De Lady Macbeth a Nadine Heredia: una breve historia de la ambición política en las primeras damas
A propósito del malestar y la polémica generados esta semana por la irregular conducta de la Primera Dama de la nación Nadine Heredia, quien, fiel a su estilo, se permitió desautorizar al ex-premier César Villanueva precipitando su renuncia, se me ocurre que valdría la pena pasar en revista la nada desdeñable tradición de casos famosos de primeras damas que, colmando o no de alegría a sus conciudadanos, decidieron abandonar contra todo pronóstico su tradicional función de muñeca decorativa para lanzarse de lleno a la arena política.
Por supuesto, me doy cuenta de que la aureola de suspenso e indefinición que caracteriza a la presencia de Heredia en la cúpula del poder es un tema bastante serio, y mi intención aquí no es la de convencer a nadie sobre lo bien fundada o no de cualquiera de las posiciones en ese debate. Sí me interesa en cambio hacer notar que aunque en un nivel existe una exasperación legítima respecto a este tema, difícilmente podríamos negar que existe también otro nivel, bastante familiar, en el que se cuelan a la discusión tópicos menos atendibles sobre, por ejemplo, el supuesto orden natural de la relación entre los sexos o sobre los roles que se debería asignar a cada miembro en una familia bien constituida, un nivel en el que nos permitimos que afloren demasiado fácilmente prejuicios que en situaciones menos conflictivas quizá no nos atreveríamos a defender públicamente.
Lo interesante de la historia que pasaremos en revista, más allá del detalle morboso o pintoresco que por supuesto también nos interesa, es justamente que cada uno de estos casos, independientemente de las intenciones políticas de sus protagonistas, han representado sendas ocasiones para poner sobre el tapete, de la manera más espectacular e irónica imaginable, algunas de las falsedades más insidiosas que se han dicho regularmente sobre las aptitudes para el liderazgo del “sexo débil”.
No existe, por supuesto, en toda esta historia un caso más perturbador que el de Lady Mabeth, inmortalizado por William Shakespeare en una de sus obras más famosas, la misma que serviría luego de base para numerosas adaptaciones -entre ellas dos extraordinarias óperas de Verdi y Shostakóvich y numerosas versiones cinematográficas que incluyen títulos de realizadores de la talla de Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski.
La obra, inspirada parcialmente en hechos de la vida real, cuenta la historia del general Macbeth, quien consumido por la ambición y estimulado a la acción por su esposa, Lady Macbeth, asesina al rey Duncan y toma el trono. Sacudido luego por la culpa y la paranoia, pronto se convierte en un tirano que se ve obligado a cometer cada vez más asesinatos para protegerse de la enemistad y la desconfianza. El baño de sangre y la consiguiente guerra civil rápidamente activan una espiral descendente que lleva a Macbeth y a su mujer hacia los reinos de la arrogancia, la locura y la muerte.
Veamos un extracto de la poderosa ópera que Verdi compuso en base a esta obra: se trata de una famosa aria del personaje de Lady Macbeth, interpretado aquí por la soprano rusa Anna Netrebko:
Esa potencia trágica puede no ser la una buena persona; pero nos queda claro también que no es precisamente una muñeca la que tenemos delante. El personaje de Lady Macbeth, inspirado en Gruoch de Escocia, es inacabable; hoy me detendré solamente en una de sus características. Y es que me parece interesante cómo su conducta choca no solo por su carácter ambicioso y sanguinario sino también, inevitablemente, porque es una poderosa subversión de la distinción tradicional de los roles asignados a lo femenino/masculino. Y hay que admitir que ese componente también está presente en el caso de Nadine.
Como el general Macbeth, Ollanta tiene por otro lado un origen militar; y no solo eso: el presidente del Perú es además un notorio nacionalista, un personaje conservador que siente una bien documentada aversión por los pelucones. Que se cuestione "quién tiene los pantalones" en esa casa es precisamente lo más irónico que le puede suceder a un personaje así. Peor que con Tony Danza, si nos ponemos a pensar.
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La figura de la Primera Dama
La designación Primera Dama parece haberse originado en los Estados Unidos, donde una de las primeras referencias se aplicó a Martha Washington. En un artículo de 1843 que apareció en el Boston Courier, la autora, "Mrs. Sigourney", discutiendo cómo Martha Washington no había cambiado, incluso después de que su esposo George se convirtiera en presidente, escribió que "la primera dama de la nación aún conserva los hábitos de los primeros años de su vida. Sin darse el capricho de ninguna indolencia, dejó la almohada al amanecer, y después del desayuno, se retiró a su habitación por una hora para el estudio de las Escrituras y de la devoción".
Tenemos aquí el caso paradigmático de la Primera Dama decorativa hasta en el más mínimo detalle: serena, muda, sumisa, su rol es básicamente el de dejar en claro que su esposo es un hombre de familia en el que se puede confiar. La Primera Dama se configura así, desde su primera mención, como un genial golpe publicitario.
La historia de la política moderna cuenta sin embargo con varias figuras que han roto por completo este molde. En particular, ha habido cuatro casos de primeras damas que después de serlo accedieron a la presidencia. Curiosamente, tres de estos casos se ha dado en América Latina; el otro se dio en Corea del Sur y hay que admitir que suena bien familiar:
María Estela Martínez Cartas, también conocida como Isabel Perón (no confundir con Eva Perón), fue vicepresidenta y primera dama de Argentina durante la última presidencia de su esposo, el general Juan Domingo Perón, y le sucedió a su muerte en 1974.
Janet Jagan, fue Primera Dama de Guyana durante el gobierno de su esposo Cheddi Jagan, y, tras la muerte de éste, fue elegida Presidenta en las elecciones de 1997. Fue la primera presidenta latinoamericana democráticamente elegida y se le respeta mucho en su país. Ha recibido el máximo reconocimiento otorgado por el gobierno de Guyana: la Orden de la Excelencia.
Cristina Fernández de Kirchner, fue primera dama argentina durante el gobierno de su esposo Néstor Kirchner y posteriormente elegida Presidenta de la República, cargo que ocupa actualmente. Cabe destacar que es una de las figuras más polémicas de la política en la región.
Park Geun-hye, hija del difunto dictador Park Chung-hee, ocupaó el cargo de primera dama de Corea del Sur en 1974 tras el asesinato de su madre Yuk Young-soo, y el 25 de Febrero de 2013 se convirtió en la primera mujer presidenta de Corea del Sur. Sí, muy en el plan Keiko Fujimori. La diferencia central: Park Geun-hye ha pedido perdón por los crímenes de su padre y ha hecho del combate a la corrupción de ese régimen uno de los pilares de su actual política interna.
Adicionalmente encontramos también varios casos interesante de primeras damas con aspiraciones presidenciales (y todos ellos salvo uno son nuevamente casos latinoamericanos, qué coincidencia):
Hillary Rodham Clinton (Estados Unidos), esposa del expresidente Bill Clinton.
Margarita Penón Góngora (Costa Rica), exesposa del ex presidente Oscar Arias
Keiko Fujimori Higuchi (Perú), hija del expresidente Alberto Fujimori.
Sandra Torres (Guatemala), exesposa del presidente Álvaro Colom. No pudo participar en la contienda electoral debido a que su candidatura fue considerada ilegal.
Margarita Cedeño Lizardo (República Dominicana), esposa del expresidente Leonel Fernández (abandonó sus aspiraciones para ser la compañera de fórmula de Danilo Medina).
Eva Perón (Argentina) fue la primera esposa de Juan Perón, y aunque no llegó a detentar poder oficial, su presencia fue definitoria para el regimen, por el enorme respaldo popular que consiguió y su capacidad para comunicarse eficazmente con las clases populares.
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Todos estos casos han puesto de manifiesto interesantes tensiones en la vida política de sus países respectivos: agregado al tema de la superación del rol tradicional reservado a la mujeres en estas sociedades, encontramos también entendibles preocupaciones sobre temas relacionados con la corrupción, la falta de claridad en la toma de decisiones, el nepotismo y la continuidad del poder en pocas manos. Lo que me gustaría decir simplemente es que, en vista de las diferencias radicales que separan a personajes como Lady Macbeth de Janet Jagan, valdría la pena intentar hilar un poco más fino cuando criticamos o ensalzamos a Heredia, haciendo un verdadero un esfuerzo consciente para separar nuestros prejuicios o simpatías de género de nuestras genuinas preocupaciones sobre la marcha del poder. De no hacerlo, no nos quedará al final de esta historia más que un arroz con mango ideológico típicamente sudamericano que no nos va a llevar muy lejos.
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