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Cuando Tolstói ninguneó a Shakespeare y Orwell lo defendió

El escritor ruso lanzó una furibunda diatriba contra el coloso del teatro inglés. Años más tarde, otro portento de la literatura, George Orwell, develaría las reales motivaciones de la crítica de Tolstói.

Publicado: 2014-03-23

Reconciliado con la fe cristiana—con una tesis espiritual muy particular, según Nabokov una “mezcla neutra de una especie de Nirvana hindú y el Nuevo Testamento, Jesús sin la Iglesia”—, León Tolstói escribió a los 75 años, siete antes de que muriera, un formidable ataque contra Shakespeare titulado: “Shakespeare y el drama”. No es un dato menor la referencia a la religiosidad de Tolstói cuando se intenta explicar el porqué de la ojeriza del autor de Ana Karenina, para muchos el mejor novelista ruso de la historia, contra el dramaturgo isabelino.  

George Orwell, el autor de Rebelión en la granja y 1984, se ocupó del tema. Escribió dos ensayos: el primero en 1941, en realidad, un artículo casi periodístico sobre las motivaciones de Tolstói para afirmar que la fama y prestigio de Shakespeare eran injustificadas y se basaban en la propaganda impulsada por profesores alemanes del siglo XVIII, que insatisfechos con sus contemporáneos, buscaron en Shakespeare la diana de sus alabanzas, tras que ¡nada menos que Goethe!, afirmara que Shakespeare era un gran poeta. Y el segundo, seis años más tarde, un ensayo titulado “Lear, Tolstói y el Bufón”, donde complementa sus impresiones iniciales y desnuda las subyacentes motivaciones de la animadversión de Tolstói hacia Shakespeare.

Tolstói recomendaba no leer a Shakespeare.

En su panfleto, Tolstói asegura haber sentido siempre “una repulsión y un tedio irresistibles” hacia la obra de Shakespeare. Persuadido del culto reverencial del mundo hacia el autor inglés, el escritor ruso cuenta que ha releído las obras y “he sentido con mayor fuerza aún los mismos sentimientos; esta vez, sin embargo, no ha sido aturdimiento, sino la firme, inequívoca, convicción de que la aureola incuestionable de gran genio de la que goza Shakespeare, y que impele a los escritores de nuestro tiempo a imitarlo y a los lectores y espectadores a descubrir en él unos méritos inexistentes—distorsionando así sus facultades de comprensión ética y estética—, es un gran mal, como lo es toda falsedad”.

Luego Tolstói analiza la obra “El rey Lear”, y tras encontrar la trama “estúpida, verbosa, antinatural”, entre otros epítetos, concluye que ningún lector u observador vacunado o limpio del culto generalizado que se profesa al dramaturgo inglés podría leer hasta el final la obra sin el sentimiento de “aversión y cansancio”, y que el mismo veredicto puede aplicarse a “todos los otros exaltados dramas de Shakespeare, por no mencionar los absurdos cuentos dramatizados, Pericles, La duodécima noche, La tempestad, Cimbelino, Troilo y Crésida”.

Orwell aprovecha la ocasión para plasmar el choque de dos concepciones de literatura. Pero antes de ingresar en las elaboraciones de Orwell; conviene explicar el contexto y las posturas sobre la literatura que atraviesan la vida y la obra de Tolstói, mucho más morales y filosóficas que artística hacia el tiempo que escribió la diatriba contra Shakespeare.

En su “Curso de literatura rusa”, Vladimir Nabokov señala que la ficción de Tolstoi está «contaminada de sus enseñanzas». “En realidad, su ideología era tan blanda y tan vaga y tan ajena a la política, y, por otra parte, su arte es tan poderoso, tan deslumbrante, tan original y universal, que fácilmente trasciende del sermón. A la larga lo que le interesaba como pensador era la Vida y la Muerte, y al fin y al cabo ningún artista puede dejar de tocar esos temas”.

Tolstói tras su conversión nuevamente hacia el dogma cristiano—había hecho en su vida viajes sucesivos de la fe al ateísmo y viceversa— empezó a librar una pugna interna entre su vida como artista y su conciencia cristiana, que hacia finales de la década de 1870 culminó con su desprecio y desdén sobre el arte al considerarlo impío. Esta afiebrada conciencia espiritual, lo llevó a, sin abandonar la casa en la que vivía con su familia a la que solo llegaba a dormir, “sacrificar la felicidad de su esposa, su apacible vida familiar y su elevada posición literaria a cambio de lo que consideraba una necesidad moral: vivir según los principios de la moral cristiana racional, vivir la vida sencilla y severa de la humanidad generalizada en lugar de la vistosa aventura del arte individual”. Es, entonces, por lo menos comprensible que a un hombre con una apuesta de vida así de radical, le fuera imposible no sobreponer en su valoración artística su concepción moral.

Orwell escribió dos ensayos sobre la diatriba de Tolstói.

Pero Orwell desdeña la dicotomía de presentar a “Tolstói un moralista que arremete contra un artista”. “Nunca dijo que el arte, como tal, sea pernicioso o carezca de sentido, ni siquiera que el virtuosismo técnico no sea importante”. Esto es cierto solo en parte, y el mismo Orwell lo reconocerá cuando señale que las pautas que Tolstói “aplicaba a la literatura no eran terrenales”.

Sin embargo, es cierto que la valoración de Tolstói de la obra de Shakespeare, además de ética, no deja de ser estética. Como igual de cierto es que la puja entre el Tolstói moralista y filósofo y el artista, aún después de renunciar a su vida mundana y renegar del arte, le permitió pergeñar relatos de un valor monumental como “La muerte de Iván Ilich”. Pero la crítica que hace de la obra de Shakespeare es fundamentalmente moralista. Y es justamente este condicionamiento, lo que le lleva a hacer una lectura tendenciosa de “El rey Lear”, como señala Orwell.

León Tolstói es sin duda junto a Chéjov de los más grande narradores rusos. 

La moraleja de “El rey Lear”, en particular, debió ser insoportable para Tolstói. Orwell señala que el mensaje implícito de la obra es: “Regala tus tierra si quieres, pero no esperes alcanzar la felicidad haciéndolo. Probablemente no la obtendrás. Si vives para los demás, debes hacer justamente eso, no servirte de ello como una vía indirecta para obtener ventajas para ti mismo”. 

Esta moraleja golpeaba directamente a Tolstói que como Lear al trono, el poder y sus tierras, renunció a los lujos materiales y su posición sociocultural destacada como escritor, esperando lograr la gracia divina. Para Tolstói era inaceptable que el vicio fuera castigado, pero la virtud no tuviera recompensa, dice Orwell. “La moralidad de las tragedias tardías de Shakespeare no es religiosa en el sentido corriente, y ciertamente no es cristiana”.

Después de señalar que ciertamente Shakespeare es un autor “caótico, minucioso y divagador”, sostiene que lo que nos une a él es la “musicalidad verbal” de su obra, es decir su condición de poeta, que Tolstói ni siquiera le reconoce. “Por su puesto no es por la calidad de su pensamiento que Shakespeare ha sobrevivido, e incluso es posible que no fuera recordado como dramaturgo si no hubiera sido poeta”. Y, en esto, Orwell, acierta totalmente.


Escrito por

Enrique Larrea

Editor y periodista. Escribo informes, reportajes y crónicas que han aparecido en diferentes diarios. Formo parte del equipo de La Mula.


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Redacción mulera

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