¿Han notado recientemente que una persona cualquiera, parada en una esquina – preferentemente por el óvalo Arriola, en los cruces entre la Av. Aviación con Villarán y Canadá, o en el cruce entre la Av. Benavides y la Av. República de Panamá –les avisa que algo anda mal con una de las ruedas delanteras de su auto (que están flojas, que están por salirse del eje, que ruedan haciendo eses, que ruedan oblicuas como las de un Volkswagen Escarabajo) y entonces, ve usted, sin problemas, un grifo o un taller de mecánica a pocos metros?
El sábado pasado sobre el medio día, bajaba por Pedro Venturo y me detuve en primera fila, en el semáforo de la Av. Aviación. Allí, un sujeto apuntó hacia la rueda delantera de mi auto y me dijo, “su llanta, se va a salir”.

esquina donde indicaron que una de las ruedas de mi auto iba suelta
Preocupado –y en realidad, medio paranoico, porque sé que hace meses que tengo que cambiarle los palieres a mi camioneta– crucé la Av. Aviación e ingresé al grifo Pecsa que está en la esquina entre esta avenida y Villarán. Al acercarme a la mangueras de aire, otro sujeto, compacto, de no más de 170 cm, de aproximadamente cincuenta años, con la cara picada por un viejo acné y vestido como mecánico, me fue haciendo señas para que me acercara. Al bajar, me mostró un pedazo de metal que, según él, se había desprendido de la cremallera, es decir, de la barra que hace que giren las ruedas para un lado u otro según los golpes del timón.

grifo pecsa en cuyas inmediaciones suelen operar estos estafadores
– Hay que cambiar la cremallera –me dijo– se te puede salir la llanta. Yo conozco un sitio aquí un Surquillo donde venden los repuestos.
Le pedí entonces que se subiera conmigo y fuéramos a la tienda que conocía, en Surquillo.
Me dijo que fuera a no más de 40Km/h y, mientras conducía, me fue contando de otros casos que le habían tocado, uno, de un tipo a quién se le había roto la cremallera y se había estrellado contra un árbol, al no poder controlar su vehículo. Aquél, había tenido suerte. Hubo otro que se había dado vuelta de campana, y no sólo había tenido que cambiar las cremalleras sino toda la caja del timón, en total, sin contar las abolladuras y la pintura, había tenido que pagar como tres mil quinientos dólares. También me preguntó si pensaba manejar al Sur para pasar allí el fin de semana. Cuando le respondí que sí, incluso agregó
– Buenas hembras hay ¿no maestro?
Por fin, llegamos a un taller ubicado en el cruce entre las calles Inca y Carmen, en Surquillo, y pidió que me estacionara unos metros más adelante del taller, mientras, para mi fortuna, una camioneta de la policía se estacionaba en la acera de enfrente.
Allí esperaba otro hombre, éste, algo mayor, a quién mi acompañante pidió que fuera a llamar al dueño de la tienda de repuestos, con las especificaciones del carro, la marca, el año de fabricación, etc. Pidió que voltease el timón para un lado, luego para el otro, mientras que, desde el asiento del piloto, no lograba ver nada de lo que hacía. Luego solicitó que abriese el capó. En ese momento llegó el supuesto dueño de una tienda de repuestos: un tipo gordo, con camisa floreada de salsero, que sin que lo invite a pasar, abrió la puerta del copiloto y se sentó junto a mí. Traía consigo una bolsa con dos cremalleras embolsadas y sus partes respectivas, que me fue pasando mientras el mensajero que había ido a llamarlo las tomaba de mis manos y se las pasaba al supuesto mecánico, que trabajaba entre las ruedas delanteras. Éste, se acercó a mi ventana y me mostró una cremallera gastada cómo si acabara de retirarla de debajo del auto.
Hasta el momento, no había notado nada extraño. Era una escena cotidiana más de la informalidad con la que suelen operar los mecánicos. Nada amenazante. Pero recién cuando el supuesto mecánico enseñó esta supuesta pieza de mi camioneta, sospeché que algo no iba bien. ¿Cómo había podido retirarla sin sacar las ruedas delanteras, tan rápido? El gordo de camisa floreada sentado a mi costado iba haciendo cuentas por los nuevos repuestos en una libretita: una cremallera, por dos ruedas, aprox, doscientos cincuentaitantos dólares, más cuatro de estas otras piezas, dos por cada cremallera, a setenta y cinco dólares cada una, trescientos dólares más. En total, eran casi seiscientos dólares –eso es lo que vale un VW Escarabajo– por los repuestos, sin contar la mano de obra.
– Si no tienes plata, te acompañamos al banco, a tu casa, donde quieras.
La suma me pareció altísima. (y la indignación que sentí al pensar en la cara de cojudo que debían haberme visto para cobrarme casi seiscientos dólares cómo esa por dos repuestos banales para mi carro es, y la vergüenza que me da contarlo, son por cierto inenarrables)
Decidí llamar a Chávez, mi mecánico de confianza, cuyo taller está a pocas cuadras de donde me había estacionado, y le pedí que viniera.
– No les hagas caso, esos tipos son unos estafadores, ahorita voy para allá con mi gente.
Cuando les dije que esperasen un rato, que mi mecánico venía a certificar su trabajo, adujeron que tenían que cerrar la tienda, que ya era hora de almuerzo, y desaparecieron.
Cuando llegó Chávez y revisó las cremalleras del carro, encontró que habían pintado las partes de metal con un aerosol plateado, para que parecieran nuevas, y engrasado las partes de plástico.
– Ibas a pagar por tus propias cremalleras –confirmó Chávez– La cremallera que te enseñaron seguramente es un fierrito que tienen escondido en la ropa. Felizmente no aflojaste. Pero ahora, hay que arrancar, no vaya ser que vengan con gente a cuadrarnos.
Y eso hicimos. Nos arrancamos.
Ayer en La Mula decidimos ir a buscar al supuesto mecánico al grifo Pecsa de Villarán con Aviación. No lo encontramos. Dos empleados del grifo confirmaron que un sujeto bajito, con gorra verde y vestido de mecánico, suele merodear en las inmediaciones de la estación de servicio.
En la llantería ubicada tras las mangueras de agua y aire, los mecánicos nos dijeron que el estafador aparece cada dos o tres semanas, y luego vuelve a desaparecer. Hasta el momento, otras dos personas han llegado a Servillantas (una incluso con un policía) preguntando por él.

mangueras de aire donde topé con el estafador. la llantería detrás
Nos dimos con que este delincuente operan a tan sólo unos metros de una caseta del Serenazgo de Surquillo. Los serenos no tenían ni idea que la primera jugada de esta modalidad de estafa comienza en sus propias narices. Las cámaras de seguridad que tienen instaladas, además, hace un mes que no funcionan.

En la comisaría de Surquillo informaron que se trata de una o varias bandas que se van moviendo. Esta modalidad de estafa solía producirse en las inmediaciones del Óvalo Arriola, en La Victoria pero, al parecer, se han trasladado a Surquillo, y a la Av. República de Panamá con dirección a Barranco, es decir, las bandas operan en zonas donde se concentran los talleres mecánicos. Uno de los estafados (un señor mayor, al que lograron esquilmarle ochocientos dólares) fue a poner la denuncia a la comisaría de Surquillo aunque, según nos informaron, luego la retiró y se olvidó del asunto.
Así que ya saben: si notan que alguien les hace señas indicándoles que hay un problema con las ruedas delanteras de su automóvil, o que alguna pieza se ha desprendido de él, no se detenga (o en todo caso, deténgase a atizarlo con una llave inglesa), es un montaje, una modalidad de estafa: el cuento del mecánico.