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Fallece Gérard Mortier, el más grande director artístico de ópera de nuestro tiempo

Mortier renovó por completo el mundo de la puesta en escena operística y tuvo una profunda influencia en la creación de nuevo repertorio. Se extinguió el pasado 9 de marzo, a los setenta años, a raíz de un cáncer fulminante.

Publicado: 2014-03-10

Nacido el 25 de noviembre de 1943 en la ciudad de Gante, en Bélgica, Gérard Mortier ocupó durante su larga y fecunda carrera los puestos más importantes en el mundo de la ópera. Fue un creador incansable, un agitador de ideas, un perenne innovador, un firme partidario de la idea de Europa y de la importancia del papel que debe tener el artista en la sociedad, un destructor de nacionalismos. Falleció en Bruselas el pasado 9 de marzo a raíz de un cáncer de páncreas fulminante, una enfermedad de la que se enteró que padecía precisamente ese funesto día de septiembre de 2013 en el que se le hizo saber de su despido del Teatro Real de Madrid que había dirigido desde el año 2010 con un contrato que estaba previsto que venciera en 2016. 

Su gestión en el Real fue muy criticada y, en efecto, terminó provocando su relevo por el director artístico catalán Joan Matabosch; sin embargo, en todo el mundo, somos muchos los que creemos que Mortier será recordado como uno de los más grandes directores artísticos de la historia de la ópera. Criado por jesuitas, formado bajo el ala de Christoph von Dohnanyi y de Rolf Liebermann en la Ópera Estatal de Hamburgo (1973-1979), seguiría a este último a la Ópera de París (1979-1981), en la que ocuparía un cargo de asesor, para convertirse luego en director del Teatro Real de la Moneda de Bruselas (1981-1991), del Festival de Salzburgo (1992-2000), de la Trienal del Ruhr (2002-2004) que él mismo lanzó, de la Ópera de París (2004-2009 ) – en la que ya había participado en 1988-89 en el contexto de la preparación del proyecto de la Ópera de la Bastilla junto a Daniel Barenboim, Pierre Boulez y Patrice Chéreau- y, finalmente, del Teatro Real de Madrid (2010-2013). Como sucedió con su legendario maestro Liebermann, e independientemente de que esté uno a favor o no de sus numerosas innovaciones, difícilmente pueden quedar dudas de que en la historia de la ópera hay también un antes y un después de Mortier.

una de las producciones de mortier: tristán e isolda de r. wagner en una puesta en escena de peter sellars con escenografía de bill viola (París, 2005)

¿Cómo poner en duda, por ejemplo, la extensión de su influencia? Serge Dorny en la Ópera de Lyon, Bernard Foccroulle en el Festival de Aix-en-Provence, Peter De Caluwe en La Monnaie de Bruselas, Paul Dujardin en el Palais des Beaux-Arts de Bruselas, e incluso Hervé Boutry en el Ensemble Intercontemporain en París, son todos ex-empleados de Mortier, quien los formó y ayudó desde el inicio. 

Humanista de extraordinaria cultura, Mortier fue un amigo de los artistas que navegó diestramente en contextos que iban mucho más allá de la esfera operística. Convenció notoriamente al cineasta alemán Michael Haneke de que dirigiera sus primeras óperas, Don Giovanni y Cosi fan tutte en Madrid. Rompió con los límites preestablecidos del tradicional mundo del canto lírico invitando a participar en sus producciones a artistas plásticos de la talla Anselm Kieffer o Bill Viola (quien se encargó de la escenografía de una suntuosa versión de Tristán e Isolda con puesta en escena de Peter Sellars), a celebridades de la performance como Marina Abramovic, e incluso a músicos de la esfera pop como Rufus Wainwright. Profundamente involucrado en la sociedad, acérrimo iconoclasta, Mortier nunca dejó indiferente a nadie, lo que por supuesto desató violentas discusiones dondequiera que fuera.

don giovanni de w.a. mozart en la puesta en escena de michael haneke (parís, 2006)

En lo personal, lo que más agradezco del extraordinario legado de Mortier es que su audacia de ningún modo se limitó al ámbito de la puesta en escena: a la inversa de la mayoría de directores artísticos, nunca se conformó con regresar una y otra vez a los mismos títulos de siempre y estableció parte de su reputación como uno de los principales defensores de la ópera contemporánea. Propuso nuevos retos a los oyentes colaborando y haciéndoles innumerables encargos a algunos de los más grandes creadores musicales de nuestro tiempo, tales como Olivier Messiaen (St. François d’Assise), Gyorgy Ligeti (Le Grand Macabre), Kaija Saariaho (L’Amour de Loin), John Adams (The Death of Klinghoffer) y Wolfgang Rihm (La Conquista de México). 

Su último proyecto fue el encargo de la ópera Brokeback Mountain al compositor norteamericano Charles Wuorinen en base al relato breve de Annie Proulx que inspiró también la famosa película dirigida por el cineasta Ang Lee.

una escena de la ópera brokeback mountain

A pesar de todas las mezquindades que tuvo que sufrir en los últimos meses de su vida, a pesar de la increíble y vergonzosa falta de gratitud de sus patrones madrileños, incapaces de reconocer que ese hombre había hecho del Real el verdadero centro de la escena operística a nivel mundial, Mortier no se dejó amilanar por las circunstancias y, con la grandeza que siempre lo caracterizó, se despidió públicamente el pasado 17 de febrero por medio de un correo electrónico enviado al presidente de su patronato, Gregorio Marañón, deseando a su sucesor Matabosch la mejor de las suertes y terminando su mensaje con un expresivo "¡viva el Teatro Real!".


Escrito por

Alonso Almenara

Escribo en La Mula.


Publicado en

Redacción mulera

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