Dos poetas centenarios
En 2014 se cumplen cien años del nacimiento de Nicanor Parra y Octavio Paz. ¿Cuál es su relevancia para la poesía, hoy?
La poesía envejece mal. Hay notables excepciones, es verdad, pero la norma es esa: unas décadas más tarde, la inmensa mayoría de poemas escritos han perdido por completo la urgencia de su primera hora y se leen quizá principalmente como curiosidades o documentos de una era, y suenan a viejo. Por supuesto, en algunos casos el proceso se revierte y el poema, leído desde otros lugares, recobra algo de su vitalidad y vuelve a ser nuevo, aunque lo sea en otro sentido y con otros significados. Es un efecto de lectura, azaroso e incontrolable, y para que suceda deben pasar siglos (ya sean reales o metafóricos, que también los hay). Lo normal, como decía, es que el contenido de un poema se desangre con el paso del tiempo, se deseque, y que nos quede de él nada más que su caparazón, un amasijo de palabras sin el poder comunicativo de su ambición inicial.
En 2014 se cumple el centenario del nacimiento de dos poetas latinoamericanos ya canonizados, en grados distintos pero no menos ciertos, como parte de la tradición continental: Octavio Paz (México, 31 de marzo) y Nicanor Parra (Chile, 5 de septiembre). Habrá que celebrarlos, y seguramente las celebraciones, que ya han empezado, serán abundantes y nutridas a lo largo del año. Pero una pregunta sobre ellos quizá sea la más pertinente: ¿qué tan actual es lo que hicieron, visto desde hoy, a seis o siete décadas de sus primeros libros?
Esta, ojo, no es una pregunta sobre su importancia, la cual, aunque por motivos distintos, no puede negarse. Es una pregunta por algo un tanto más difícil de apresar, pero no menos verificable: el modo en que las energías de su trabajo continúan circulando en la escritura de la región, y la medida, más allá de su relevancia histórica y de sus logros formales, en que continúan diciéndonos algo que no puede ser reducido a los confines de la historia de la literatura (o, si nos ponemos exigentes, a los confines de la “literatura” en tanto tal).
El “Antipoeta”, pero no tanto
Aunque ya había publicado en 1937 un libro que luego desestimó, Cancionero sin nombre, Nicanor Parra adquirió su lugar central en la tradición moderna de la poesía latinoamericana con Poemas y antipoemas, publicado por primera vez en 1954. En título, por supuesto, ya dice bastante, y se ha convertido en una seña de identidad definitiva para su autor. Antipoeta es una designación usual para Parra, como lo es antipoesía para todo su trabajo posterior.
Pero quizá valga notar que el título de ese segundo/primer libro suyo no dice solo eso: tiene dos términos, poemas y antipoemas, y en esa conjunción anuncia claramente algo como una dialéctica, un proyecto que es síntesis tanto como es ruptura. Tal vez no es casualidad que Parra haya sido, profesionalmente, un científico (físico, matemático y cosmólogo): considerado en frío y en conjunto, el proyecto que inició entonces, al que se ha mantenido fiel a lo largo de varias décadas, contiene un elemento de racionalidad y análisis que los (anti)poemas vistos de manera individual no revelan tan fácilmente. Y el objeto de ese análisis racional es el lenguaje mismo, empezando con el lenguaje literario y expandiéndose al lenguaje en su totalidad, e incluso las formas no verbales de representación.
Heredero de la voluntad rupturista de la vanguardia latinoamericana, el problema al que parece haberse enfrentado Parra en los años 50 es el de darle continuidad a esos impulsos, ese vocabulario y esa estética luego de su retorización: sacar a la vanguardia del museo al cual ya entonces estaba entrando. Y el gesto más básico y duradero con el que Parra buscó realizar tal operación fue el de reemplazar aquella retórica con una recuperación del habla empírica, sustituyendo el alto idioma de la poesía (incluso el idioma vanguardista) con modos coloquiales de expresión y una mirada que se centraba en los espacios de lo cotidiano y construía desde ellos la representación de una subjetividad.
Esta es, en buena cuenta, una exacerbación de los impulsos vitalistas ya presentes en el arte de vanguardia, no su negativa. Pero es la sistematicidad del proyecto de Parra, su conversión de esos impulsos en una verdadera estética literaria, la que lo llevó más allá del mero gesto inicial. Parra buscó, y consiguió, desestabilizar la escritura, hacer híbrido el lenguaje, y reflejar un momento de la cultura en el que ninguna de las viejas certidumbres de la representación (el sujeto, las emociones, el mundo) eran factibles. Buscó, y consiguió, no sólo decirlo sino hacerlo texto (e incluso antitexto, como por ejemplo con sus Artefactos, de 1974, que cabalgan entre la literatura y el objeto). Y con ello, vale decirlo, abrió las puertas de un tránsito entre la modernidad que es su punto de partida y el instante que luego llamaríamos, quizá desafortunadamente, postmoderno.
Paz, el moderno
El problema enfrentado por Octavio Paz al inicio de su trayectoria es en lo fundamental el mismo. Afincado en el arte de vanguardia que animó su entrada en la escritura, quiso buscar modos de devolverle a aquellas formas literarias (en especial al surrealismo, su fuente más proteica) la vitalidad y la capacidad comunicativa que su consagración como mainstream moderno les estaba robando. Pero su respuesta, al menos vista desde cierta perspectiva, fue opuesta a la del chileno. Como dejó en claro la publicación de Libertad bajo palabra en 1949, volumen en el que se reunió, revisado y editado, su trabajo anterior, la apuesta de Paz fue una suerte de retroceso en busca de plataformas para el avance, y su gesto fue el de un retorno a lo literario antes que el de un quiebre de sus fronteras.
Armado de un conocimiento enciclopédico y una comprensión profunda de la tradición clásica (muy en particular, y muy significativamente, el barroco latinoamericano), y armado también de una familiaridad poco usual con tradiciones de pensamiento y de expresión no occidentales, Paz asedió el problema de la inestabilidad del lenguaje y del sujeto como un problema filosófico. No quiso, como Parra, poner en escena (o en texto) ese estallido; quiso —y consiguió— poner en escena (o en texto) esa idea.
Y en el trámite de hacerlo logró, entre varias otras, tres cosas fundamentales. La primera de ellas es una revalidación de la forma del poema —concebida en términos clásicos como una secuencia de regularidades y limitaciones a su estructura— como un estamento de su modernidad.
La segunda es una expansión de las fronteras de esa modernidad para incluir, formal y conceptualmente, la multiplicidad de tiempos históricos que hacen a América Latina, y promover así desde la poesía problematizaciones del imaginario nacional y los discursos historiográficos tanto como los filosóficos. (En esto, hay que decirlo, Paz no estuvo solo: la misma operación se anuncia en los mejores momentos del vanguardismo indigenista del continente, en los años 20s y 30s).
Y la tercera es el haberse mantenido fiel al impulso surrealista, particularmente en la construcción de imágenes que buscan el anverso de la racionalidad y la conciencia, pero no por ello dejan de comunicar.
De todo lo anterior, como quizá huelgue decir, el mejor ejemplo es Piedra de sol, de 1957. Pero no es el único.
Hoy, el riesgo para los proyectos de Parra y Paz es su propia transformación en piezas de museo (algo a lo cual las celebraciones por sus respectivos centenarios no harán otra cosa que contribuir). Convertidos ambos desde hace muchos años en protagonistas esenciales de nuestro canon moderno, es fácil leer su poesía como retórica, y reaccionar contra ella en esos términos. Algo de eso hay, quizás, en la centralidad que el así llamado Neobarroco ha adquirido en la escritura de la región.
Y sin embargo, me parece que no hemos salido todavía del momento que Parra y Paz anunciaron y consagraron. De un lado, la hibridación y desestabilización del lenguaje y el gesto coloquialista de Nicanor Parra siguen nutriendo una buena parte de nuestra escritura, como lo hace también su estrategia de la performance verbal en el poema. Del otro, las preocupaciones formales y filosóficas de Paz continúan vigentes e irresueltas, y la poesía en lengua española continúa explorándolas. La influencia de estos dos poetas seguirá viva por un buen rato.