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Sobre "El Lobo de Wall Street"

La última película de Scorsese: más cínica que las anteriores, y menos satisfactoria. 

Publicado: 2014-03-02

Martin Scorsese no ha hecho nunca una mala película. Incluso sus trabajos menores, como -entre las más recientes- The Departed o Shutter Island, están muy por encima del promedio de lo que usualmente nos entrega el cine norteamericano. Scorsese es desde hace rato un clásico, y cualquier cosa que haga merece, al menos, nuestra atención.

Hecha esa atingencia, hay que decir que The Wolf of Wall Street no es su mejor realización. Tampoco la peor, por cierto, pero sí una que no alcanza el extraordinario nivel ni de sus primeras producciones ni de las más logradas de su madurez. Y quizá la observación más seria que se le puede hacer es que se trata de una película cansada, sin la energía y la vitalidad que Scorsese ha desplegado a lo largo de toda su carrera.

Esta observación puede parecerles paradójica a quienes la hayan visto. The Wolf of Wall Street, a pesar de su longitud, transcurre a un ritmo acelerado y es una película en la cuall la acción no se detiene nunca por demasiado tiempo. No es, en absoluto, un film meditativo o demorado. Y no lo es ni a nivel de la construcción de su historia (guión de Terence Winter sobre un libro de Jordan Belfort) ni a nivel visual (fotografía de Rodrigo Prieto, edición de Thelma Schoonmaker).

El cansancio del que hablo es más bien temático, o conceptual. Y es significativo, porque quizá más que ningún otro director estadounidense de su generación, Scorsese ha sido siempre un director de ideas, uno que busca temas de profundidad y los presenta como extraordinarios espectáculos fílmicos, como pequeños dramas morales o como una combinación de ambas cosas.

Eso, una combinación del drama privado y el gran espectáculo cinematográfico, es lo que The Wolf of Wall Street intenta hacer, y es ahí donde fracasa (un fracaso con mucho de excelencia, como suele ser con este director). En buena cuenta porque ninguna de las ideas o su presentación es realmente nueva para Scorsese; se trata, más bien, de otra vuelta de tuerca sobre algunos de sus temas tradicionales. Y ni siquiera otra vuelta, sino la misma que ya ha dado antes, y más de una vez.

Más notablemente, la ha dado en Goodfellas, otra película sobre un personaje amoral, de claras tendencias sociopáticas y autodestructivas, que asciende (aunque no tan alto) en una actividad ilegal y termina traicionando a la única fuente de sentido que hubo en su vida: sus amigos.

Por supuesto, repetirse es una prerrogativa de los grandes artistas, especialmente de aquellos que tienen ya una obra de tanta amplitud. El problema es que aquí Scorsese se repite en una clave decididamente menor, atrapado en la mecánica de su lenguaje y esperando quizás que los contenidos se resuelvan por sí solos, cosa que no hacen.

Una diferencia fundamental entre Goodfellas y The Wolf of Wall Street, sin embargo, es que la primera la expresión de la amoralidad/criminalidad del personaje central tiene un correlato físico en la violencia que ejerce (o la que se ejerce contra él, o la que lo amenaza). En Goodfellas, las golpizas y los asesinatos que se suceden a un ritmo acelerado, los cuerpos destrozados a golpes o a balazos, la sangre y la carne herida nos recuerdan siempre, sin necesidad de moraleja, de lo que está en juego en la conducta de los individuos que protagonizan la historia.

En The Wolf of Wall Street, en cambio, las consecuencias de esa conducta (que es esencialmente la misma entre los capitanes de la industria financiera y los de la mafia, según los retrata Scorsese) no se materializan jamás, no adquieren nunca cuerpo o materia. Son abstractas, y cuando llegan parecen resultar no de una relación necesaria entre los actos y sus resultados; emergen, casi arbitrariamente, por errores cometidos en la persecución de objetivos ilícitos, por excesos de confianza o de autodestructividad, pero no por haber sido nunca un destino inevitable desde el principio.

La exploración que Scorsese ha hecho de temas morales (lealtad y traición, por ejemplo) ha sido siempre individualista, centrada en espacios subjetivos y personales. Esto es así incluso en aquellos de sus filmes que buscan ampliar el ángulo de y presentan un panorama histórico de amplio registro, como Kundun o Gangs of New York. Pero nunca como en este caso han carecido de ese correlato en la violencia, que contrapesa la amoralidad de las escenas e historias presentadas con una cierta carga de predeterminación, o al menos de orden cósmico. Y su ausencia deja abierto un flanco demasiado grande, que la pericia visual del director o las excelentes actuaciones que consigue no pueden llenar.

Y no se trata de reclamarle a Scorsese el que su película no proponga lecciones morales (nunca lo han hecho) o deje a sus canallas libres de recibir su merecido. Tampoco de pedirle una crítica de más amplio espectro social o político a la industria financiera estadounidense. Se trata de reconocer que su arte ha dependido siempre, en el fondo, de esa visión casi maniquea de la moral, y que al liberarse de ella (o de uno de sus términos, el del castigo) no ha ganado soltura sino que ha perdido densidad.

Quizás la intención ha sido precisamente la de ampliar el espacio y generar algo parecido a una alegoría. Esto lo sugieren, en efecto, algunos momentos de la película, específicamente aquellos en los que el personaje central, Jordan, compara su operación financiera desembozadamente ilegal con los Estados Unidos. “Esta es América”, dice, “la tierra de las oportunidades”, y uno tiene la impresión de que ese es el mensaje que Scorsese ha querido darnos.

Sin embargo, esos momentos son aislados, y quedan únicamente como una manifestación más del cinismo y la vacuidad de los discursos, cuyo único contenido verdadero es la codicia. Para darle mayor consistencia a ese mensaje, la película hubiera debido ampliar realmente su panorama y presentar las conexiones del mundo que describe con la economía y la sociedad en general (esas personas que deben “buscarse un trabajo en McDonalds” a los que Jordan se refiere más de una vez, por ejemplo). Ese hubiera sido quizá el equivalente a lo que la violencia física es en Goodfellas. Pero, más allá de las insinuaciones que anoto, no llega nunca.

En The Wolf of Wall Street, la amoralidad de sus personajes no se resuelve, sólo continúa. No tiene víctimas (ni siquiera ellos mismos). No tiene ningún trasfondo ni ningún equilibrio. Y por ello el resultado es en última instancia insatisfactorio, aunque la película sea entretenida.


Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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