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Gustavo Faverón: "Quieren volar en pedazos la idea de la memoria"

Para Gustavo Faverón, crítico, narrador y polemista, seguir hablando sobre los años de la violencia es una obligación. Conversamos con él sobre esa y otras cosas. 

Publicado: 2014-03-23

Gustavo Faverón está pasando por uno de sus mejores momentos. El escritor peruano radicado en Maine, Estados Unidos, acaba de llegar a Lima para presentar el relanzamiento internacional de su novela El anticuario (Peisa, 2010), que será publicada a lo largo del año en diversos idiomas, entre ellos el inglés (a cargo de la prestigiosa editorial Grove/Atlantic), el japonés y el árabe, y en una edición española que correrá por cuenta de la Editorial Candaya. La próxima semana, Faverón participará también como uno de los ponentes en la Bienal Vargas Llosa, evento que se inicia este 24 de marzo. 

Aprovechando su breve estadía en nuestra capital, La Mula conversó con él a propósito del éxito de su primera novela, de su notable condición de intelectual público, y, por supuesto, de política a gogó.

Fotos: Gianmarco Castillo


El anticuario es una novela dominada por actos de violencia y por el tema de la muerte, lo que la marca como una obra gestada en el Perú de los años 80. Sin embargo, resulta interesante que el tema político no esté presente de manera explícita, al menos en el sentido en que usualmente entendemos el término. Me gustaría saber si se trata de una estrategia deliberada, o quizá un comentario sobre cierta tradición literaria peruana.

Cuando yo empecé a escribir la novela, en verdad empecé a escribir dos historias distintas. Una era una historia muy personal, basada en un acontecimiento que le había pasado a una persona cercana a mí y que me había dejado una huella grande. Era algo que implicaba un crimen y mi amigo no era la víctima sino el victimario. Pasaron unos años en los que estuvo fuera de la sociedad, digamos; no lo mandaron a la cárcel, lo mandaron a una clínica psiquiátrica, y esos primeros años que estuvo en la clínica yo no fui a verlo. En parte por cómo asimilas tú la idea de alguien que es muy amigo tuyo es capaz de cometer un acto atroz. Y esa es, más o menos, la historia que está en las primeras páginas de la novela.  

Por un lado quería contar esa historia en cuyo centro estaba el tema de cómo rearmas tú esa amistad después de saber que es alguien que ha hecho algo terrible; y por otro lado tenía esta otra idea, que según yo era completamente distinta. En esa otra historia había un personaje que se había vuelto loco, que había perdido la razón porque había sido víctima de algo durante los años de la violencia política en el Perú. Vivía en un manicomio y compulsivamente reunía a los demás internos para contarles historias.

Mi amigo, el de la primera historia, era un anticuario, un coleccionista de libros antiguos, una persona muy culta y un lector compulsivo. Yo nunca me di cuenta de que al otro personaje lo estaba construyendo con muchos rasgos de él. Para mi yo estaba escribiendo dos historias separadas. Pero esta segunda historia, como estaba vista a través de los ojos de alguien que ha perdido la razón, era una historia muy abstracta, tenía pocos referentes, y esto a pesar de que el paciente en la clínica, el contador compulsivo de historias, saca todas las historias de un libro que nunca es mencionado en la novela. Yo siempre supe que ese libro era el Informe Final de la Comisión de la Verdad. La mayoría de los cuentos fantásticos que aparecen intercalados entre los capítulos de la novela, que son las partes más abstractas, más delirantes de la historia, en verdad están construidos sobre pasajes del Informe de la Comisión de la Verdad; de hecho hay frases textuales. Eso es algo que nadie notado, nadie me ha hecho el comentario y mi novela ha sido reseñada por gente que escribió el Informe de la Comisión y que no se da cuenta de que hay ahí frases que ellos mismos escribieron.

Una cosa que me impresionó mucho cuando la novela ya estaba terminada fue el hecho de que en esos cuentos que son completamente delirantes había fragmentos literales tomados de la historia del Perú, frases dichas por víctimas a los comisionados de la CVR, que sin embargo cuadraban perfectamente en el discurso delirante, la razón delirante de la violencia, porque me hizo entender que hay mucho de delirio en la violencia. Y el problema de hablar sobre la violencia política es complejo porque tienes que lidiar con lo inenarrable, lo que no puedes contar, por ejemplo las cosas que son producto de un trauma. Típicamente la cosa que no puedes contar de ti es aquello que hay en ti que ha sido producido por un hecho dramático. 

Cuando me di cuenta de que eran la misma historia, cuando me di cuenta de que este personaje de la primera historia podía convertirse en el otro, fue cuando decidí que toda la novela iba a ser sobre la relación entre la violencia pública y la violencia privada en una sociedad, si es que son en verdad hechos separables. La violencia que uno comete o que uno sufre en su vida cotidiana, que uno asume como una serie de hechos individuales en verdad es parte de la misma estructura que produce esos grandes hechos históricos-sociales-políticos de violencia, como el conflicto interno.

Cuando reuní las dos historias y las convertí en una sola novela decidí no hacer ninguna referencia al Perú. La palabra Perú, la palabra Ayacucho, Sendero Luminoso, Lima no están en la novela, no hay ninguna referencia, no hay ningún lugar mencionado. Hay historias, Uchuraccay está contado completo y hay otras masacres que están contadas brevemente entre esas historias delirantes, pero todo está puesto sin nombres, sin referencias, no hay años, no hay fechas, no se sabe cuándo ocurre nada, no se sabe en qué país está ocurriendo. Obviamente un lector peruano lo puede identificar como el Perú pero probablemente un lector chileno, o un lector guatemalteco podría decir “aquí hay algo que también podría ocurrir acá”. El hecho de que no haya referencias directas, con nombre, a los detalles históricos del conflicto, fue una decisión estética, más que una decisión ideológica.

Antes de empezar la entrevista estuvimos conversando un rato sobre algunas de las voces críticas respecto a este estado de cosas y me estabas comentando que en muchos casos son amigos tuyos y se conocen desde hace mucho tiempo. Estas son personas que vivieron la época de la violencia en su juventud temprana. ¿Crees que hay una generación marcada por esa experiencia?
En realidad hay muchas generaciones que reclaman ser La Generación de la Violencia y pienso que básicamente todas las que hayan pasado por ese periodo tienen derecho a serlo. Cada generación ha sido marcada de una manera distinta. No es lo mismo que tú tengas 50 años y comience un periodo de violencia extrema en el país, a que eso suceda cuando tienes 10 años. Sendero comenzó cuando alguien de mi edad tenía 13 años; toda la actividad de Sendero Luminoso se desarrolló durante nuestra secundaria, todo nuestro tiempo en la universidad, todos nuestros primeros años fuera de la universidad o cuando estábamos estudiando los post grados o trabajando en temas relacionados con nuestra profesión. Para el año 92, cuando se captura a Abimael Guzmán, teníamos 25 años.
Fue básicamente todo el periodo de tu educación sentimental…

Nosotros somos la primera generación que aprendió que algo malo podía pasar si no regresabas directo de tu colegio a tu casa, o de la fiesta a tu casa. Somos gente de clase media, limeña; lo que pasaba en nuestra Lima no era lo que pasaba en la Lima de los barrios marginales, que era una cosa mucho más violenta, y mucho menos lo que pasaba en los Andes, pero igual te marca.  

No fuimos los que más duro la pasamos, ni por asomo, con Sendero Luminoso, pero nuestra imaginación creció en ese mundo de todas maneras. Yo sé que a veces es absurdo cuando un escritor limeño de clase media o de la clase alta escribe un cuento sobre esa época y habla de apagones y de hoces y martillos en el cerro, porque el cerro está a 3 horas de tu casa; hay gente que vive en ese cerro, que es la gente que de verdad tenía el peligro ahí. Pero luego esas cosas llegaron al resto de la ciudad, llegaron a la conciencia de todos nosotros y es muy difícil que tú hagas toda tu educación secundaria y toda tu educación universitaria durante un periodo de conflicto interno estudiando ciencias sociales o humanidades, y que eso no se refleje en lo que quieres hacer cuando seas adulto. Han pasado muchos años pero yo siento que es un tema del cual hay que seguir hablando, sobre todo cuando ya hay generaciones que tienen opinión, ya tienen voz y voto pero no tuvieron esa experiencia. Hay una especie de deber ahí, especialmente porque hay gente que quiere silenciar toda esa historia, hacer como que no pasó, deformar la idea de la reconciliación, de la memoria. La idea de la memoria la quieren volar en pedazos y convertirla en olvido o en una reescritura de la historia al gusto de gente que cometió muchos de los crímenes de la guerra, como el gobierno de Alan García y el gobierno de Fujimori o el gobierno de Belaúnde que fue el que más gente mató. Por suerte hay algunas generaciones de intelectuales que no quieren que eso pase.

Tú has asumido una presencia como intelectual público desde joven, desde que dirigías Somos en los 90. Y a diferencia de muchos intelectuales que migraron has mantenido activamente esa presencia de intelectual público en el Perú, convirtiéndote en uno de los opinólogos más prolíficos que tenemos. ¿Cómo entiendes ese papel, de un intelectual en el espacio público y especialmente en el Perú, donde esa figura parece estar desapareciendo?

Es curioso que esté desapareciendo porque ahora hay muchos más instrumentos para hacer que no desaparezca. Era mucho más difícil para alguien como Julio Ramón Ribeyro, digamos, que pasa 40 o 50 años de su vida fuera del Perú con intermitencias, o Vargas Llosa, que se va del Perú durante muchos años, muy joven. Sin embargo sigue siendo gente que ha escrito constantemente sobre el Perú, no solo en el registro de la literatura sino que además piensan en el Perú en otros términos, escriben artículos, opinan. Son eso que llamas, intelectuales públicos, y forman parte de una herencia muy larga, una tradición que existe en el Perú desde que existe la república.  

Yo por suerte no estoy en esas circunstancias. Yo me fui en el año 2000 y mi contacto con el Perú es mucho más simple por todos los medios que hay, los medios electrónicos con los que uno puede seguir conectado ahora. Por eso me parece paradójico, irónico, que en esas circunstancias en las que podías estar fuera del Perú y de alguna forma seguir dentro del Perú siempre, la figura del intelectual que migra pero sigue estando presente se está haciendo menos frecuente, está entrando en una especie de aletargamiento.

No siempre es culpa de los intelectuales, muchas veces la culpa es de los medios que no quieren tener intelectuales en sus páginas. Y también tiene que ver con qué tipo de intelectual es aceptado, hay un cierto tipo de intelectual que es más aceptable para los medios de comunicación en el Perú.

¿Cuál sería ese perfil?
En general los sociólogos son más aceptables, quizá también los psicoanalistas; están rodeados de una cierta aura científica, con mayor o con menor razón. Son vistos por los medios como gente que, básicamente, ha estudiado para opinar sobre la realidad.
Nuestros intelectuales públicos provienen efectivamente muy a menudo de las ciencias sociales. ¿Por qué crees que esto es así?

En el Perú es una tradición muy fuerte porque hay muchísima gente que se ha dedicado en simultáneo a las ciencias sociales y a las humanidades, o la literatura; Arguedas era un antropólogo, ese tipo de figura tiene una historia. Los humanistas en el Perú no son percibidos como gente cuya opinión valga la pena, desde los medios de comunicación. Me da la impresión de que un filósofo, un novelista o un crítico literario en general son vistos como personas cuyo espacio de actividad va de su cerebro al libro y ahí se cierra. Es como cuando Vargas Llosa fue candidato a presidente y había gente que decía “pero este es un huevón que se ha pasado toda la vida leyendo libros y escribiendo libros, pensando en fantasías e imaginando historias irreales, este hombre no tiene los pies sobre la tierra”; en eso se ha convertido en el Perú la idea de qué es un escritor, pero esa no era la imagen del escritor en las generaciones anteriores y tradicionalmente esa nunca ha sido la idea de qué es un escritor en América Latina.  

América Latina es una región donde hemos tenido presidentes como Rómulo Gallegos, novelista; como Sarney en Brasil, novelista; como Sarmiento en Argentina, novelista; el rival literario de Sarmiento era José Hernández, presidente del congreso; cuando murió Neruda él era precandidato a la presidencia de Chile; Betancourt en República Dominicana es un novelista, aunque fuera de los malos pero es un escritor; el fundador del canon de la narrativa breve en Argentina es Echevarría, es un político. En América latina el escritor siempre fue un intelectual público y la esfera literaria y la esfera política siempre fueron la misma y de ahí es que viene Vargas Llosa, él conserva esa tradición. Y gracias a dios la carrera de Vargas Llosa ha sido larga y exitosa, así que podemos tener todavía un referente, que es ya casi el último de su generación.

¿Cuándo fue que se jodió esa tradición, entonces?

Yo creo que el punto más cataclísmico es Fujimori y el hecho simbólico de que el derrotado en la elección directamente fuera Vargas Llosa. Que el presidente más corrupto de nuestra historia haya vencido por voto popular, por decisión de los peruanos, al intelectual más célebre de la historia del país. Simbólicamente eso ya es muy fuerte. Que un país diga: “¿quién es ese candidato? Ah, es este hombre híper famoso, con gran fama intelectual, reconocido en todo el planeta y cuyos libros hemos leído nosotros mismos a lo largo de nuestra vida. ¿Quién es el otro candidato? Es un desconocido. Ah, ok, quiero votar por el desconocido”.  

Esa figura te marca el momento en el que el anti intelectualismo del Perú es por lo menos la mitad más uno. Y uno de los argumentos contra Vargas Llosa en esa época fue “este otro hombre es un ingeniero, matemático, tiene una chacra, está conectado con la realidad, se pasea por las calles en tractor. ¿Qué ha hecho el otro? La torre de marfil, París, Londres, novelas, libros, habla varios idiomas, es eso”. Tú debes haber sido muy joven en esa época pero debes haber visto los videos del debate presidencial entre Vargas Llosa y Fujimori, Fujimori exhibiendo como pruebas contra Vargas Llosa páginas de Madame Bovary de Flaubert, en La orgia perpetua; que Vargas Llosa había dicho en algún momento de su vida que había tenido ganas de suicidarse y la lectura de Madame Bovary lo había salvado. Eso que en gran parte del mundo humanizaría a un político, en el Perú fue utilizado en contra de Vargas Llosa para decir “es una persona sin carácter, es un débil”. La idea de que un libro te puede salvar la vida también es una idea poderosa de defensa de la intelectualidad. La idea de que tu relación con los libros te vuelve débil es el resumen del anti intelectualismo.

El más típico intelectual tradicional del Fujimorismo es Martha Hildebrand, que es una persona a la cual sus colegas lingüistas no toman en serio, pero es lo más cercano a un intelectual. Y lamentablemente por un periodo breve Pablo Macera sucumbió a ser candidato Fujimorista al congreso, pero nunca participó en nada que fuera ni si quiera lejanamente comparable a la formación de una ideología. Ninguna de estas personas hizo nada por construir algo que fuera el discurso Fujimorista. El discurso Fujimorista no lo escriben los 3 o 4 intelectuales que fueron alguna vez próximos al Fujimorismo, lo escriben los demás. La ideología del Fujimorismo viene de las catacumbas del Pentagonito, no viene de ninguna biblioteca. Ese es el emblema, eso es lo que está pasando.

Y el Fujimorismo se ha vuelto algo que ya trasciende a los Fujimoristas. El Fujimorismo se ha vuelto algo que ha invadido todos los sectores de la política. Es el nuevo nombre de la política peruana.

En cierto sentido has sido un periodista durante varios años, incluso hoy como intelectual público buena parte de tu esfuerzo crítico se dirige al periodismo peruano. ¿Todavía te reconoces en esa etiqueta de periodista? ¿y cómo ves el periodismo peruano en estos días?

Una de las cosas que me parecen básicas en la vida intelectual por un lado, pero también en la vida pública en general, es evaluar la opinión de los demás y no simplemente escuchar su opinión. Hace unos años, por ejemplo, con un grupo de amigos hicimos un blog de literatura en el que se comentaban críticas literarias; no se comentaban libros si no que se criticaban reseñas. Duró poco tiempo pero me pareció uno de los proyectos más originales en los que he participado, y además uno de los más necesarios. Salía un libro de un escritor X, alguien publicaba un comentario sobre ese libro y después alguno de nosotros decía: “ok, yo quiero escribir algo sobre la opinión de este crítico acerca del libro. Me parece que lo que ha hecho está bien por tal motivo, me parece que ha metido la pata por tal y tal…”. Era una cuestión pedagógica también. Hay mucha gente que opina sobre libros pero… hay tan pocos espacios para esto en la prensa peruana que cuando tú ves que la gente que tiene el espacio hace desastres… Recuerdo claramente una crítica que salió en Caretas sobre una novela de Fernando Ampuero, y tú la podías resumir por “Fernando Ampuero me cae mal y me cae tan mal que no soporto leer sus libros”. Esa era básicamente la linea y en un momento era casi literal porque decía: “el problema es que es inevitable imaginar la cara de Ampuero en todas las páginas”. Si alguien hace pasar gato por liebre diciendo que eso es crítica es bueno que haya alguien más que diga “no, eso no es crítica literaria”. Y mucho de lo que yo hago cuando opino sobre periodistas es eso. Yo no soy un economista, yo no soy un sociólogo, no soy un antropólogo, no soy un politólogo; pero he sido periodista de oficio y me da pena cuando veo gente que tiene espacio en el periodismo pero lo que hacen no es periodismo, es distorsión, es opinión de mala leche, es publicidad, es propaganda política, es campaña de desprestigio o es simplemente una exhibición atroz de prejuicios, de homofobia, de racismo, etc. Y estamos cada vez más dentro de eso. Y eso comenzó con Fujimori; ya había empezado antes pero Fujimori lo convirtió en la práctica típica del periodismo al comprar a todos los propietarios de los periódicos chicha, los canales de televisión, radios, etc.; convirtió al periodista en una especie de celestina, que se movía por la ciudad recogiendo instrucciones de un lugar, ir a hacer cosas oscuras a otro lugar, “dime Vladimiro qué quieres que publique”. Eso es desactivar el periodismo, es convertir al periodismo en una pantomima.

Lo terrible ahora es que no es necesario, una vez que se ha diseñado el sistema, la cabeza ya no es necesaria. Fujimori está en una cárcel, Montesinos está en otra cárcel pero el aparato, puede no ser evidente, puede no haber cohechos, ni dinero encima de la mesa, ni Vladivideos, pero el aparato ya está. La gente que está metida en esa estructura ya sabe cómo funciona, ya sabe cuál es el botoncito que hay que apretar para que 20 periodistas digan lo mismo y hacia eso estamos yendo. ¿Qué periodistas se prestan a eso? Obviamente lo peores; entonces para que el aparato siga funcionando tienes que hacer que los peores ocupen las posiciones de más arriba.

Con frecuencias te declaras una persona de izquierda, claro que con un asterisco y letras pequeñas a pie de página, pero ¿qué entiendes hoy por eso? Y, a fin de cuentas, ¿cuál es la importancia de declarase de izquierda?

Creo que ser de izquierda en el Perú hoy en día es, básicamente, estar en contra de la inercia del modelo económico. La inercia absurda del modelo económico. La idea de que el gobierno lo único que tiene que hacer es mantener el modelo tal cual, sin mover nada, sin modificar nada. Hay un estudio conocido (hecho por un ex ministro de industria chileno, que fue una de las personas que implementó en diversas etapas medidas de estabilización de la economía chilena) acerca de la economía peruana y qué cosa pasaría si el modelo exitoso macro-económico (el modelo económico que produce cifras macro-económicas exitosas en la última década) se mantuviera, en qué momento la sociedad peruana entraría más o menos al tipo de cifras que tu esperas para decir que un país ya no es del tercer mundo. La cifra que el calculaba era 120 años. SI tú tienes eso dices: ¿entonces cuál es la gracia de tener el modelo tal como está? Bien por mí; la economía peruana no me hace daño a mí, si tú tienes un trabajo y tienes alguna estabilidad, si tu origen está más o menos cerca a la clase media, estás más o menos salvado, nada malo te va a pasar… hasta que seas un adulto mayor y no tengas un seguro, por ejemplo. ¿Pero con qué cara la nación peruana va donde un pobre extremo y le dice “no te preocupes, tu quinto tataranieto tal vez tenga la opción de ir al colegio”? Eso simplemente es indefendible.

Ser de izquierda en el Perú ya no implica hacer una revolución que lo destruya todo para comenzar desde cero, simplemente implica decir: hay un momento económico que está rindiendo frutos, está haciendo que el Perú tenga un caudal de dinero que puede ser invertido de dos maneras: lo tenemos siempre metido en este banco para poder decirle a los inversionistas “hey, tengo un montón de plata, vengan e inviertan más y esperamos 120 años”, o puede ser invertido en “hay gente real de carne y hueso que nace y muere pobre en el Perú y que no tiene ningún conducto de movilidad social real, ok, vamos a hacer algo por ellos”. Esa es la alternativa: vamos a invertir el dinero que tenemos aquí en otro sistema de salud y en otro sistema educativo o vamos a amarrarnos para siempre con este sistema educativo que produce universidades inútiles, que forman profesionales que no han sido formados en nada, que salen a buscar trabajo y descubren que nadie los quiere. Entonces, nos quedamos con este sistema educativo, nos quedamos con el plan lector en los colegios o hacemos algo; tenemos que hacer reformas, tenemos que gastar el dinero en algo o simplemente vamos a pasar de ser “mendigos sentados en un banco de oro” a ser “millonarios sentados en un banco de oro que está a su vez puesto sobre la cabeza de millones de personas que nunca han salido de la pobreza”. 

Ahora, hablemos también de los asteriscos que mencionabas en tu pregunta. La izquierda nunca va a llegar a ninguna parte si es que sigue pensando que dinosaurios asquerosos, tipo los hermanos Castro, o Maduro, o Chávez, u Ortega, etc., son la izquierda del siglo XXI. Si esa es realmente la izquierda del siglo XXI, entonces razón tenía el chileno en decir que son 120 años los que tendremos que esperar, porque parece que tanto por la izquierda como por la derecha va a tener que ser el siglo XXII cuando salgamos del desastre.

La izquierda no va a llegar a ninguna parte si defiende este tipo de personajes porque se está convirtiendo en un monstruo bicéfalo completamente esquizoide cuya gran plataforma popular, entre la juventud sobre todo, es la defensa de los derechos civiles. La izquierda es cada vez más popular entre los jóvenes del Perú porque los jóvenes tienden más a defender cosas como la igualdad de género, la igualdad sexual, el repudio al racismo. Tú no puedes decir: “yo te voy a atraer hacia la izquierda porque defiendo como tú todas estas cosas” y al mismo tiempo decir: “pero mis ídolos son el homofóbico de Evo Morales, el antisemita de Chávez o el genocida de Fidel Castro”. Si esos son tus iconos, en algún momento la gente va a decir: “bueno, yo no puedo aceptar el engaño de que tú me digas que representas el futuro de la igualdad universal y los derechos humanos, y por otro lado andes de cóctel en cóctel con toda esta serie de dictadores que son rezagos del peor populismo seudo marxista del siglo XX”.

Ahora, también existe este discurso que sale a menudo de jóvenes, hay una derecha peruana que se piensa progresista…
Te refieres a Altavoz.
De acuerdo. ¿Qué opinión tienes acerca de estas posiciones?
Creo que la derecha en general está bastante resumida en Altavoz, lo que te da un microcosmos interesante, porque es gente más joven de la que estás acostumbrado a ver opinando por ahí, pero está todo el abanico. Tú lees Altavoz y un día ves a un libertario de verdad, otro día ves a un liberal de verdad, otro día ves a alguien que en verdad lo único que le gusta es el capitalismo pero no le gusta decir “soy pro-capitalista”, prefiere decir “soy liberal”, y otros días ves a fascistoides atroces que también dicen que son liberales, los alditos mariateguitos, digamos. Hay gente cuyos principios masivamente atentan contra el discurso liberal pero que se quieren llamar liberales porque ese es el nombre que mucha gente en la derecha ha encontrado como salvoconducto para pasar piola públicamente. Al hacerte esta lista te estoy diciendo a cuales acepto y a cuáles no. Los libertarios de verdad me parece que están alucinados; no recuerdo quién dijo: “el discurso libertario es el discurso político más perfecto que la humanidad ha generado siempre y cuando nunca nadie tenga que aplicarlo”, porque el día que tengas que aplicarlo, fuimos. Pero un liberal de verdad, como Vargas Llosa, que no tiene ningún problema con ningún derecho civil, que cada vez es más defensor de más derechos civiles, que en los últimos años mucho más explícitamente ha estado a favor del matrimonio gay, por ejemplo, ese tipo de liberal y el tipo de izquierdista que creo que yo soy, esas son personas que se pueden sentar a la mesa y sacar un país adelante. Las divergencias van a ser sobre el tema de qué hacer con el dinero.
¿Por qué es tan difícil entonces ese acercamiento, si ambas posiciones tienen tantas cosas en común?
Porque no hay ningún partido que se haya decidido a englobar eso. A mí me hizo una entrevista, hace unos meses, Rosa María Palacios y hacia el final me dijo: “oye, tú no eres el loco que me habían dicho. No has venido con una pistola en la mano ni nada por el estilo”. Es porque ella es una liberal y es un tipo de liberal que yo diría, en general, sí responde al perfil de un liberal de verdad. Un tipo de liberal que en Estados Unidos llamarían “liberal cultural”, tipo Obama, pero que en lo económico sería lo que llaman un “conservador fiscal” (que no quiere que el Estado gane ni gaste mucha plata), es algo muy parecido a lo que es Vargas Llosa. Y lo último de lo que hablamos cuando yo ya estaba yéndome fue “la gente que piensa lo que yo pienso y la gente que piensa lo que tú piensas debería estar en una misma habitación conversando”. Lo que pasa es que esa gente está completamente desarticulada en el país. Y hay estas otras dos categorías abstractas y un poco tontas que siguen condicionándonos como cuyes en una tómbola: yo tengo que correr a esa casilla y ella tiene que correr a esa casilla; y una casilla dice izquierda y la otra dice derecha. Y mientras esas dos casillas sean las que nos gobiernan estamos fritos porque eso quiere decir que si tú eres de izquierda tienes que transar con todos los dinosaurios y si tú eres liberal tienes que transar con todos estos semi-nazis que andan por ahí, con toda esta gente por la que tú intrínsecamente te sientes repelido. Tiene que ser terrible para un liberal de verdad sentir que está en el mismo barco que la persona que escribe esa primera plana de Correo. Y por eso es que muchos liberales ya comenzaron a deslindar, por eso es claro que Vargas Llosa ya no respalda a ninguna de esas personas y que cada vez se está volviendo alguien que es más criticado por la derecha que por la izquierda.

Escrito por

Alonso Almenara

Escribo en La Mula.


Publicado en

Redacción mulera

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