¿Cultura oficial?
Una crítica desde la antropología política al actual rol del Ministerio de Cultura
– ¿Que cosas lo aburren?– El discurso vacío de la izquierda. El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado
En años recientes la discusión etnográfica ha visto cómo se ponía en entredicho el objeto de la propia disciplina antropológica: el concepto de cultura. La noción –discuten críticos como Abu Loghod, Escobar, Ferguson o Mallki–, incluso la propia etimología de la palabra cultura, nos refiere hacia un espacio, de tal manera que el uso del término ha contribuido y contribuye a fijar a ciertas gentes a determinadas áreas geográficas. La cultura –sobre todo cuando nos referimos a ella en términos gentilicios generales (los andinos, los amazónicos, los africanos, los europeos), nacionales (los suecos, los argentinos, etc.) o étnicos (los zulú, los asháninka, los vascos o los esquimales)– atribuye características, refuerza los estereotipos con los que se clasifica a la gente y, en última instancia, puede ser uno de los reductos bajo los que se agazapa alguna forma de racismo.
Específicamente en el Perú, si analizamos el uso que el gobierno da a la palabra, encontraremos que ella, precisamente, es la que legitima la acción colonizadora, aparentemente intrínseca, entre el Estado peruano y su territorio; es la noción de cultura la que fuerza al primero a implantar, aislar o ligar a las personas con un contexto geográfico, y es desde el uso que el Estado hace de ella que se producen las diferencias raciales entre los unos (los limeños, el Estado) y los otros (los andinos, los amazónicos, los bárbaros). En el uso ideológico de la palabra cultura, pues, está la clave para comprender a un Estado que, lejos de incluir a sus ciudadanos (como se incluye a los ciudadanos, mediante derechos) se encuentra en permanente expansión de sus fronteras internas, en particular las mineras, petroleras y pesqueras. Es decir, un Estado que actúa como colonizador sobre su propio territorio.
Las posiciones tomadas por el Ministerio de Cultura ante la propuesta de la expansión de la exploración de Camisea hacia la Reserva Nahua, donde habitan tribus en contacto inicial o aisladas voluntariamente, y su reciente negativa de someter a consulta pública la explotación del lote 156 a cargo de Perupetro, vienen a confirmar lo dicho en detrimento de los derechos de los pueblos que habitan los lotes concesionados, y en el caso del lote 156, a justificar una violación al derecho internacional, en este caso, el Convenio 169 de la OIT, del cual Perú es subscriptor.
Visto así, desde la renuncia de Luis Peirano (pero no sólo el Ministerio de Cultura, en el tema que le es específico, la renuncia del exministro del Medio Ambiente Ricardo Giesecke por el EIA de las lagunas de Conga es totalmente análoga) el Ministerio de Cultura ha pasado a funcionar, antes que como el organismo del Estado responsable de velar por la conservación y la promoción de las costumbres y tradiciones de las diversas identidades que conviven dentro de un mismo territorio nacional, o como el promotor de prácticas y creaciones artísticas, como una gran máscara que disfraza a la lucha política por excelencia en el Perú: el control sobre la tierra y los recursos naturales, una máscara ideológica de legalidad, unidad nacional y la rigurosidad de estudios técnicos (que por lo general suelen estar contratados por los propios inversionistas) que esconde lo que en el fondo es la política: competencia y lucha.
Cuando en antropología todavía se usaba sin mayores cuestionamientos la palabra cultura, los etnógrafos se referían por lo general al estudio de sociedades no occidentales de tal manera que las características de esas sociedades pudiesen dar alguna luz o cuestionar algún elemento de las propias. Y cuando se ha usado la palabra desde la ciencia, el arte, la literatura o la filosofía, científicos, artistas, escritores o filósofos lo han hecho con la intención de poner en cuestión prejuicios, relaciones de poder y formas de entender el mundo. La cultura hace preguntas y, si es necesario, se pone ella misma en duda.
Pero ¿una cultura que legitime los proyectos de extracción de recursos naturales? ¿Qué tipo de cultura es ésa y, así pensada, qué necesidad tiene de un ministerio, si no es la propaganda?
¿Un ministerio de propaganda?