jamases usarían cremas para la piel. No les compensa. Si cada carrera cuesta un sol, ¿cuántas carreras tendrían que hacer para comprarse un frasco de bloqueador solar?

Algunos comercios abren recién por la noche, a partir de las nueve. Sólo a esa hora se re establece cierta normalidad. La gente sale a hacer sus compras, va al mercado a comprar comida, a la farmacia, o se da el lujo de una cervecita en alguna cantina del centro, a puertas cerradas.

Pero aun así corren riesgo. Lo vimos esta misma madrugada, en el mercado de la ciudad. Eran las cuatro de la mañana y habían madres de familia comprando para el menú del día, cuando un piquete de manifestantes asaltó el mercado de la ciudad y golpearon a los comerciantes. Una situación que por ahora sólo tiene visos de continuar.

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