Hace unos días, la revista Forbes publicó su lista anual de las compañías más admiradas del mundo. Amazon, el retailer electrónico, ha subido en 2014 al segundo puesto, del tercero que ocupaba el año anterior (el número uno le sigue correspondiendo a Apple).

Amazon, sin duda, es una compañía muy exitosa, y en muchos sentidos ha sido revolucionaria en su sector. Y es también una compañía famosamente innovadora, al punto que algunas de sus ideas rozan con la ciencia ficción. 

Y lo mismo suele decirse de Jeff Bezos, el fundador de Amazon, cuyo nombre con mucha frecuencia se acompaña en la prensa de negocios con el calificativo de "visionario" y "transformador". Si la medida de todo esto es el éxito financiero, pues sin duda Bezos es uno de los ganadores en el mundo actual, con una fortuna privada que se estima en algo más de $27,000 millones. 

Pero hay un terreno en el que las "inovaciones" de Amazon se parecen más bien a una retoversión. Es en el tratmiento de de sus empleados donde Amazon se revela como un seguidor enardecido de las prácticas más cuestionables del capitalismo industrial en su versión más feroz.

Como revela por ejemplo un largo reportaje del Financial Times de Londres (difícilmente un órgano contestatario), lo de Amazon es una suerte de delirio Taylorista, donde la "organización científica del trabajo" propugnada por Frederick Taylor alcanza su punto de terror.

Y no se trata únicamente de los usos comunes en el capitalismo de hoy, como el empleo masivo de trabajadores temporales o la reducción de los beneficios a los que incluso los trabajadores permanente, una minoría, tienen acceso. 

Entre las cosas que se saben sobre las prácticas laborales de Amazon está el permanente control electrónico de los empleados de sus almacenes, la intromisión de los supervisores cuando alguno de ellos se detiene por un segundo en el movimiento de la cadena, el establecimiento de cuotas imposibles (y su cambio arbitrario) sin consideración a las condiciones físicas del trabajador, y lo que parece ser un absoluto desinterés por el bienestar de los empleados. Estos son monitoreados constantemente, su productividad medida en fracciones de segundo, y sus oportunidades de descanso o alimentación recortadas con toda clase de artilugios. 

Quizás el escándalo más sonado (pero lejos de ser el único) en un almacén de Amazon fue el ocurrido en la localidad de Allentown, en Estados Unidos. Ahí, en medio de una ola de calor en julio de 2011, la empresa se negó a colocar ventiladores o sistemas de aire acondicionado, y sólo la reacción de los médicos locales, alarmados por lo que veían en las salas de emergencia, motivó una intervención. Que, por lo demás, consistió en traer un par de ambulancias al local, en caso de necesidad. Y en repartir pañuelos para secarse el sudor. 

No en vano una investigación de la BBC de Londres encontró que los trabajadores de los almacenes de Amazon enfrentan un mayor riesgo que el promedio de la población de desarrollar enfermedades mentales como la ansiedad y la depresión. No en vano, de hecho, más de un comentarista ha comparado las condiciones de trabajo en Amazon con la esclavitud. 

Sobre todo esto, dos cosas. La primera es que este "reino del terror" de Amazon y su taylorismo exacerbado campea en contextos en los cuales la organización sindical es débil o nula, como los Estados Unidos. En otros en los cuales el sindicalismo tiene más fuerza, como Alemania y, en menor medida, el Reino Unido, el escándalo ha sido mayor y la empresa ha tenido mayores dificultades para implementar sus prácticas.

Y, por último, cabe preguntarse por las prioridades de los empresarios, administradores y expertos que Forbes encuesta cada año, para los cuales esta empresa es admirable. Si, es cierto que sus métodos son eficaces, su capitalización de mercado inmensa, y sus éxitos comerciales incontables. Pero, ¿es eso únicamente lo que uno debería admirar?