#ElPerúQueQueremos

Ocho muertes sombrías de grandes escritores

Suicidios, asesinatos, misterios y una tremenda soledad ronda las muertes de escritores como Poe, Koestler, Tolstói, Pavese, Fitzgerald, Hemingway, Heraud y Martí.

Publicado: 2014-03-30

El impulso natural después de leer una historia que ha enriquecido nuestra existencia, habitualmente monótona, es aproximarnos a la vida de aquel mago o titiritero que dirigía los hilos de esos mundos de fantasía los cuales, gracias a un virtuoso hechizo, se nos antojan sin objeción absolutamente verosímiles.  Así la vida de los escritores nos apasiona y ejerce sobre nosotros, fieles lectores, una atracción casi obsesiva sobre su vida y muerte. Aquí reseño, tal vez con ánimo sombrío, cómo les llegó la muerte a ocho grandes escritores, elegidos arbitrariamente según el gusto del autor de esta nota. 

Lev Tolstói 

Hacia el final de su vida Lev Tolstói era más un místico que un artista. Hacía por lo menos cuarenta años que había abandonado la creación literaria, salvo algunos relatos como el fantástico cuento “La muerte de Iván Ilich” y alguno que otro ensayo, y se había volcado a vivir una sencilla existencia de campesino. Con una particular concepción de la moral cristiana racional —según Nabokov una “mezcla neutra de una especie de Nirvana hindú y el Nuevo Testamento, Jesús sin la Iglesia” que tuvo egregios discípulos como Mahatma Gandhi— vivió o al menos intentó vivir, según sus ideales.

“Cuando en 1910, se dio cuenta de que mientras siguiera viviendo en su hacienda, en el seno de su tempestuosa familia, seguiría traicionando su ideal de una existencia sencilla y piadosa, Tolstói, octagenario, abandonó su hogar y se puso en camino, rumbo a un monasterio al que nunca llegaría, y murió en la sala de espera de una pequeña estación de ferrocarril”, dice Nabokov.

Ernest Hemingway  

Encaminado según sus amigos hacia la demencia, un Hemingway viejo y frágil, con el cabello blanco, sufría una ligera diabetes e hipertrofia del hígado (el castigo por una vida dedicada a la bebida), padecía, además, síntomas depresivos (con una presunta incapacidad sexual intolerable para él) que en sus últimos años lo habían llevado a ensayos frustrados de suicidio.

Finalmente, el 2 de julio de 1961 logró su objetivo. Su biógrafo el escritor inglés Anthony Burgess relata aquel funesto día: “Por la mañana se levantó muy temprano mientras Mary [su esposa] aún dormida, encontró la llave de la habitación donde estaban guardadas las armas, cargó una escopeta de dos cañones que había empleado para matar pichones y la llevó a la habitación frontal de la casa (…) Se puso el doble cañón de la escopeta en la frente y apretó el gatillo. El ruido despertó a toda la casa”. Así Hemingway que hizo de su propia vida un mito de virilidad y vitalidad, lo destruía todo por su propia mano.

Arthur Koestler 

En 1983, Arthur Koestler tenía 78 y era un hombre gravemente enfermo (padecía Leucemia y Parkinson). Había sido parte de los hechos más importantes del siglo XX—“la utopía de sionismo, la revolución comunista, la captura de Alemania por los nazis, la guerra de España, la caída de Francia, la batalla de Inglaterra, el nacimiento de Israel, los avances científicos y técnicos de la posguerra”— y de casi todos los movimientos en los que se involucró había desertado con un pesimismo abrumador.

Años antes de su muerte, Koestler se había afiliado a la sociedad de eutanasia “Exit”, en la que llegó a ser vicepresidente, una sociedad que como su nombre lo indica creía que las personas debían decidir con soberanía cuándo abandonar este mundo. Esa creencia la llevó a la práctica el 1 de marzo de 1983. La emplea doméstica del matrimonio Koestler “los encontró a él y su esposa Cynthia, sentados en la salita donde tomaban el té, pulcramente envenenados por mano propia”, narra Mario Vargas Llosa.

Edgar Allan Poe 

La muerte de Edgar Allan Poe es quizá unos de los más fascinantes misterios del mundo de la literatura. Hasta hace algunas décadas, era casi inobjetable la dependencia de Poe por las drogas y el licor, y que estos vicios habían desencadenado su muerte. Pero esta versión muy circulaba empezó a tambalear hace ya algunos años. Un dato certero es que Poe murió a los 40 años, el 7 de octubre de 1849, internado en el Washington College Hospital, después de ser encontrado tres días antes delirando, vestido con la ropa de otra persona en una calle de Baltimore. María Ramírez, periodista cultural del diario El Mundo de España ha escrito un interesante artículo respecto de la muerte de Poe y otros enigmas entorno del escritor.

Ramírez recoge una versión del actor, escritor, pintor y músico George Figgs, según la cual Rufus Griswold, el principal adversario y detractor de Poe, que tras su muerte inexplicablemente se hizo su albacea literario, fue el culpable de la muerte del autor del “Corazón delator”.

“Nadie sabe por qué Poe paró en Baltimore ni qué hizo exactamente entre el 27 de septiembre y el 3 de octubre de 1849, cuando fue encontrado con apariencia de estar drogado o borracho (...) No hay certificado de defunción, pero se ha especulado con que fue víctima de diabetes, tumores, rabia, sífilis o sobredosis de tranquilizantes (…) Según Figgs, Griswold «y sus cómplices» entregaron a Poe a un grupo de timadores electorales en una treta habitual entonces que consistía en drogar a la víctima y disfrazarla para que votara varias veces. Aquel 3 de octubre se celebraban unos disputados comicios locales”.

Scott Fitzgerald 

El 21 de diciembre de 1940, estaba trabajando en su máquina de escribir en el departamento de Sheilah Graham, una columnista de chismes de Hollywood, quien era su pareja. Ya para entonces había muerto Zelda, su esposa, en el incendio que devoró el manicomio donde estaba internada. Scott vivía sumido en el alcohol y escribiendo de manera anónima guiones para Hollywood. Estaba acabado, su mejor tiempo había pasado. Los días gloriosos de “A este lado del paraíso” y su obra maestra “El Gran Gatsby”, eran recuerdos que no servían ni para el consuelo.

Y ahí, alcoholizado como estaba la mayor parte del tiempo le sobrevino un ataque cardíaco que lo mató frente a su máquina de escribir, quien sabe, a lo mejor trabajando en la novela que dejó inconclusa titulada "El último magnate". Para muchos Fitzgerald fue el de mayor talento de ese triunvirato que formó junto a Hemingway, Faulkner y que revolucionó la narrativa norteamericana.

Cesare Pavese 

Desesperado por el rechazo de la que fue su última mujer, la actriz de cine norteamericana Constance Dowling, el poeta y narrador italiano, Cesare Pavese se mató tomando una cantidad lo suficientemente poderosa de somníferos,  recluido en un cuarto de uno de hoteles más conocidos de Turín, el Roma, frente a la estación del ferrocarril.  

“Querida, acaso tú eres de verdad la mejor, la verdadera. Pero ya no tengo tiempo de decírtelo, de hacértelo saber. Y además, aunque pudiese, queda la prueba, la prueba, el fracaso”, le escribió en su diario “El oficio de vivir”, el 16 agosto a Constance, once días antes de suicidarse. Pero no sólo fue la desilusión amorosa sino también una crisis ideológica y un bloqueo creativo, los que desencadenaron la muerte de Pavese. 

Hay quienes ven entre la vida y el suicidio de Pavese múltiples similitudes con las del poeta ruso Maiakovski, acaso su fuente de inspiración. “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No murmuren demasiados chismes”, escribió Pavese. "No se culpe a nadie. Y por favor, nada de chismes”, hizo lo propio Maiakovski. Ambos poetas tuvieron como último amor a actrices de cine. Maiakovski había sido encarcelado por el gobierno zarista, Pavese fue confinado por el régimen fascista. Ambos llamaron pidiendo auxilio antes de tomar la funesta decisión, entre otras similitudes. 

José Martí 

“Pequeño de estatura, delgado, apasionado e hiperactivo” y hasta cierto punto obsesionado con una muerte épica, el poeta y uno de los próceres de la independencia cubana José Martí- cuenta Enrique Krauze- no había cumplido 40 años “pero ya entonces sus cartas abundan en premoniciones mortales (“yo ya me voy muriendo, toda la vida es deber”).

“José Martí no tenía que morir—continúa Krauze— en las circunstancias en que murió. Pero él elegiría su hora. El general Gómez le había asignado un soldado para cuidar su integridad (...) Una minúscula columna española pasaba por el paraje de Dos Ríos y Martí sin dudarlo, se precipitó sobre ellos para recibirlo un tiro en el cuello y caer del caballo(…) su cadáver cayó en manos enemigas y fue registrado, expoliado y finalmente escamoteado por los españoles”. Aun así, por su puesto, Martí alcanzó el heroísmo épico y su nombre siguió y sigue vivo en Cuba y acaso en toda Latinoamérica.

Javier Heraud  

En la noche del 14 de mayo de 1963, el poeta Javier Heraud junto a otros seis compañeros del grupo guerrillero Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fueron apresados por agentes de la Guardia Republicana. En Perú, gobernaba la junta militar liderara por el general Ricardo Pérez Godoy. Camino a la comisaria, uno de los detenidos disparó contra un agente y los jóvenes apresados huyeron en medio de la oscuridad de la noche hacia el río Madre de Dios.

Subidos en una canoa de tronco de árbol, Heraud y otros tres guerrilleros se enfrentaron en una refriega contra los policías que disparaban desde la orilla del río. Una bala “Dum-Dum” (balas explosivas prohibidas)impactó en Heraud y le abrió un boquete enorme a la altura del estómago. Cuando la embarcación llegó cerca de la ribera, uno de los sobrevivientes gritó: “No disparen más”. Un capitán respondió: “Fuego, hay que rematarlos”. En total, se contaron 19 balas “Dum-Dum” en el cuerpo del poeta, una muestra extrema de sevicia. Javier Heraud era una de las promesas más esperanzadoras de la poesía peruana de la década del sesenta.


Escrito por

Enrique Larrea

Editor y periodista. Escribo informes, reportajes y crónicas que han aparecido en diferentes diarios. Formo parte del equipo de La Mula.


Publicado en

Redacción mulera

Aquí se publican las noticias del equipo de redacción de @lamula, que también se encarga de difundir las mejores notas de la comunidad.