Gracias a un implacable régimen de flexibilidad laboral, ha pasado de La Tangarana a Las Charapitas, del Apocalipsis a California, y de El Faraón a Las Tremendas. Scarlett podría ser cualquiera de las chicas que viven prostituidas en La Pampa, pero por ahora, Scarlett es Juanita. Scarlett es su nombre y su uniforme de batalla.

En Scarlett se refleja toda la sociedad del consumo. En su inocencia, Scarlett somos todos. Y todos somos putas.

Entre las identidades ficticias que los proxenetas de los prostibares crean para que las chicas que explotan consuman lo que sea que quieran venderles, y se endeuden, Scarlett se distingue por ser al mismo tiempo la más cariñosa entre las dulces, y, sin menoscabo de ello, la más achorada entre las bravas.No puede ofrecer a sus clientes el trato de pareja que se merecen si no se dibuja esa carita de ángel con pinta–labios, rímel y chapas de carmín; si no contrata servicios varios de peluquería que ofrecen las primas o las hermanas de las mamis de los prostibares en unos salones de esthéticien que deben estar entre los más cutres y caros del planeta. Ser Scarlett no sale nada barato, pero con un crédito ilimitado, el maquillaje, los peinados, la manicure y la pedicure se los van apuntando en un cuaderno, la versión local de las tarjetas de crédito para las chicas.

Scarlett hace chupar y chupa a la misma altura que cualquier minero: una, dos, tres botellas de pisco, e inhala igual cantidad de cocaína para mantenerse en pie. Scarlett puede tirarse a ocho, a diez hombres en una noche, y a la mañana siguiente pide a dos mineros más, para el estribo. Por supuesto, cada vez que un hombre saca a Scarlett del prostibar y la lleva a un hostalito de carretera, un porcentaje del precio por sus servicios sexuales queda en manos de los proxenetas. El resto, se supone, es de ella.

Se supone.

Juanita ha abandonado para siempre las polleras. ¿Cómo va usar unas polleras el mejor culo de La Pampa? Usa tangas, portaligas, calzoncitos e hilos dentales como declaraciones de principios: éste es mejor culo de La Pampa. El mejor culo de La Pampa usa minifaldas y unos audífonos de reggaetonera, y así mantiene su fama de guerrillera del placer en estos pueblos sin nombre a lo largo de la carretera Interoceánica, donde todo se compra, todo se vende y todo se alquila. Scarlett escucha canciones en MP3 en sus enormes audífonos blancos, que baja a través del teléfono inteligente que la mami le entregó cuando la inició en la prostitución.Son canciones como “Nene malo”, “Tu papá”, “Hasta que salga el sol”, y cuando está de ánimo enamoradizo: “Tus ojos”, “Me importas”, “Te arrepentirás”, “Te quiero, te quiero”, y “Tú eres fiel”, de conjuntos de cumbia como Alaska, Sideral, Los Puntos, Alma Sureña y Coraly. Es la misma señal satelital de su teléfono que usa para bajarse canciones que van apuntándose en su infinito cuaderno de crédito, es el grillete que sirve a los proxenetas para mantener a Scarlett siempre controlada. 

En un arrebato de conciencia, Juanita una vez escapó de La Pampa hacia Puerto Maldonado, y allí quedó varada unos días. No tenía donde dormir, ni dinero para pagar un hotel,  comer o volver a casa, donde, por cierto, fueron sus mismos familiares quienes la empujaron fuera del nido, hacia las redes de trata y la prostitución. Lo único que tenía consigo en ese momento era el celular que la mami de Las Tremendas le había entregado. Esos días, su teléfono no paró de sonar. La llamaban desde La Pampa, querían saber dónde estaba. Tenía miedo de contestar, miedo a que cualquier conocido de su patrona en la ciudad la llevase de vuelta hacia el corredor minero, miedo a que la policía comenzara a buscarla, miedo a que la encontraran a través de la señal del teléfono. Sin dónde ir (sin ningún albergue ni institución del Estado que pudiera acogerla), decidió que su única alternativa era volver ella misma al Km. 106.

Cuando llega la mañana y Juanita (o Ana, o María) se quita su traje de súper heroína del sexo, antes de irse a dormir, envía buena parte del dinero que ganó durante la noche a sus familia (a veces, incluso, al mismo pariente que la expulsó de su casa) a través de las múltiples agencias de envíos informales que se han parapetado en las cunetas de la Interoceánica. Y cuando vuelve de visita a su pueblo, Juanita, la chiquilla que se caía de cabeza cuando intentaba bailar en la barra de algún bar de mala muerte, se ha perdido en el olvido. La que vuelve es Scarlett. Sus superpoderes sexuales se han vuelto ella. Vuelve en esas minifaldas que al principio se sentía avergonzada de ponerse, con una casaca roja de cuero y sus audífonos blancos y enormes a todo volumen. Y avanza por la calle de este pueblo del Cusco y disfruta de la envidia de sus vecinos y sus antiguas amigas que se han casado, siguen usando polleras y cultivando las chacras, o llevando al ganado a pastar a la puna. Y al volver al Delta, Scarlett se llevará consigo a alguna otra chica de su pueblo, bajo una falsa o una descabella oferta de empleo.

Ser Scarlett, también paga.

Y su resistencia no sabe de límites.

A Scarlett pueden contagiarle chancro, ladillas, gonorrea, sífilis, pero Scarlett siempre se cura. No por nada es la más brava, aunque luego de varios contagios (puede ser seropositiva, aunque no lo sepa), Juanita ha aprendido a usar condones. 

Y en ese mismo momento, sus clientes comienzan a despreciarla, por vieja. Scarlett no tiene más de 25 años, pero los mineros prefieren a chicas menos experimentadas, que no hacen preguntas, son más estrechas, y hacen lo que se les manda.

– ¿Condones? ¿Para qué?¿Acaso estás enferma?