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Óscar Arnulfo Romero, el Monseñor de los pobres

Son ya 34 años de la muerte del arzobispo salvadoreño. 

Publicado: 2014-03-24

Todos han escuchado El Padre Antonio y El Monaguillo Andrés, una canción clásica de Rubén Blades. Pero quizá pocos recuerden que esta canción se inspiró en un personaje real: en Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el Arzobispo salvadoreño que fue asesinado por un francotirador el 24 de marzo de 1980, en la capilla del hospital de la Divina Providencia. 

Romero fue un defensor de los Derechos Humanos en El Salvador, denunciando al ejército y a las autoridades que atentaban contra el pueblo salvadoreño. En medio de la violencia de las armas, Romero había enviado una carta al entonces presidente de EEUU, Jimmy Carter, donde le criticaba el envío de armamento a El Salvador, y que comenzaba con esta frase: “Lo que necesitamos no son balas, sino frijoles”.  

Romero, en su homilía del 2 de julio de 1978 afirmaba: “(...) hoy soy más fiel porque vivo la prueba, el sufrimiento y la alegría íntima de proclamar, no solamente con palabras y con profesiones de labios, una doctrina que siempre he creído y amado, sino que estoy tratando de hacerla vida en esta comunidad que el Señor me ha encargado”. 

Siguiendo esta convicción Romero crítico la posición de la oligarquía salvadoreña durante la Reforma Agraria, por lo que recibiera constantes amenazas de los grupos de dominantes de poder y de la política de derecha (de hecho, hasta la fecha sigue bajo sospecha de su muerte Roberto D'Aubuisson Arrieta, fundador del partido de derecha ARENA). 

Y es que ciertamente sus reflexiones resultaban muy críticas para los poderosos del país. Atendamos sino a estos dos pasajes: 

¿Por qué atacan hoy a la Iglesia los capitalistas? ¿Por qué ataca a la Iglesia el poder político? (...) Porque la Iglesia no puede compaginar con una idolatría del dinero, con una idolatría del Estado. ("La violencia que enluta el país", 22 de mayo de 1977). 
La marginación, el hambre, el analfabetismo, la desnutrición y tantas otras cosas miserables que se entran por todos los poros de nuestro ser, son consecuencias del pecado, del pecado de aquellos que lo acumulan todo y no tienen para los demás. (Homilía del 9 de octubre de 1977).

Entre los homenajes a su memoria, destaca la procesión a la Catedral Metropolitana donde descansan sus restos, conocida por ello como Catedral “San Romero de América”. Para este año se ha decidido que en el aeropuerto internacional del país se coloque una placa con su nombre.

Luego de años de haberse bloqueado su proceso de beatificación, el papa Francisco I ha abierto nuevamente esta posibilidad. 

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Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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