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Entre la piedra y la flor: 100 años de Octavio Paz

El 31 de marzo se cumple el primer centenario del nacimiento del gran poeta mexicano. Este es un recuento de su trayectoria.

Publicado: 2014-03-30

Poeta, ensayista y traductor, Octavio Paz (1914-1998, México D. F.) no es solo un referente de la literatura hispanoamericana, sino universal. Autor prolífico reconocido por la calidad de su obra, es también un intelectual polémico, porque a pesar de denunciar las dictaduras y regímenes represores no cuestionó la continuidad del PRI al frente del gobierno de México. A pesar de ello, la obra de Paz no ha sido opacada. Por el contrario, cosechó muchos reconocimientos, entre ellos los premios Cervantes en 1981 y el Nobel en 1990. 

Nieto de Ireneo Paz, un soldado de las huestes del ex presidente mexicano Porfirio Díaz, e hijo de Octavio Paz Solórzano, un escriba y abogado del revolucionario Emiliano Zapata, casado con Josefina Lozano, Octavio Paz Lozano inició tempranamente su aventura intelectual al fundar la revista Barandal en 1931 con 16 años y publicar en esta sus primeros poemas. Dos años más tarde, en 1933, publicó su primer poemario, Luna Silvestre, en cual decidió no recoger en sus recopilaciones posteriores. Como señala el estudioso cubano Enrico Mario Santí, autor de la edición crítica de Libertad bajo palabra: “Paz no identifica este libro como su origen poético, o al menos no es el origen que escoge su persona poética”. En esos primeros poemas los versos del vate mexicano denotan una influencia tardomodernista aunque destacan por su lirismo y ya insinúan a un poeta que hurgará en el lenguaje. En estos años Paz se relacionó con los Contemporáneos, un grupo de intelectuales mexicanos entre los que destacaron Xavier Villaurutia, Salvador Novo, José Gorostiza y Carlos Pellicier, quienes buscaron un cambio en la literatura y la cultura de México.

Uno de los hechos que marcó su interpretación del mundo fue la Guerra civil española. En 1937, el joven poeta mexicano fue invitado a España por motivo del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. La sede central de ese evento fue la ciudad de Valencia, pero también se llevó a cabo en Madrid (ciudad casi sitiada por el ejército franquista) y en Barcelona, del 4 al 11 de julio. A este evento asistieron destacados poetas y narradores como Ernest Hemingway, César Vallejo, André Malraux, Louis Aragon y Pablo Neruda. Como señaló Paz en una amplia entrevista, la amistad con algunos de ellos propició una renovación de sus paradigmas estéticos; es decir, el poeta expandirá su horizonte, puesto que conocerá otras formas de creación. Además, en este evento, tomó contacto con los poetas españoles ligados a la revista Hora de España (1937-1939) como Juan Gil-Albert, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, entre otros. 

Así pues, la permanencia de cuatro meses en tierras españolas, donde el mexicano clamó en favor de la República y vivió en carne propia los horrores de esa guerra, motivó que escriba el poema “No pasarán”.

En 1938, a su vuelta de España, Paz colaboró con el diario El Popular de la Confederación de Trabajadores de España, pero solo duró un año; luego fundó la revista Taller cercana a Hora de España. En esta revista Paz articuló, bajo el lema “Poesía e Historia”, el modo en que el arte se vincula con la vida cotidiana. A raíz de la experiencia española, comenzó a cuestionar la relación entre literatura y sociedad, política y estética. Un año más tarde rompió relación con Pablo Neruda por motivos ideológicos, pues Paz era crítico del pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, mientras que el chileno era un duro militante del comunismo.

Durante la década del treinta, años de fervor en Europa de los lamentables pensamientos totalitarios como el fascismo, nazismo y estalinismo, y en los años cuarenta con el establecimiento de la dictadura de Francisco Franco en España, México se convirtió en un país amigable para quienes huían del terror y se volvió un foco cultural en el que recalaron como refugiados numerosos artistas, poetas e intelectuales notables. De este modo, Paz entra en contacto con exiliados como el poeta francés Benjamin Péret, el novelista Jean Malaquais y los revolucionarios rusos Victor Serge y Leon Trotsky. En esos años Paz ya había publicado varios libros de poesía como Bajo tu clara sombra, Raíz del hombre, Noche de resurrecciones, Entre la piedra y la flor, entre otros, todos escritos en un tono a la vez intimista y social. En estos libros comenzaba también a experimentar con el tema del erotismo.

Luego del asesinato de Trostky en tierras mexicanas en 1940, un desencantado Paz empezó a buscar la forma de salir de su país, cosa que hizo en 1943 al concedérsele en 1943 la Beca Guggenheim. Este fue el inicio de un periplo por Estados Unidos, Europa y Asia. En su estancia estadounidense leyó a varios poetas anglosajones que lo marcaron, como T.S. Eliot, Ezra Pound, W.B. Yeats y William Blake. Terminada su etapa en el país del norte viajó a París como diplomático, y allí conoció a los militantes del surrealismo, encabezados por su líder André Breton, y a los existencialistas Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Ambas corrientes de pensamiento ejercieron enorme influencia sobre la obra del mexicano, como se ve reflejado en el poemario ¿Águila o Sol? (1949-1950). Por esos años París también acogía a los jóvenes peruanos Blanca Varela y Fernando de Szyslo, con quienes Paz mantuvo amistad. Años más tarde el mexicano escribió el prólogo para el primer poemario de Varela, Ese puerto existe.

En estos años, y con la perspectiva que le proporcionó la distancia, Paz se interrogó profundamente por el ser mexicano y la identidad latinoamericana. Estos son los temas de El laberinto de la soledad (1950), un clásico del ensayo en lengua española que intenta restituir la individualidad histórica del mexicano y a la nación mexicana a su sitio entre los conflictos de la civilización occidental. El aparato histórico que construye Paz para este libro marcó una pauta para las interpretaciones sociológicas que indagan sobre la identidad. Destaca el apartado dedicado a “Los hijos de la Malinche”, donde analizó la figura de la presunta traidora que ayudó a Hernán Cortés como traductora en la conquista de México.

Al final de esta etapa en el extranjero, entre Nueva Delhi y Tokio, Paz comenzó a escribir su poemario más importante, La estación violenta (1956), donde se encuentra una de las obras maestras de nuestro idioma, un texto de 584 versos endecasílabos titulado “Piedra de Sol”. La idea del poema, además de que cada verso se corresponda con los días del calendario azteca, es poner en relieve uno de los conceptos que más diferencian a las poblaciones nativas del extremo occidente con el pensamiento occidental: el tiempo circular. De este modo, el poemario empieza y termina con los mismos versos:

un sauce de cristal, un chopo de agua,

un alto surtidor que el viento arquea,

un árbol bien plantado más danzante,

un caminar de río que se curva,

avanza, retrocede, da un rodeo,

y llega siempre:

Mientras que Dante en la Divina Comedia proponía ascender hasta conocer a Dios, el yo lírico de La estación violenta nos lleva a descubrir lo humano, un recorrido espiritual del hombre, hacia un creer en el hombre, como centro-fuerza-amor-libertad que se expresará en un instante de revelación. Tres elementos resaltan, en general, en la poesía de Paz: el tiempo, el ritmo y la palabra.

En La estación violenta se aprecia lo que Paz considera la tradición moderna. Borra las oposiciones entre lo antiguo y lo contemporáneo, y entre lo distante y lo próximo. Su planteamiento es la negación o el principio para empezar de nuevo, como lo expresa en varios de sus versos “ni vivo ni muerto” “comienzo y recomienzo”, “es principio y fin” o “bajo tu clara sombra”.

Toda esa experiencia poética se verá plasmada en uno de sus ensayos más importantes, El arco y la lira (1956). En este texto Paz recalca que el hombre en su evolución o progreso es una construcción del lenguaje, como sistema de pensamiento, de creación, porque es eso lo que nos diferencia, nos hace construir y elaborar lo que somos: “Hombre, árbol de imágenes,/ palabras que son flores que son frutos que son actos”. Asimismo, este libro es una demostración del conocimiento de la técnica de Paz para escribir poesía, similar a las que en su tiempo ofrecieron Edgar Allan Poe en Filosofía de la composición (1846) y Ezra Pound en El ABC de la lectura (1934).

En 1960 se publicó la primera recopilación de su poesía titulada Libertad bajo palabra, dividida en 5 secciones (Bajo tu clara sombra, Calamidades y milagros, Semillas para un himno, ¿Águila o sol? y La estación violenta). De esta obra Paz hizo otras tres ediciones, con sucesivas correcciones, omisiones y reposiciones. El título elegido para este libro es más que simbólico: encarna la postura del poeta, el modo en que asume su labor y pasión.

Años más tarde, en 1974, Paz deslumbró a la crítica literaria con su ensayo Los hijos del limo. En este libro Paz analiza la modernidad literaria en el siglo XX a través de las obras más relevantes de poetas de distintas tradiciones y ahonda en los procesos culturales según el contexto de cada época. Además, rescata autores olvidados por la tradición, como William Blake, y reivindica el valor de las vanguardias artísticas. La enorme capacidad de síntesis de Paz abarca gran cantidad de períodos históricos y los expone, en apenas 150 páginas, con insuperada claridad.

Por esos años Paz publicó lo que llamó sus “topoemas”. Son textos donde la disposición espacial y los símbolos se suman a la parte comunicativa de los elementos lingüísticos. Es decir, adquieren un valor semántico. El poeta opta por esta opción pues busca una forma de expresión que haga frente a la poesía discursiva, muy en boga en Latinoamérica desde la década de 1960 debido a la influencia anglosajona, especialmente de Pound y Eliot.

Para más topoemas hacer clic aquí.

Las revistas siempre atrajeron a Octavio Paz. Como escribe el también mexicano Guillermo Sheridan: “La literatura y las ideas en México suelen cocinarse en las revistas, esos polimorfos, vivos centro de irradiación. La labor editorial de Paz —desde que fundó en 1931 la revista Barandal, a sus diecisiete años de edad [sic], y hasta el último número de Vuelta, a sus ochenta y tres, pasando por su participación, en los Cuaderno del Valle de México (1933), la revista Taller (1938-1941); la revista El Hijo Pródigo (1943-1945); la revista Plural (1971-1976) —fue tan rica como la de su poesía y su pensamiento crítico, y un gesto más de su pasión por México”.  

En 1982 Paz publicó un ensayo que puede considerarse monumental: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Pocos textos conjugan la vida de una persona, en este caso Inés de Asbaje, con la historia de un país (México), el significado de la existencia de una literatura en Hispanoamérica y el análisis literario. Si buena parte de los ensayos de Paz destacan por la brevedad, este es extenso y preciso. La figura de la monja mexicana siempre fue de su predilección, y en este texto nos muestra el recorrido de Sor Juana tanto a nivel espiritual como literario.

La temática del erotismo, que aparece ya en los primeros escritos de Paz, fue consagrada en su ensayo La llama doble. Amor y erotismo (1993). Ahí el Nobel mexicano explora la relación entre sexo e historia, erotismo y amor. El recorrido que establece en este libro exquisito muestra el modo en que la sexualidad constituye un motor de la vida y la muerte que se manifiesta cotidianamente, cuya influencia en el arte es innegable, y analiza tanto la tradición occidental como oriental. Cabe señalar que en este libro aparece uno de los mejores análisis del soneto “Amor constante más allá de la muerte” de Francisco Quevedo, poeta español del Siglo de Oro.

Dejar de mencionar cualquiera de sus libros, tanto de ensayo como de poesía, puede parecer mezquino: la obra de Paz es recomendable en su totalidad. No se pueden dejar de lado títulos como Corriente alterna (1967), Postdata (continuación de El laberinto de la soledad, 1969), El ogro filantrópico (1979) o Pequeña crónica de grandes días (1990). En estos libros se pueden apreciar desde distintos ángulos una sostenida exploración de la condición del arte en la sociedad, el hombre político, el modo en que encuentra puntos en común con otras culturas y el tema de la identidad. Otra recopilación importante es El fuego de cada día (1989), realizada por el mismo Paz.

Sobre este tema el poeta mexicano Luis Arturo Guichard comenta que “la influencia de Paz, de sus ideas y de su sistema de pensamiento es total y absoluta, lo que ocurre es que no todo el mundo está dispuesto a aceptar que piensa como Paz: sus ideas están en todas partes, pero su persona todavía no. Eso pasará, pero llevará un tiempo. Hoy en día todavía hay poca gente, fuera del núcleo duro de sus discípulos, que se reconozca públicamente como heredero de sus ideas”.

Se debe resaltar que Paz fue uno de los primeros autores en colocar en el imaginario hispanoamericano la poesía de oriente, sobre todo la tradición japonesa con el libro Las sendas de oku de Matsuo Basho. Paz tradujo ese libro la len colaboración con Eikichi Hayashiya. El libro fue publicado por primera vez por la editorial Seix Barral en noviembre de 1981. Su aporte es significativo para los escritores latinoamericanos, pues reveló un nuevo mundo para la exploración poética.

La figura de Paz era un referente desde la década de 1960 para los mexicanos. Si en su juventud se alejó de “la izquierda” y en 1951 denunció al estalinismo, su cercanía y defensa del PRI —el partido que ha gobernado gobierno México desde el triunfo de la Revolución, con excepción de tres períodos presidenciales— siempre fue cuestionada. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, denunció la situación de México bajo el PRI como una “dictadura perfecta”, con el mismo Paz el frente, en el encuentro “Vuelta” que el mexicano organizó:

Este, por cierto, el de las relaciones entre la literatura y el poder, fue un tema que ambos escritores debatieron en más de una ocasión, por ejemplo en esta conferencia:

Como han señalado varios críticos, la actitud de Paz con los regímenes de índole capitalista y con las políticas neoliberales, no resultó menos polémica. Ampliamente criticadas, se conocen sus relaciones con los cuestionados presidentes Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo (1994-2000).

Sobre cómo perciben los mexicanos a Paz, Guichard nos dice: “Creo que tienen una actitud ambivalente. Por una parte es un Premio Nobel y el escritor más importante en México en los últimos cincuenta años; por otra, quedan recelos todavía del linchamiento mediático al que lo sometió cierta izquierda mexicana en la década de 1980. Para ellos, Paz era una especie de abanderado del neoliberalismo. Una tontería, pero las tonterías ocupan mucho espacio público de la mano del populismo. Creo que Paz todavía está en el purgatorio. Increíble, pero es que es difícil aceptar que uno de tus contemporáneos es un clásico, y Paz era ya un clásico mucho antes de que le dieran el Nobel. Para los escritores tampoco fue fácil: muchos de ellos hubieran sido grandes poetas si no hubiera estado Paz ahí: se quedaron, por comparación, en poetas correctos”.

A pesar de cualquier polémica, la trascendencia de la obra de Octavio Paz es innegable. Y antes que la figura polémica siempre está el hombre que es su obra:

Entre la piedra y la flor, el hombre:

el nacimiento que nos lleva a la muerte,

la muerte que nos lleva al nacimiento.

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El arco y la lira de Octavio Paz


Escrito por

José Agustín Haya de la Torre

Curioso y fragmentario.


Publicado en

Redacción mulera

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