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“Los medios no son el problema, nunca te van a obligar a hacer lo que no quieres”

La Mula conversó con la periodista y escritora argentina Leila Guerriero a propósito de su participación en la Bienal de Novela Vargas Llosa, de la formación de su estilo irreverente, y del estado actual del periodismo en la región.

Publicado: 2014-03-30

Leila Guerriero (Junín, 1967), una de las grandes personalidades del periodismo en América Latina, estuvo hasta hace unos días en Lima invitada a participar como ponente en dos de las mesas redondas de la Bienal de Novela Vargas Llosa. Escritora autodidacta, se inició en el periodismo en 1992 como redactora de Página/30, revista mensual del periódico Página/12. Hoy es editora para el Cono Sur de la revista Gatopardo y una frecuente colaboradora de la prensa argentina (La Nación) y española (suplemento cultural Babelia, de El País). En 2010 recibió el Premio Fundación Nuevo Periodismo por su texto “El rastro en los huesos”, una crónica sobre los desaparecidos de la dictadura argentina. Esa experiencia la había llevado a seguir a un grupo de forenses y a las familias de los desaparecidos durante tres meses, ganándose poco a poco su confianza. Indudablemente, ese estilo de periodismo paciente, riguroso, atento al detalle y en el que los límites entre la vida y la profesión se han vuelto porosos y casi indistinguibles es el ámbito en el que la escritura de Guerriero alcanza sus picos más notables.  

Aprovechando su estadía en Lima, conversamos con ella sobre su larga trayectoria y sobre los cambios recientes que atraviesa su profesión.

Fotos: Ana Cabrera


Escribiste hace unos meses para el diario El País un soberbio reportaje sobre Vargas Llosa. Ahora estás presente en la Bienal que lleva su nombre. ¿Qué es lo que más te atrae del personaje?

Yo escuchaba hablar ayer a Vargas Llosa en la inauguración de la Bienal y él hizo, una vez más, algo que siempre me resulta muy inspirador de su parte. Me refiero a esa defensa entusiasta de la literatura como el espacio que permite lograr no la felicidad, como él dice, sino al contrario defenderte de la infelicidad, darte un escudo contra la depresión. Él también enfatiza mucho la idea de la importancia de la vocación, y no solo en la literatura, sino en todos los ámbitos. Creo que Vargas Llosa defiende mucho esta idea de que con una vocación fuerte todos los males de la vida, de alguna forma, se pueden enfrentar, y eso a mí me resulta un mensaje poderoso.  

Otra cosa que me parece súper atractiva es esa curiosidad voraz que se ha abierto en él. Sin conocerlo demasiado, puedo advertir, en todas sus entrevistas, una avidez por saber, por viajar, por buscar incluso ponerse en algunas situaciones incómodas que, por su estatura dentro del mundo literario, ya no tendría por qué aceptar. Me refiero a viajes o invitaciones que de pronto uno se podría decir: “pero es un premio Nobel, no tiene la necesidad de ir a esta clase de hotel o a este lugar perdido”. Debe ser una de las personas más jóvenes con las que yo haya sostenido una entrevista. Envidio profundamente, por otro lado, su capacidad de lectura, que yo no conozco en mucha gente.

¿Qué expectativas tienes respecto a la Bienal y cuál crees que será su rol en el fomento de la actividad literaria en la región?

Me parece que es muy importante el hecho de que haya un premio muy bien dotado de dinero para promover aquí la idea de que la literatura es un espacio que vale la pena apoyar, y que es algo de lo que se puede vivir, un tema que nunca se toca demasiado. Para tener una vocación y poder sostener esa vocación en el tiempo, necesitás que se concrete un modo de vida económicamente viable, a mí eso me parece fundamental.  

Luego está el hecho de que el premio lleva el nombre de Vargas Llosa; eso le otorga no solo prestigio sino la certeza, para quienes participan, de que va a haber un jurado serio y honesto, acorde con ese nombre.

Ahora, fíjate que los premios de literatura que están mejor dotados están más en Latinoamérica que en España y eso me parece toda una señal. Además es un premio con el nombre de Mario Vargas Llosa que se otorga en Perú; de paso que tanta cosa se ha dicho de “si es español, si es peruano, que las dos cosas”; bueno, el premio se otorga acá, se hace acá, se premia acá. Todo eso me parece que simbólicamente es muy importante. Seguramente se hubiera podido organizar lo mismo en España o en cualquier otro sitio porque su nombre alcanza como para eso, pero se ha hecho acá. Me parece que Latinoamérica atraviesa en este momento una situación súper interesante en términos culturales, siento que está mucho más viva que otros lugares de habla hispana. Todo lo que ha pasado siempre en este continente, de las crisis hasta las guerras internas, han transformado esto, a veces por los motivos más horribles del mundo y otras veces no tanto, en un lugar lleno de vitalidad, de cosas interesantes. Y siento que hay mucho ojo del mundo puesto en esta parte del continente. Hay muchos premios, el Carlos Fuentes, el Vargas Llosa, el de la FIL de Guadalajara; premios literarios muy importantes que de pronto empiezan a ser tan consagratorios como otros premios muy ambicionados que se dan en otros países como en España, por ejemplo.

Hablando de esta vitalidad que encontramos en América Latina me da la impresión de que el género de la crónica ha venido tomando bastante fuerza en los últimos años, y esto a pesar de que en muchos países no estamos hablando de años gloriosos para el periodismo. ¿Por qué crees que el género de la crónica ejerce ese poder de atracción en nuestros países?
En realidad yo dudo un poco de que la crónica sea tan atractiva; me parece que se habla más del género que lo que realmente sucede. Sí siento que todas las editoriales tienen ahora su propia colección de crónica: evidentemente eso es un dato, quiere decir algo. Habrá que ver cuánto de eso persiste en el tiempo y cuánto es una cosa pasajera... Pero es cierto que las realidades convulsas como las de nuestros países han reclamado, con el paso del tiempo, miradas como las de los cronistas, que son un poco menos reduccionistas y que no son como la mirada del periodista de investigación, que escribe sobre secretos que se resisten a ser sacados a la luz. Esto es otra cosa, es como un retrato, un documental, que muestra cómo vive la gente en nuestros países. Me parece que es un fenómeno, sí, pero es un fenómeno de nicho, y creo que los más interesados en este “boom de la crónica” somos los propios periodistas que nos leemos entre nosotros... Hay algunos libros que sí, que rompen ese “techo de cristal”, lo atraviesan y pasan a una masa más amplia de lectores, pero la mayoría de libros quedan circulando entre estudiantes de periodismo, entre colegas. Eso no está mal, me parece que somos gente interesada en la realidad y por lo tanto es lógico que nos interese leer lo que están haciendo los colegas, pero dudo que sea un boom tremendísimo. En todo caso, sí es verdad que se produce más que antes.
¿Por qué piensas entonces que perseveran tanto los cronistas a pesar de que el género tiene un público reducido y por ende resulta probablemente poco lucrativo?
Creo que los caminos de la compensación cuando uno se dedica a este tipo de periodismo son inescrutables. No conozco a un solo cronista latinoamericano que se dedique a hacer crónicas como lo pueden hacer los gringos: tres meses a hacer una sola cosa. Siempre estamos haciendo un taller, editando un libro, dando clases, una conferencia, un viaje, una presentación, y de fondo estás haciendo tu crónica que te lleva unos tres meses y te la pagan unos cuantos pesos. Los periodistas latinoamericanos estamos habituados a que nuestro trabajo consista en una especie de combo de distintos trabajos. No hacemos una sola cosa, hacemos 17. Yo hago 17, Julio Villanueva Chang estoy segura que hace 17, Daniel Titinger, Marco Avilés, Gabriela Wiener que vive en España; todos estamos haciendo muchas cosas. Tenemos esa manera de funcionar y sabemos que es así y que cuando una cosa se cae, sigue otra y cuando se caen dos, todavía tenemos 5 más. Creo que hay una vocación notable, una voluntad fuerte de contar historias. Las revistas no ganan una fortuna pero creo que se sostienen en el mercado por algo: abarcan a un público que a lo mejor no es masivo pero está profundamente interesado en ese tipo de periodismo. Y los que lo hacen, lo hacen gracias a un sistema de compensaciones. Digo, te pagan la crónica pero es verdad que vos, con una cosa vas financiando la otra. Es algo de lo que se habla poco, también. Aquí nadie es cronista como en el New Yorker, que te mandan 3 meses a Uganda, te pagan miles de miles de dólares y vos suspendés tu vida y te volvés ugandófilo. En nuestros países no pasa eso, pero a pesar de que todo indica que no podemos hacerlo, lo seguimos haciendo. Porque así somos, los latinoamericanos somos gente que funcionamos en crisis, funcionamos en el desorden, organizamos el caos.
Tu reciente libro “Plano Americano” recoge 21 de tus mejores perfiles de creadores pertenecientes a diversas disciplinas. ¿Podrías describirme un poco cuál es tu método de acercamiento a este género y qué es lo que más te interesa lograr cuando elaboras estos retratos de otras personas?

Mi interés con estos perfiles, que son todos de escritores, poetas, cineastas, personas altamente creativas, es buscar un poco cómo compaginan ese don que tienen con el resto de su vida. Viste que Truman Capote en el prólogo de Música para Camaleones decía: “Cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse”, como diciendo que el talento también viene lleno de responsabilidad, de un nivel de auto-exigencia muy fuerte. A mí me interesa mucho ver en esas personas cómo esto se conjuga con temas como formar una familia, organizar una vida cotidiana.  

Entonces mi aproximación es un poco entender el ecosistema de esa persona, tratar de entender su sistema de apetencias, de rechazos. Hay, por supuesto, algunos temas puntuales que me interesa explorar en el libro: rastrear el comienzo de la vocación, cómo fue que esta gente se dio cuenta de que quería ser lo que era y si hubo un punto clave en el que ellos empezaron a ser lo que son. En qué momento Kuitca se convirtió a Kuitca, en qué momento Parra se hizo Nicanor Parra, en qué momento esta gente se convirtió en estos mutantes maravillosos que produjeron estas obras y…

¿Y si te pregunto a ti, en qué momento crees que te transformaste en Leila Guerreiro?
No lo sé... creo que soy como un “work in progress”...
Tienes una formación de autodidacta. ¿Cómo crees que eso ha influenciado tu manera de escribir?

Tengo una especie de sobre-exigencia propia, impuesta por mí. Me acuerdo de que en un momento hice un perfil de una cineasta argentina que se llamaba María Luisa Bemberg y ella era una mujer que empezó a grabar a los 50 años y venía de una familia riquísima, los dueños de la cervecería Quilmes… Un día de pronto se puso a dirigir cine, hizo una película muy conocida que se llamaba “Camila”, que era sobre la vida de Camila O'Gorman, una mujer que se enamoró de un cura y la fusilaron (y al cura también) y fue todo un suceso. De verdad era una gran cineasta y simplemente lo que pasó fue que un día decidió hacer una película y ponerse detrás de una cámara sin tomar una clase, sin nada. Y me acuerdo de que la que fue durante mucho tiempo su nuera, que la adoraba, decía que María Luisa nunca se había podido despegar de la idea de que necesitaba estudiar todo el tiempo, leer libros de cine, porque nunca había tomado un curso. Siempre sintió la tremenda responsabilidad de merecer eso que le estaba pasando, y a mí eso me quedó resonando mucho, nunca lo he olvidado. Por ejemplo, para hacer una nota de tres páginas me pongo a investigar como si fuera a escribir un libro. O si toca hacer una nota sobre X cosas, entrevisto a 65 personas porque si no siento que no estoy a la altura de contar esa historia, esa sensación de “quién soy yo para…” 

Pero por otra parte también siento que esto me liberó, es una situación de libertad única y divina, porque no tengo ningún “deber ser”. No tengo ningún modelo de periodista, quiero ser yo misma. Eso me da una cierta desfachatez, siento que puedo asustar y decir cualquier cosa, ser insolente y que no tengo todo ese preconcepto que seguramente le meten a uno en la escuela de periodismo... Nunca fui contaminada con eso y eso me parece que está bueno.

¿Cuáles son para ti los peores vicios del periodismo?

La deshonestidad más que un vicio es casi un pecado capital. A mí me preocupan también otras cosas que tienen que ver con el lugar común. Me parece que el peor vicio del periodista -y entender esto evitaría muchas cosas- es el lugar común en la mirada y en la escritura. Creer que escribir correctamente es lo mismo que escribir estupendamente bien. Cualquiera puede escribir correctamente; de ahí a transformar el texto en una obra superior, una obra de arte si querés, en algo que emocione al lector, que lo traslade a esa realidad, hay una distancia grande.  

Aceptar cualquier tipo de condiciones laborales aunque sean terribles es también uno de nuestros vicios más frecuentes. Que un editor te mande a la calle con una cámara de fotos, o una cámara de video, a hacer cinco noticias a la vez, te pide que vuelvas al diario temprano, escribas la nota, mantengas un blog, lleves un Facebook oficial, estés atento al Twitter del diario; todo eso me parece que es una precarización laboral y que los periodistas estamos colaborando con este fenómeno al aceptar esa forma de trabajo. Está bien, podemos decir: “pero si no lo hago, me echan”. Bueno, alguien en algún momento tiene que empezar a decir que no, porque si no lo que obtenemos es la banalización del oficio…

La banalización del oficio es en parte responsabilidad de los periodistas, sin duda, pero no hay que olvidar el rol que juegan los propios diarios y los medios noticiosos...

Es muy fácil decir: “no, los dueños de los diarios son una basura”. Los diarios los hacemos entre todos, y también está en nosotros pelear por ese lugar. Hay que dar la pelea, ningún editor te va a decir: “caballero, tiene tres meses para escribir esta crónica. Vaya, quédese tranquilo en su casa. Le vamos a proveer una ración de cigarrillos y whisky hasta que usted se sienta inspirado”. No, hay buenos editores que te dan la oportunidad, y veo en cambio que en algunos periodistas hay una pereza importante. A mí me pasa, yo soy editora para Cono Sur de Gato Pardo y a menudo me encuentro diciéndome a mí misma: “qué bueno, vamos a publicar la nota de este tipo que no lo conoce ni Dios, pero está bueno”. La publicamos, y luego el tipo jamás se mueve para para proponer otra nota. A pesar de que le llueven felicitaciones, hay como una pereza que se ha instalado.  

Por supuesto que los medios ya sabemos lo que son... Pero hay que abandonar la idea de que nosotros vamos a trabajar 25 años para un mismo periódico. Mucha gente está trabajando para muchos medios; el medio no es el principal problema, nunca te va a obligar a hacer lo que vos no querés hacer. Claro, siempre va a haber muchos periodistas que se van a plegar por completo a la línea editorial de ese medio; que lo hagan si desean pero hay que entender que tu nombre es lo único que tenés. Si no lo defendés vos, no va a venir el dueño del diario pirulo a decirte: “mire joven, hemos descubierto que usted es un gran talento. Por favor, deje de firmar estos artículos que son avisos publicitarios camuflados”. No, lo tienes que hacer vos solo. Este es un oficio que se hace de a uno.


Escrito por

Alonso Almenara

Escribo en La Mula.


Publicado en

Redacción mulera

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